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La juventud como antagonista del presente (II)

Para dejar de apreciar a la juventud como la “generación de cristal”, aparcar el victimismo y pasar a ser nosotros quiénes fortalezcamos al colectivo.

En el anterior artículo exponía la intención de reflexionar acerca de si se está contando con la juventud en la dirección política de nuestras sociedades, así como ponía de relieve que la falta de oportunidades, la infravaloración por parte de nuestros mayores, el talento desaprovechado o la desconexión política deben dejar de ser atributos que caractericen a la juventud de nuestro tiempo.

Comencemos aportando una serie de cifras que describen la situación laboral juvenil en nuestro país. Acudiendo a los datos que facilitó el (CJE) Consejo de la Juventud de España -organismo autónomo ministerial que se define a sí mismo como “una plataforma de entidades juveniles, creada en 1983 y formada por los Consejos de Juventud de las Comunidades Autónomas y organizaciones juveniles de ámbito estatal”- nos encontramos con las siguientes situaciones:

  • Tan solo 16 jóvenes de cada 100 (15,9%) se encuentran viviendo fuera de su hogar familiar. Cuando la media europea es más del doble (32,1%) y antes de la pandemia estábamos en un 18,7% (casi 19 de cada 100 jóvenes)
  • Casi la mitad de las personas jóvenes (48,1%) que trabaja a tiempo parcial, se ve obligado a ello.
  • Tan solo un 1,6% de los jóvenes ni estudia ni trabaja, mientras que el 32,4% de personas jóvenes estudian y trabajan a la vez.
  • 1 de cada 3 jóvenes y 1 de cada 4 jóvenes trabajadores están en riesgo de pobreza y exclusión social.

Traduciendo estos datos en realidades palpables es evidente que los jóvenes de hoy día, no solo tenemos una peor situación que la anterior generación, sino que las perspectivas venideras no mejoran las que vivimos en el presente. No obstante, como parte de la reflexión a la que apelo con estas líneas, ha llegado el momento de compartir las conclusiones de la misma, para que a modo de propuesta quede recogido como creo que se podría abordar esta situación. Es indudable afirmar que, para revertir la posición antagonista de la juventud ésta debe tener también un papel protagonista en los elementos centrales de nuestra sociedad, pero ¿cómo se podría transformar esta situación?

En primer lugar, poniendo más empeño de nuestra parte y sacrificándonos desde el aprendizaje. Es cierto que la actitud que debemos de adoptar ante las adversidades debe ser más proactiva, o al menos tiene que alejarse de cualquier posición victimista que solo nos perjudicaría como generación. Primero a título individual, para a continuación emprenderlo a nivel colectivo, debemos querer forma parte de la solución y dar ejemplo para ello. Es necesario que se den pasos en la dirección de estar dispuestos a esforzarnos más de lo que ya lo hacemos, o estar en predisposición de aguantar empleos y circunstancias que en otras condiciones no deberíamos soportar. No quiero decir con esto que se permitan condiciones indignas, salarios precarios, ni explotaciones laborales que de facto sean esclavitud asalariada.

En segundo lugar, creo que nada de lo anterior tiene sentido, si no encontramos una reciprocidad generacional mutua desde la que compartir el objetivo de otorgar un papel protagonista a la juventud. Es decir, necesitamos una mayor empatía y un menor reproche por parte de nuestros mayores que verdaderamente suponga un ejercicio de generosidad como generación. Los datos antes expuestos, no son fruto de la casualidad. Al contrario, generan unos niveles de ansiedad y estrés dignos de los mejores tratamientos psicológicos.

Esta especie de propuesta esbozada podría denominarse “colaboración intergeneracional”, concepto que tomo prestado de Emilio Díaz, y que bien nos sirve para resumir la primera fase que, a mi juicio, debe darse en términos culturales y socioecónomicos. Aunque lo social es político -y como es obvio lo cultural también-, creo que esto debe y puede anteceder a cualquier impulso realizado desde instancias políticas o legislativas. La concienciación por parte de la sociedad sobre el papel protagonista que debe asumir la juventud y precisamente la asunción de este papel por los jóvenes sería la primera de las etapas a cumplir.

En un segundo modo, las condiciones materiales en las que se desarrolla la situación laboral juvenil deberían ser al menos reformadas si se pretende verdaderamente cambiar la realidad que padecemos. Por ende, planteando esto a nivel práctico, creo que el marco jurídico adolece de una serie de fallas y prejuicios, que deberían ser revisados puesto que nos perjudican gravemente.

