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La modernidad y la postmodernidad (1ª entrega)

¿De qué hablamos cuando hablamos de modernidad y postmodernidad? De dónde venimos y dónde parece que estamos

 

Me he permitido plagiar a Haruki Murakami para subtitular esta primera entrada sobre modernidad y postmodernidad. Aclarar los conceptos permite a quien lee acotar los límites del espacio intelectual en el que está situado el escrito y también quien lo redacta.

Históricamente hay períodos o edades que, con mayor o menor acierto, casi todos podemos ubicar bien. En Europa establecemos el final de la Edad Antigua con la caída del imperio romano, la Edad Media con el descubrimiento de América, la Edad Moderna con la revolución francesa y, supuestamente, desde entonces estamos en la Edad Contemporánea. Pero existe otra forma alternativa de establecer eras históricas basándonos en los conceptos de ciencia, razón y tecnología y su protagonismo en el proceso histórico. Desde ese planteamiento podemos establecer dos grandes eras: Modernidad y Postmodernidad.

Parece evidente que no podemos hablar de postmodernidad sin que nos aparezca el concepto que subyace y que, en alguna medida, lo constituye: la modernidad. Es muy complejo definir la modernidad y, como veremos más adelante, esa complejidad se traslada y se incrementa al acercarnos a la postmodernidad.

 Podemos entender la modernidad como un conjunto de procesos continuados, tanto sociales como políticos e intelectuales, que se inician en el Renacimiento y toman forma definitiva con la Ilustración. Se producen cambios en el pensamiento que van potenciando la racionalidad y el individualismo y, al mismo tiempo, que los procesos políticos modifican profundamente las estructuras de los nacientes estados y delimitan nuevas fronteras políticas y económicas, el descubrimiento de América los acelera en gran medida.  Y si bien estos cambios son paulatinos, su continuidad los convierte en profundos y totalizadores. En efecto, afectan a todas las experiencias humanas, desde la vida social, las relaciones y la estructura del trabajo el espacio habitado o el arte.

La primera vez que aparece el concepto “moderno” es en el siglo XVI y lo hace como una forma de señalar la separación entre el presente y el pasado. Y aunque en el siglo XVII los filósofos naturales experimentales se distinguían a sí mismos de las prácticas del pasado en el debate entre “antiguos” y “modernos”, fue Hegel quien dio la primera definición formal de modernidad como la persistente recreación del yo y las condiciones de vida.

Así pues, podemos considerar que el resultado de esos procesos continuados es una construcción basada en aquellas mentalidades que generaron los conceptos de evolución y progreso, en definitiva, términos emancipadores que confluyeron en las revoluciones. 

Tras Hegel, la “modernidad” se cimenta en dos metarrelatos básicos: construir la promesa de la Ilustración que aseguraba la liberación mediante el uso de la razón, y la unificación de todas las ramas del conocimiento utilizando los métodos racionales científicos y tecnológicos. La ciencia, para la “modernidad”, es una práctica representativa caracterizada por el consenso racional de quienes la practican, que establecen verdades científicas independientemente de los intereses sociales. 

El encaje temporal de la modernidad establece su límite en el final de la Segunda Guerra Mundial. Ya en 1947 los arquitectos comienzan a hablar de un estilo arquitectónico postmoderno, conocido como “arquitectura neoecléctica”, aunque su auge se produce a partir de la década de los años setenta del siglo pasado. Con el avance de la guerra fría la filosofía y la sociología comienzan a fijar y articular los variados significados de postmodernidad. En alguna medida, existe un cierto acuerdo en que la postmodernidad define nuestra sociedad desde la caída del muro de Berlín y el desmoronamiento de la antigua URSS. A finales de la década de los años sesenta del siglo XX, la cultura, la ciencia y la propia sociedad sufrieron un cambio de paradigma, concepto que había teorizado y desarrollado T.S. Kuhn en “La estructura de las revoluciones científicas”.

En este sentido existen posturas muy variadas. Todos los pensadores admiten la existencia de ese cambio, porque es evidente que fueron cuestionadas las ideas que sobre ciencia, verdad, razón y sobre el hombre mismo, tenía la “modernidad”, así como los metarrelatos de progreso y justicia que sustentaron la construcción de Ilustración en el mundo. Varios autores, entre los que podemos destacar a Jürgen Habermas y Bruno Latour, piensan que la “modernidad” es un proyecto que no ha llegado a finalizar y que todavía debemos proseguir. Igualmente nos encontraremos la “modernidad” acompañada de etiquetas que la califican; “modernidad alta” quizás sugiriendo que, del mismo modo hacemos con la Edad Media ha alcanzado una fase relativamente avanzada; “hipermodernidad” considerando que muchas de sus características están exageradas; “modernidad tardía”; “metamodernidad” indicando que varias de sus características han sido trascendidas; o “modernidad liquida” como la definía Bauman. Evidentemente para estos autores, describir nuestra sociedad como “postmoderna” es erróneo y, en cualquier caso, excesivamente prematuro. También existen otros que admiten el término “postmodernidad” pero lo consideran inscrito dentro de la “modernidad” y, por fin, quienes opinan que nos encontramos en una sociedad plenamente postmoderna y que la “modernidad” ha finalizado.

Como apreciamos el debate se originó con profundas discrepancias y su resultado se caracteriza por la confusión. De intentar analizar en que situación está la sociedad, si la “postmodernidad” existe y cuáles pueden ser sus características, delimitarla y enfrentar esas características a las de “modernidad” nos ocuparemos lo largo de esta sucesión de escritos. 

 

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