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La dama y sus violadores

El giro político de Pedro Sánchez trajo a España el discurso de los gobiernos populistas.

 

Existen evidentes diferencias entre las democracias consolidadas, las autocracias, los populismos, las partidocracias o las dictaduras. Las democracias se identifican por la independencia judicial, la ética en el ejercicio del cargo, el interés general usando el dinero de todos, los derechos civiles o por la rendición de cuentas de los responsables públicos ante quienes los eligieron. 

 

En regímenes no democráticos los líderes políticos mantienen discursos grandilocuentes, viven en su paraíso y el pueblo debe obedecer sus designios porque ellos portan la verdad revelada. En esas sociedades no existen libertades, derechos ni bienestar; existe racionamiento de productos básicos mientras sus dirigentes expolian los recursos del país, se hacen ricos y mantienen en la pobreza a sus ciudadanos. Ocurre en la Venezuela de Chávez y Maduro, la Nicaragua de Ortega o la Cuba de los Castro, cuyos secuaces y sus amplias familias acumulan riquezas y mansiones sobre la ruina de sus compatriotas. 

 

En ninguna democracia digna de tal nombre un responsable político puede ir a elecciones pidiendo el voto comprometiendo una cosa, el día después de las urnas hacer la contraria y que no pase nada; la mentira no tiene cabida en este sistema. Viajar en falcón a eventos partidistas con excusas ridículas falseando actos del Gobierno, tampoco. Juego de niños que insulta nuestra inteligencia, derroche inmoral de dinero público. El giro político de Pedro Sánchez trajo a España el discurso de los gobiernos populistas; su ambición sin escrúpulos ha enterrado la socialdemocracia y amenaza con enterrar al PSOE. Mientras, el Ingreso Mínimo Vital no llega; hay 3 millones de parados, cientos de miles en colas de hambre, ancianos solos con pensiones indignas, la mayor tasa de paro joven en la UE, entre otros múltiples problemas (agua, clima, nación…) y una deuda gigantesca que heredarán nuestros hijos y nietos, con recortes en pensiones, sanidad, educación… del estado de bienestar. 

 

En democracia los políticos están obligados a decir la verdad, lo que quieren hacer durante el mandato legal que les confieren las urnas. Fantasear con una sociedad paradisíaca que existirá en 20 o 30 años es ridículo. Su mandato democrático está temporalmente tasado; debe gestionar el presente, no ocultarlo mientras fabula cuentos para décadas posteriores. Futuro en el que él, colaboradores y sus familias vivirán holgadamente -como sus antecesores-, mientras millones de personas sobrevivirán con penurias, miseria y pobreza. Corrupción es hipotecar el futuro de todos para garantizar el propio.  

 

España es una gran nación con siglos de historia, más luces que sombras, y no pediremos perdón por ser, sentirnos, hablar español o defender la nación y sus símbolos. Según la Constitución hay cuatro lenguas oficiales: castellano, gallego, catalán y euskera. El castellano es universal, ampliamente mayoritario y lengua oficial del Estado. Desconcierta que desde el Estado se ataque su lengua, que tus hijos no puedan competir en igualdad en territorios con lengua propia, si te rompes un tobillo en Cataluña te envíen a Almería en coche sin atender, o si necesitas tratamiento contra el cáncer en Barcelona no te envían a Madrid sino a un país extranjero. Política basura. 

 

La ley ampara estudiar en Cataluña el 25% en castellano; la Generalitat dice que utilizará la Inspección educativa no para proteger esos derechos sino para perseguir a quienes exijan que se respete. La inmersión es acertada porque impide dividir a la sociedad por la lengua, pero compartiéndolas, no tratando de aplastar el castellano con fanatismo supremacista. El Gobierno calla ante nazis de estelada rebosantes de odio contra la lengua común. El Estado no cumple la ley. La Constitución está siendo violada. ¿Qué más tiene que pasar?