El primero de ellos resulta muy evidente: la precariedad laboral y los bajos salarios nos impiden desarrollar vidas independientes de nuestros hogares familiares. En este sentido, el CJE, recogió como desde el año 2008, los jóvenes hemos perdido más de un 22% de nuestro poder adquisitivo. He aquí el primero de los prejuicios que tan bien se resume en consignas tales como: “estás en el inicio de tu vida profesional”, “los comienzos nunca fueron fáciles”, o “en el futuro te alegrarás”.

Ante ello, considero que un incremento salarial intencionado de los contratos firmados por las personas menores de 30 años sería un pequeño avance que mejoraría esta problemática. En esta línea las nuevas figuras aprobadas, los contratos laborales formativos con prácticas profesionales y formativos con alternancia de prácticas curriculares no resultan del todo perjudiciales, si bien, el aumento de los contratos fijos-discontinuos y lo barato que sale despedir a un trabajador -aún más si cabe, cuando al ser joven no tiene antigüedad alguna-, restan eficacia a las medidas adoptadas con la nueva reforma laboral.

Ha quedado claro que la tasa tan alta de desempleo juvenil en España transcurre de la mano junto con la falta de oportunidades y ofertas laborales dignas que nos permitan desarrollar nuestra vida con unos ingresos suficientes y en condiciones adecuadas. No obstante, apelo de nuevo a la empatía procedente de las generaciones superiores, por ejemplo, para que se nos deje de ver como la “generación de cristal”.

Este apelativo, que tanta relevancia mediática ha adoptado en los últimos meses, es un reflejo de como el cambio de época ha traído consigo unas condiciones muy lamentables. El aumento de la inestabilidad laboral, la incertidumbre económica y la inseguridad vital se pueden combatir, por ejemplo, con mejora -tanto cuantitativa como cualitativa- de ofertas de trabajo, subidas salariales acordes al nivel de vida o una intervención pública en el sector inmobiliario que permita a la juventud acceder a una vivienda, la cual sea la base del proyecto vital que cada cual desee construir.

No dejo de lado la noción de “generación de cristal”. ¿Realmente somos una generación “con la piel tan fina”? ¿Tenemos poca capacidad de resistencia? La percepción tiene su explicación, al mismo tiempo que es del todo incorrecta. Considero que los jóvenes como líderes de las sociedades del futuro, estamos construyendo una sociedad más plural, diversa e inclusiva y por tanto mas empática con todas las sensibilidades que surjan en el seno del colectivo. Esto ha cristalizado a día de hoy, ya que décadas atrás socioculturalmente no existía esta concienciación, por ende, ante esta responsabilidad histórica como generación creo que estamos en la obligación de dar respuesta a ello.

Con respecto a la escasa capacidad de resistencia que se nos atribuye, obedece a una lógica bien sencilla y argumentada líneas más arriba: por el mismo trabajo que realizaban nuestros mayores hoy día tenemos muchas menos posibilidades de emprender nuestra vida de manera autónoma y suficiente. Menos posibilidades tanto económicas, con una ínfima posibilidad de poder ahorrar, como temporales, ocupando el trabajo una casi totalidad de nuestra existencia.

Con lo expuesto en el párrafo anterior, es cierto que estamos ante una problemática que afecta a toda la clase trabajadora, con independencia de la edad que se tenga. Pero si bien es una situación que presenta dos agravantes para los jóvenes: imposibilita directamente para comenzar a desarrollar nuestro proyecto vital, a la vez que carecemos del soporte familiar tan fortalecido con el que contaron nuestros padres a la hora de hacer frente a las crisis que a ellos les tocó vivir.

La participación política de la juventud en las sociedades, debe provenir tanto desde la implicación activa de los propios jóvenes, así como gracias al espacio que nos faciliten las generaciones predecesoras. Sin este proceso, resultará aún más difícil que se alcancen las mejoras de las condiciones socioeconómicas y laborales anteriormente explicadas.

En definitiva, para dejar de apreciar a la juventud como la “generación de cristal”, aparcar de una vez por todas el victimismo y pasar a ser nosotros quiénes fortalezcamos al colectivo, mejorando la resistencia de cada individuo que lo integramos y así hacer frente a todas las crisis que nos vienen, con una mejor resiliencia y una mejor esperanza, considero que esa “colaboración intergeneracional” será los cimientos desde los que construir la sociedad del futuro siendo la juventud de hoy día quiénes la lideremos.

La juventud como antagonista del presente (I)

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