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La derecha y el golpe de Estado blando

El PP de Feijóo practica un golpismo blando, posmoderno y de baja intensidad cuyo principal parecido con el golpismo clásico es la percepción compartida de que existe una amenaza existencial a la patria.

La expresión golpe de Estado blando, golpe suave o golpe no tradicional ha sido atribuida al politólogo estadounidense Gene Sharp para nombrar a un conjunto de técnicas conspirativas no frontales y principalmente no violentas, con el fin de desestabilizar a un gobierno y causar su caída, sin que parezca que ha sido consecuencia de la acción de otro poder.

En algunas ocasiones, el golpe de Estado blando se relaciona con el llamado lawfare –guerra jurídica o guerra judicial-, cuando la desestabilización o derrocamiento del gobierno se realiza mediante mecanismos aparentemente legales.  Carlos Ciappina señala que  este tipo de coup de force se utiliza como alternativa al golpe de Estado militar, que fuera muy utilizado hasta la década de 1990, pero que a partir de entonces ha «perdido prestigio.” Como el mismo Sharp indica, se trata de combatir con armas psicológicas, sociales, económicas y políticas a gobiernos “incómodos.” La metodología se sustancia en la siguiente gradación: deslegitimación, debilitamiento, calentamiento en la calle y fractura institucional.

El politólogo Rafael Martínez afirma que “el golpe tradicional es casi inexistente o está en severo retroceso, pero eso no implica que las tramas contra el Poder Ejecutivo hayan desaparecido; más bien, han adoptado nuevas modalidades que no requieren de la intervención militar directa”. Hoy, más que tomar parlamentos, se desgastan gobiernos; antes que sacar tanques, se manipulan narrativas y se reconfigura la percepción de la realidad.  El estrafalario portavoz conservador en el Congreso Miguel Tellado dixit: “Tenemos en el Gobierno a una mafia, a una organización criminal; no hay otra forma de decirlo. No tienen ni límites ni pudor”. Y reitera Feijóo, “la extorsión, la persecución y las amenazas a quienes estorban a un Gobierno” y a un partido “inmersos en una trama cada vez más sórdida” dedicada a “colonizar las instituciones, indultar a corruptos, amnistiar a golpistas, amenazar a jueces.” Que hable de mafia una organización como el PP que fue calificada de organización criminal de puro corrupta, nos da la medida de la falacia. El objetivo del PP no es luchar contra la corrupción, asignatura de la que son maestros, sino radicalizar a sus votantes y abrir la posibilidad de un gobierno autoritario, es decir, extinguir la posibilidad de ejercer derechos de forma igualitaria.

Por tanto, con una estrategia de oposición frontal con el objetivo de hacer caer el Gobierno progresista, el PP eleva el tono y envilece el discurso, acercándose cada vez más a la ultraderecha y haciendo de la política un ambiente cada vez más irrespirable. En este el contexto, los dirigentes del PP dan un paso más y llaman al Ejecutivo «mafia». Y saca a sus afines a las calles bajo este eslogan. El partido con cuyo último Gobierno, el de M. Rajoy, se desarrolló la “policía patriótica” contra adversarios políticos ahora tilda de mafia a un gobierno legítimo que fue investido en el Congreso por la mayoría parlamentaria. Una mayoría que representa a más de 12 millones de votantes. Una mafia, según los populares, de 12 millones de personas.

El PP de Feijóo practica un golpismo blando, posmoderno y de baja intensidad cuyo principal parecido con el golpismo clásico es la percepción compartida de que existe una amenaza existencial a la patria, a la democracia y al Estado urdida por agentes pretendidamente ilegítimos a quienes urge defenestrar. La esencia de ese golpismo borroso se compadece con las palabras de Hanna Arendt, con referencia al  totalitarismo: “la negación radical de la pluralidad humana” en nombre de “una verdad superior” cuyos legítimos titulares y exclusivos intérpretes son, obviamente, aquellos mismos que la han inventado y puesto en circulación.

Todo ello tiene su corolario en la construcción de un escenario de prensa falaz, justicia politizada y política abyecta para conseguir que lo normal sea lo que ocurre con frecuencia y lo que ocurre con frecuencia es que todos esos ejes perturbadores de la convivencia democrática se sustancian, como escribió Milan Kundera, en un mundo distópico donde prime la sonrisa estúpida de la publicidad o la indiscreción elevada al rango de virtud.

Son las peripecias mentales sobre la singularidad morbosa no verbalizable del origen de la derecha española. Esto no es un sedimento demodé del pasado sino un músculo ideológico que configura y define al conservadurismo que constituyó la metafísica del caudillaje y articuló la Transición para tener continuidad con todas las acotaciones de subjetividades y prejuicios propios que se sustancian en una baja consideración de la política (el formato político de la vida pública es una debilidad cuando nuestro concepto de nación es el único posible y patriótico). En este contexto, los problemas políticos dejan de estar en el ámbito de la política y la vida pública entra en una espiral de descomposición democrática.