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Levantemos el ancla

Porque la ocasión lo aconseja, y sólo para que la voz de los muertos tenga una oportunidad, ponemos la inútil pluma a dibujar estériles lamentos.

 

Porque la ocasión lo aconseja, y sólo para que la voz de los muertos tenga una oportunidad, ponemos la inútil pluma a dibujar estériles lamentos. Y aunque los efluvios del presente y el hedor del pasado, enmascaran y condicionan nuestra percepción del futuro; aunque lloramos con los tristes y afligidos, aquellos que no tienen pasado ni presente, aquellos que sólo disponen de dolor y misera, nos alegramos, porque, aunque ellos aún no lo saben, ya están muertos, murieron antes de nacer, viven en una muerte latente, constituyen la “sopa primordial” y, por eso,  sólo por eso, se les permite nadar en esa especie de duerme vela o sopor vital con apariencia de vida, pero en estado de muerte cerebral.   

¡Muerte, vieja capitana, llegó la hora, levantemos el ancla!

Perdido el temor, porque ya no tienes nada que perder, soltado el lastre de la pena y la tristeza, izamos las velas y ponemos rumbo al alba. La mar océana me envuelve, me engulle. Desde aquí, entre brumas y marejadas, veo alejarse la frágil línea que separa lo sólido de lo etéreo. Allí quedan los tristes y afligidos, muertos latentes, alimentados por “entes superiores”. Estos “entes”  creen vivir y se alimentan de la sopa primordial, la cultivan, le mantienen las constantes vitales, pero se han asegurado de anular toda capacidad de regeneración o resistencia. Ahora toca decir “Si”. Ahora toca decir “No”. Todos por la derecha. Todos por la izquierda. Sentados. De pie. Mascarilla. O dices y piensas lo que “los entes” te indican, o eres un facha, insumiso, conspiranóico, subversivo. Estas muerto y no lo sabes. Te matan a diario, ellos lo saben y te lo recuerdan sin cesar. 

En este viaje sin retorno he aprendido a distinguir la vida de la muerte. Desde la popa del barco de la sabiduría puedo contemplar, no sólo a los tristes y afligidos, muertos vivientes,  también a los “entes”,  tan muertos como los anteriores, pero aún más ignorantes. Se retroalimentan, se escalafonan, se estratifican, se traicionan.  Ahh !¡Los entrañables compañeros de partido! 

Veo a los que, a sabiendas de lo arriesgado, confiando en la posibilidad de que lo inevitable, finalmente no ocurriese, los que cometieron una imprudencia dolosa, pues,  aunque no querían el resultado, aceptaron de buen grado la posibilidad y el hecho cierto de su producción. A esos que auparon a la escoria de los “entes” a lo más alto de los órganos de representación, y que,  ahora, se dan golpes de pecho, reniegan, abjuran, piden perdón y prometen una dosis extra de nutrientes para esa masa amorfa e inerte que clama, hambrienta e ignorante, desde su putrefacto lecho orgánico, más derechos y menos deberes.

Algunos saben que están muertos, en cambio, otros no. Solo la muerte te hace libre. Y estos vivos, muertos cerebrales, son la base nutritiva de la que se alimentan los “entes”, muertos a su vez,  y  que son engullidos por el ego y la perversión del más grande de los masturbadores. Te hablan, te miran, te susurran, adoptan los aires de Barry Lyndon, gesticulan, falsean, imponen, son la cosa nostra, inapelables, indiscutibles. Son ofertas que nadie osaría rechazar. 

Desde aquí se distinguen bien, muertos inconscientes que se creen vivos. Alguien debería alertarlos, estar muerto creyéndose estar vivo es morir dos veces.

Para resurgir hay que morir, pero morir de verdad, abandonar toda idea de supervivencia, de prerrogativas, de tolerancia, de indulgencia, de paguitas y subvenciones. Romper la dinámica, salir del cultivo de la sopa boba, luchar, arriesgarse, perder, y volver a luchar y volver a perder. Morir y renacer, una y otra vez. Pero nunca ser el alimento de esos muertos en forma de “entes” que, a su vez, son la base de aplaudidores y agradores que orgasmean y eyaculan al compás de la matraca del más grande de los masturbadores.