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La americanización y el consumo

Este consumo apoteósico enaltece el individualismo, aliado con la competitividad del mal llamado mercado libre.

 

 Aún colea la crisis anterior cuando otra con cara homóloga asoma en el horizonte. No obstante, la gente vuelve a entramparse con las hipotecas o a rebañar la hucha para americanizarse con los Black Friday. Arrastramos un complejo grandioso, enfermos miméticos de cualquier moda foránea, suicidando de paso nuestro idioma con arsénico importado.

Aquel día, el alcalde comunista del pueblo serrano, apalancado con un whisky, blusa a cuadros, pantalón vaquero ajado y entre humaredas de Winston, me comentaba algo de la madre Rusia. «Disculpa, Juan, como más bien pareces un cowboy de Texas, deberás repensar la argumentación iniciada…».

Vivimos en un sistema capitalista ─sin ser capitalistas─ cuyo motor es el consumismo, un modo de comprar lealtades y atontar conciencias los poderosos para dominar el mundo. Deambulamos sin pensar en un sistema, el de los últimos cincuenta años, tocado de un ala por el frenesí del gran consumismo, devorador de las pequeñas empresas pero justificándolo todo, hasta los daños a la madre Gaia.

Si bien el negocio de la vida resulta poco rentable para la mayoría ─hasta la religión es consumo para satisfacer los apetitos del espíritu─ y donde los disparates abundan. Es el caso de los mil libros publicados en España cada semana, sin preocuparse muchos de los autores en una mínima calidad literaria, ausentes los correctores, hombres cultos para evitar anacolutos y errores ortográficos.

Este consumo apoteósico enaltece el individualismo, aliado con la competitividad del mal llamado mercado libre por tener mucho más enjundia de esclavo. Hoy, el  vendedor queda despersonalizado, muerto el arte de la venta donde el estudio psicológico del comprador o las dotes persuasivas quedaron suplantadas por un: «Mire usted, aquí están las instrucciones. No he tenido tiempo de leerlas porque cada día sale algo casi igual pero diferente…En internet encontrará las características y el uso. Lléveselo y si no le agrada lo devuelve». Ahora, nuestra condición humana nos la acollonan hasta el hartazgo en este proemio de viernes negro, salpicadas las páginas informáticas con esquelas blakfridayanas.

Esta noria de cangilones rotulados con: ‘riqueza-bienestar-consumo-deterioro ecológico’ movida por el agua de las virtudes del sistema, solo podrá detenerla un plan educativo, cosa harto complicada.

Según el Observatorio de Sostenibilidad: «El crecimiento económico de España es insostenible. Un tercio corre el riesgo de desertizarse, hemos multiplicado por 2,5 el consumo de energía en poco más de tres décadas, aunque el 80 % sea importada». El consumo es insostenible, ni con el tabú de los coches eléctricos porque la contaminación pasaría  a otros lugares.

Pocas personas reconocen sus excesos con las consecuencias al medio ambiente junto a la repercusión a una humanidad empobrecida y excluida. Por eso, pocos nos esforzamos en vivir de una forma sencilla, austera, responsable y solidaria. Esta forma de vida, a pesar de los Black Friday y mensajes publicitarios, da felicidad.

Ahora, cegados por la lluvia de leds en una competición vanidosa y ridícula entre alcaldes ─quizá pretendan deslumbrar a los pobres de espíritu para obtener votos fatuos─ resulta sorprendente disfracen o tergiversen la conmemoración de los pesares de una Familia emigrante de hace unos dos mil años y con un parto inminente con faustos, lujos y demás parafernalias consumistas.

Tal la constatación de los desaguisados: una persona, de los 2500 millones con ingresos de dos dólares diarios, para llegar a la fortuna de Bill Gates necesitaría trabajar 68 millones de años sin el menor gasto. ¡Pardiez! cualquiera reconoce lo superdotado del señor y su voluntad de trabajo pero las diferencias resultan absolutamente reprobables.