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La violencia que no cesa

Opinión/ Mª José Andrade.- Las temperaturas han bajado, caen las primeras nieves y ya comienza a oler en las casas a mazapán. Empezamos a buscar el árbol de Navidad, los adornos y toda la parafernalia que nos acompañará hasta bien entrado enero… Y esto es extensivo para todos; y cuando digo para todos también cuento con los que muestran su disgusto ante tanta comida, tanto regalo y tanta felicitación.

El contexto no tiene nada que ver con el verano, ¿a que no? Pero a mí este día, el 25 de noviembre, el día en el que la Asamblea General de las Naciones Unidas declaró el 25 de noviembre como Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer (¡Ojo, porque esto fue hace dos días, en 1999!) me lleva hasta una noche del calendario estival.

El 12 de agosto podría ser un día cualquiera si no fuera por el famoso chaparrón de estrellas: que si las Perseidas por aquí, que si las lágrimas de San Lorenzo por allá, que si las condiciones de visibilidad van a ser las óptimas, que si vamos a poder ver más de 100 estrellas fugaces cada hora.

A falta de noticias, los distintos medios lo convierten en el evento astronómico más popular del año, y para nosotros significa un día perfecto para disfrutar del mar hasta altas horas de la madrugada. 

«¿Que qué hizo?… ¿Que qué hizo?…contar en Tv que su marido le pegaba…El tío la quemó viva y no me extraña…»

No teníamos nada previsto –es lo que tienen las vacaciones, que no hay planes– así que bajamos a la playa y entre baños, lectura, conversaciones, silencios y olas fue pasando el día.

La charla nos llevó hasta el atardecer. Los colores se iban confundiendo hasta llegar la noche y allí, en la oscuridad y casi sin vernos, seguíamos respirando profundamente la tranquilidad que nos falta durante esas jornadas maratonianas de trabajo y estrés.

Las luces del chiringuito y el olor a comida despertó el hambre que habíamos acumulado durante la tarde, así que nos encaminamos hacia una cena que pensábamos iba a ser divertida.

No había mucha gente, pero aún así y dado el carácter escandaloso del español, podíamos escuchar algunas frases de otras mesas.

Llegó una pandilla de unas seis personas, eran todos hombres y,  una sola mujer. Reían, contaban chistes, anécdotas, chascarrillos y bromeaban sobre otros que no se encontraban presentes.

No sé por qué, pero de pronto las voces se tornaron serias. Ahora uno de ellos era el que concitaba toda la atención. Su voz grave sonaba tan alta que era inevitable no enterarse de nada de lo que estaba relatando: “Pues no que la tía va y lo cuenta todo en la tele… sí, en Canal Sur… ¿No os acordáis?… fue en el programa de esa presentadora que es tan graciosa, esa que es tan guapa… sí, hombre ¿cómo se llamaba?… ya me acuerdo, Irma Soriano… Tiene coj…….. la mujer. A quién se le ocurre ¿Ella no sabía que toda España se iba a enterar?… Claro que lo sabía, por eso lo hizo (se escuchó otra voz que preguntaba que qué había hecho y dicho esa mujer) ¿Que qué hizo…? ¿Que qué hizo…? Contar que su marido le pegaba…El tío la quemó viva y no me extraña…”.

Lo estoy escribiendo y se me saltan las lágrimas. Siento crecer mi enfado y mi impotencia por esa voz grave que hablaba con esa ligereza y de forma tan frívola.

La mujer que estaba con ellos ni se inmutó y yo… Mi cuerpo pedía levantarse y recriminarle el comentario pero no lo hice y ahora, en este momento, no me perdono el no haberlo hecho.

Me quedé sentada esperando mi reacción que es la de todos. No fui valiente y me faltó el amor propio para decirle que eso es lo que hay que hacer: denunciar para que todos sepan que el maltrato tiene cara, decirle al mundo que los golpes tienen color morado y gritar a esas voces graves, que disimulan su doble moral, que tras la puerta cerrada hay un infierno.

Esa “tía” era Ana Orantes. Esa mujer fue calcinada viva a manos de su marido en su casa en diciembre de 1997. Su muerte sirvió para que en el 2004 fuera aprobada la Ley Integral Contra la Violencia de Género, pero a sus hijos y a sus nietos seguro que esto no les sirve de consuelo. Y no les sirve porque los cuentos, caricias y abrazos de una madre y de una abuela no hay ley que los puedan sustituir. ¡Maldita hipocresía!

Gracias Ana