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La globalización del autoritarismo

Hace unos 70 años se aprobaron los derechos humanos, la construcción europea despegaba.

 

Por centrar mi trayectoria pesimista, aun sostenida por voluntariosos argumentos, he leído a Steven Pinker, fustigador de los alarmismos, convencido de la contribución decisiva de la razón y la ciencia, hijas de la Ilustración, al progreso y el bienestar.

 

Pero vuelvo a mis andadas porque cualquier observador constata la llegada de una globalización del autoritarismo y el ahogo del proceso humanista.

 

Hace unos 70 años se aprobaron los derechos humanos, la construcción europea despegaba y las democracias consolidaban sus filosofías, dando el espaldarazo la desaparición del muro berlinés. 

Fukuyama en 1992 profetizó el triunfo del capitalismo y el fin de los tiranos. Sin embargo, la caída de Lehman Brothers, la proclamación del Estado Islámico, la eclosión migratoria o el inesperado poder de China, ejemplos a bote-pronto, han tambaleado las esperanzas. Ahora vuelven los países a protegerse, caso de Rusia, orgullosa de su esplendor zarista; o Turquía; sin olvidar, claro a los EE.UU. con el vanidoso Trump; Bolsonaro en Brasil; Gran Bretaña con su Brexit; Italia, Polonia, Austria, Holanda, Francia…

En España no podíamos quedarnos atrás y brota Vox, no por méritos propios sino por los errores de los adversarios. La evidencia la dijo don Felipe González por los años 80 del siglo pasado en un mitin: «¡Tenemos socialismo para largo tiempo…si nos derrotan será por nuestros fallos y en absoluto por los logros del contrario!». 

Al franquismo lo resucita el gobierno exhumando al dictador, y a la memoria del muerto la aviva una derecha en otros tiempos aletargada, hoy haciendo colas para votar. Reacción ─entre otras─ por la cascada de separatismos potenciales en cuanto Cataluña consiguiese ser la primera. Todo adornado por un folklore de insultos entre los políticos, a gritos parlamentarios con alardes barriobajeros entre espectáculos en absoluto edificantes para una juventud en formación.

 

Ayer en la Plaza Nueva una mesa adornada con banderas nacionales actuaba de enjambre con zumbidos de sonrisas triunfales en nombre de un Vox salvador.

 

No habría objeción a la llegada de otros partidos constitucionales, pero la inquietud surge cuando las tumbas se abren para gritar venganzas. De inmediato, nuestro leviatán cainita, siempre invernado, comienza en desperezos hambrientos, mudada su capa quitinosa. 

Según dicen los expertos se aproxima otra crisis financiera. España carece de recursos energéticos, menos cuando las viejas centrales nucleares lleguen a su próximo final; el entramado industrial desapareció hace tiempo, la mayor garantía para estabilizar sueldos; las pensiones agonizan; y la deuda pública engorda hasta cifras impresionantes: 35.000 millones a pagar de intereses,  además de tener el mayor déficit de la Unión Europea.  

Lo de la energía resulta patético. Aunque Francia tiene el propósito de cerrar 17 centrales nucleares tiene 58, algunas muy cerca de los Pirineos, con lo cual quedaríamos radiados en caso de accidente grave. Aquí, una nación de ‘pordioseros arrogantes’ ─así nos definió Unamuno─ los más sensibles ecologistas del mundo, no vacilamos en acudir a la medicina nuclear para curarnos pero de los residuos no deseamos ni saber a dónde van. 

Hablando de arrogancia pensemos en nuestras autonomías. Pocos pensarían en sus inicios en el enorme gasto, dígase por ejemplo, los escandalosos sueldos de los divos televisivos y radiofónicos en gran parte para loar al poder, más las trincadas de los asadores de vacas con billetes de 500; más la inversión en la industria del puterío y mafias colaterales. 

 

Nos queda san Turismo y la exportación de una juventud cualificada para surtir de médicos, enfermeros o ingenieros a la Europa de los mercaderes.

 

Pocos habrán calculado el coste de la intelectualidad exportada, distraídos con los cantes, los bailes y otras andanzas más propias de una baja Edad Media. Eso sí, no todo va mal: ahora el señor Rodríguez Zapatero ha dado un ‘pelotazo’ al adquirir una mansión de dos millones de euros por solo ochocientos mil. No solo iba a ser potestad del matrimonio Iglesias poseer una señorial vivienda. ¿O dónde está escrito la unión del ser de izquierda con la pobreza?