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Jo tinc por

Emilio Lucas
Emilio Lucas Marín*

Creo firmemente que este país tiene mejor pueblo que políticos, y que la prueba del nueve de dicha creencia está en hechos como que España encabeza las listas de donaciones entre los países desarrollados, sacándole un cuerpo y medio a los demás países de la UE y a Estados Unidos, por ejemplo.

 Muchos de los problemas que tiene nuestra sociedad son problemas creados por los políticos, que empiezo a  creer que los crean y alimentan porque los necesitan para justificar su propia existencia, y que si se dejasen en manos de la sociedad civil, sin manipularla, se arreglarían en un suspiro.

 Llámenme simplista si quieren, pero aun entendiendo la distancia que hay entre las soluciones de barra de bar y la solución concreta y específica, debidamente ejecutada y presupuestariamente dotada, sí creo que el espíritu con que los ciudadanos de a pie discutimos los asuntos cuando nos dejan a nuestro aire (con ello quiero decir cuando los partidos no lanzan consigna sobre el tema en cuestión en las que se formen bastiones ideológicos defendidos con vehemencia numantina), es el que debería reinar en los órganos representativos en los que está (o debería estar) representada esa voluntad popular.

 

Con estos mimbres, difícilmente va a ser posible una colaboración sincera y fructífera que nos lleve a crecer y mejorar.

 

 Porque, mientras en las barras de bar los parroquianos suelen hacer alarde de sentido común y empatía y saben escuchar, en los ámbitos políticos se está más pendiente de señalar la paja en el ojo ajeno, obviando la viga en el propio, y, sobre todo, y muy tristemente, de evitar que el adversario se marque un tanto a favor, aunque haga algo bueno. Y esto vale para todos los partidos.

 Con estos mimbres, difícilmente va a ser posible una colaboración sincera y fructífera que nos lleve a crecer y mejorar. Pero lo peor de todos es que los políticos están consiguiendo que la ciudadanía cada vez esté más radicalizada y politizada, y que vaya perdiendo su capacidad de dialogar y escuchar, y eso es algo que me duele sobremanera, porque nos están robando lo mejor que teníamos.

 España es, como decía al inicio, un país de gente solidaria, generosa y hospitalaria, y es una lástima que, por la intervención de aquellos que deberían velar por nuestros bien, estemos convirtiéndonos, cada día más, en gente egoísta, recelosa, extremista y cazurra (en todas las acepciones del Diccionario de la Real Academia), y el ambiente se esté enrareciendo por momentos, hasta el punto de que algunos tengamos incluso miedo de manifestar nuestras opiniones.

 Por eso, yo sí tengo miedo, jo tinc por. Mucho miedo, molt por. De los imbéciles, de los tontos con iniciativa, de los maliciosos que, usando el sistema educativo, están creando una ciudadanía cada vez más inculta, más cerrada de mente, más dogmática y con menos espíritu crítico. Porque, muy por el contrario a lo que se nos vende, lo cierto es que esta sociedad cada vez se rige más por dictados que se siguen sin ponerlos en duda, por decir lo que queda bien (no-vaya-a-ser-que-…), pero en la que cada vez la gente piensa menos por si misma.

 No es algo nuevo. Ya en marzo de 2015, el cantante Loquillo, ese gran artista, decía en una entrevista concedida a La Sexta lo siguiente: “No puedo hablar del tema de Cataluña. Tengo miedo, punto”. Y dos años y medio después, la cosa sólo ha cambiado a peor.

 

Pero, resumiendo, por todo esto que cuento, tengo miedo. Por eso, jo tinc por. Porque nos están, entre todos, arrebatando lo más bello que tenemos.

 

 Un ejemplo de todo esto que digo es todo lo que viene aconteciendo desde que, lamentablemente, hace unos días sufriéramos un terrible atentado en Barcelona. Como dice Jordi Évole en un brillante artículo publicado ayer, todo está politizado, y antes de que manipulen los otros, mejor manipulo yo. Y así, frente al actuar solidario de los ciudadanos (con muchos episodios heroicos, más o menos conocidos, en la ayuda a los heridos, donaciones masivas de sangre, cooperación en la localización de los terroristas, etc.), el buen hacer de los servicios de emergencias, la valiente actuación de la agente que abatió al terrorista de Cambrils, etc., no encontramos la actuación de los políticos y alrededores (medios de comunicación, asociaciones afines, perfiles en redes sociales y otras yerbas) manipulando cada hecho para que los de enfrente no se puedan apuntar ningún tanto y todo parezca éxito propio, hurtándolo a esas personas que, individualmente pero actuando de forma colaborativa, han sido los que han puesto la cara amable.

 Porque, no olvidemos eso, cuando colaboramos, cuando vamos hombro con hombro, con el corazón y la mirada limpios, es cuando somos grandes.

 Yo mismo he tenido discusiones en redes sociales con gente que se empecinaba en llevarse al terreno político una opinión mía, expresada en este mismo medio, sobre que la actuación de todos los responsables debería haberse regido por el tacto, la educación, la empatía y las ganas de ser útiles en vez de por el mirarse el ombligo y querer afianzar sus posiciones ideológicas aun a costa de que algunos pudieran no entenderles. Incluso un señor (independentista) se dirigió a mi por mensaje privado para acusarme de ser corresponsable de que el 1 de octubre vayan a ser muchos los catalanes que voten “sí” para perder de vista a España (tal cual, oigan). Obviamente, como le dije a él, lo que ellos voten o piensen no va a cambiar por lo que yo diga, porque ya lo saben y no piensan escuchar ni leer con apertura de mente nada que les pueda hacer dudar de su “fe”.

 Pero, resumiendo, por todo esto que cuento, tengo miedo. Por eso, jo tinc por. Porque nos están, entre todos, arrebatando lo más bello que tenemos. El sentido común, la solidaridad, la generosidad, la capacidad de oírnos, el sentido democrático, el respeto por las ideas y opiniones de los demás (aunque no las compartamos)…

 Así que, volviendo a lo de antes, a lo mejor no es mal lema el de “Menos parlamentos y más bares”.

 

 

*Emilio Lucas Marín es Abogado.

@elucasmarin