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La impostura de los falsos dioses

Con sus miles de defectos, estos últimos cuarenta años han sido posiblemente el periodo más fructífero de toda la larga historia de España.

 

Les propongo un juego lingüístico para conocer mejor el castellano. Vayan al Diccionario de la Real Academia de la Lengua y ábranlo por la letra “d”.

Observarán que en la página que recoge las palabras que comienzan por “dem”, hay tres seguidas que recogen otras tantas acepciones políticas de uso bastante común en la España actual: “demitir”, “demiurgo” y “democracia”.

La primera, “demitir” es una acepción de “dimitir”, es decir, “renunciar, hacer dejación de una cosa como empleo, comisión, etcétera”. Algo que, seamos realistas, no suele darse con demasiada frecuencia entre nuestra clase política.

Pese a que somos muchos los que pensamos que debería de ser algo consubstancial con la propia política.

 

Con la honradez y con la asunción de responsabilidades

 

Aquí, pase lo que pase, no dimite ni Dios y, los pocos que lo hacen, encuentran pronto algún puesto bien remunerado concedido por el partido que les compensa de su caída en desgracia.

La segunda palabra, inmediatamente seguida de la de “demitir”, es “demiurgo”. Ya saben, “dios creador en la filosofía de los platónicos y alejandrino, o alma universal, principio activo del mundo». Según los agnósticos.

Por extensión, en la actualidad se aplica el vocablo a los líderes indiscutibles de las diversas ideologías ya sean filosóficas, sociales o políticas.

Actualmente tenemos ejempos preclaros de demiurgos, sobre todo en los llamados partidos populistas que tanto están proliferando en el panorama político español.

Pablo Iglesias en Podemos, o Santiago Abascal en Vox, y, en menor caso, Pedro Sánchez en el PSOE, Albert Rivera en Ciudadanos o Pablo Casado en el PP, personifican esa acepción de alguien superior.

 

Del lider máximo cuyas ideas son incontrovertibles para sus seguidores más acérrimos

 

Es cierto que la política española adolece desde hace tiempo de líderes demiúrgicos del tipo de Manuel Fraga, Felipe González, José María Aznar o Julio Anguita. Pero es que, como decía Juan Belmonte de su banderillero Joaquín Miranda, cuando éste fue nombrado gobernador civil de Huelva, y le preguntaron cómo era posible pasar de banderillero a gobernador, “po, po, po… cómo a va ser; de, de, de…generando, hijo, de, de, de…generando”, contestó el genial “Pasmo de Triana” con su habitual tartamudeo.

La tercera palabra que sigue a “demitir” y a “demiurgo”, es “democracia”, que tiene dos acepciones. “Doctrina política favorable a la intervención del pueblo en el Gobierno” y “predominio del pueblo en el Gobierno político de un Estado”.

Me pregunto yo si, vista la realidad actual, estas definiciones de la Real Academia de la Lengua no deberían revisarse.

 

Cada día que pasa el pueblo tiene menos que decir en las decisiones adoptadas por los Gobiernos

 

Sólo cada cuatro años puede con su voto decidir si avala o le quita la confianza a los dirigentes que gobiernan…Y pare usted de contar.

Hasta las próximas elecciones (aunque hay que reconocer que aquí parecemos más una comunidad de vecinos. Y tenemos comicios generales, autonómicos, municipales o europeos. Cada dos por tres) el pueblo mantiene la boca callada. Sea cual sea la decisión que adopte el Gobierno de turno.

Soy de los cada día más escasos españoles que defiende la transición democrática y la Constitución que nos rige. Con sus miles de defectos, estos últimos cuarenta años han sido posiblemente el periodo más fructífero de toda la larga historia de España.

 

Pero todo se agota y hay que renovarse o morir

 

Se tardaron tres siglos en perder el Imperio en el que no se ponía el sol, así que no hay que tener miedo. A que, en una década, haya que deshacer, como dide la canción de Luis Fonsi, “des-pa-ci-to, `poquito a poquito, suave, suavecito” el medio siglo de la transición.

Para conformar un nuevo sistema que garantice la supervivencia del Estado español en las próxmas décadas y su adecuación a las nuevas realidades.

Ello implica, claro está, la reforma de la Constitución de 1978. Pero, además, la revisión de la España de las autonomías. La adopción de nuevas leyes electorales. El recorte del excesivo número de políticos que viven del presupuesto.

La garantía de la independencia de los tres poderes, ejecutivo, legislativo y judicial. Sin que el primero controle, como hace actualmente, los otros dos garantes del sistema democrático. 

 

Todo eso y mucho más

 

Tendremos que acostumbrarnos a admitir y aceptar propuestas e ideologías que están a años luz de nuestras convicciones personales y sociales. Más arraigadas por más que tengamos que renunciar a ciertos planteamientos que hasta ahora parecían inamovibles.

El cambio de ciclo propiciado por la revolución tecnológica es similar al que produjo en su momento la invención de la imprenta por Gutenberg, el Descubrimiento de América, la Revolución francesa o la Revolución industrial.

Y hay que adaptarse a ello, con sus pros y sus contras

Con sus fascismos y sus populismos, con sus métodos de manipulación masiva y sus mentiras globales…

Nos va a costar, ya lo creo que nos va a costar. Sobre todo a aquellos que ya hemos cruzado el Rubicón de la jubilación.

Pero como dijo Julio César, “alea jacta est”, la suerte está echada

Solo hay que saber jugar las escasas cartas de subsistencia que nos quedan, para no morir en el intento. Espero no caer derrotado antes de ver el final del túnel. Amén.