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La gran estafa

Que no nos engañen: el comistrajo político que proclaman moderno y progresista es, por el contrario, anticuado y retrógrado.

 

Es de general percepción que, en nuestros días, los políticos españoles no vean horizonte más próximo que sus intereses personales. Algo más atrás están los de su respectivo partido. Y, muy desdibujados en la lejanía, los de España. Una perversión de valores reflejada por el dúo Sánchez-Iglesias, al tratar de vender su incipiente pacto de Gobierno a los incautos como algo del interés para España. El fétido olor del menú que están cocinando al alimón, con los separatistas de ERC como pinches, resulta insoportable. Es un guiso que combina desconfianza (sanchismo), temor (comunismo) e inestabilidad (separatismo).

Con tal connivencia, Pedro Sánchez está timando, entre otros, a una buena parte de los 6.700.000 españoles que votaron al PSOE el 10-N. De entre ellos, es lógico suponer que la mayoría de los afiliados a ese partido (no más de 200.000) estén conformes con la actual deriva del sanchismo. Pero, igualmente, es muy probable que, entre los 6.500.000 restantes, haya varios millones que, de buena fe, votaran al PSOE embaucados por los pregones del líder sanchista de no coaligarse con Pablo Iglesias y su hueste; y, mucho menos, de negociar con el separatismo catalán. La gran estafa se visualizó cuando, tan solo dos días después de las elecciones, Sánchez e Iglesias aparecían abrazándose con sin par frenesí, tras la firma de su preacuerdo. Engaño que fue ratificado cuando, hace tres días, los negociadores sanchistas se sentaban con los separatistas a la mesa de extorsión.

El escenario político es tan complejo como peligroso. Especialmente porque una coalición social-comunista (PSOE-UP), descarta la abstención del PP en la investidura de Sánchez. Por otra parte, unas terceras elecciones supondrían no solo un gran fracaso institucional, sino posiblemente también una crisis sistémica de nuestra democracia perpleja. Pero los chefs tienen muchas ganas de que prospere su guiso porque, para ellos y sus partidos, sería como si les tocase el Gordo político: Sánchez revalidaría en la Moncloa; Iglesias, por fin, “tocaría pelo” (¿se lo imaginan recibiendo honores militares de arma presentada e himno nacional?); y Junqueras-Rufián, que aunque aparenten no tener prisa con sus “remilgos de gata pulcra” ―que diría doña Emilia Pardo Bazán―, lograrían un ejecutivo en Madrid de ellos dependiente, y de extrema debilidad frente a los objetivos separatistas.

Que no nos engañen: el comistrajo político que proclaman moderno y progresista es, por el contrario, anticuado y retrógrado. Es un “déjà vu”, que recuerda los desgraciados tiempos de la II República. Y ya sabemos cómo acabó aquel experimento. Me temo que deberíamos prepararnos para enteraremos, ahora de verdad, el verdadero alcance de una memoria histórica a la española. Avisado queda.