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Lo woke, el populismo y la posmodernidad: la cena de los idiotas

El término woke no es una teoría en sentido académico formal, sino una expresión coloquial sobre cuestiones de injusticia, desigualdad y discriminación.

 

Recientemente, en la sede de la Asamblea Regional de Murcia, un ilustre —que no ilustrado— diputado de la comunidad autónoma, D. Antonio Martínez Nieto, se expresó sobre la Ley de Igualdad Social de lesbianas, gais, bisexuales, transexuales, transgénero e intersexuales y de políticas públicas contra la discriminación por orientación sexual e identidad de género (LGTBI) con las siguientes palabras:

“Ha llegado la hora de derogarla, porque es un producto refinado de la cultura woke, que solo triunfa donde los gobernantes no están suficientemente preparados para afrontar la lucha cultural”.

El término woke no es una teoría en sentido académico formal, sino una expresión coloquial que alude a una conciencia social y política sobre cuestiones de injusticia, desigualdad y discriminación. Se utiliza para referirse a una postura que podríamos denominar progresista y también para describir a quienes se muestran atentos a las luchas de grupos marginados con el objetivo de promover la equidad y la inclusión. Sin embargo, aunque el término ha ido ganando presencia en numerosos contextos, también se ha cargado de connotaciones críticas. En estos casos, se emplea para señalar un exceso de corrección política, una actitud moralista o la promoción de la llamada cultura de la cancelación, que en algunos casos puede desembocar en formas de censura.

El vocablo proviene del inglés y significa “despierto” o “consciente”. Su origen se remonta a las comunidades afroamericanas de la década de 1930, con el propósito de mantenerse alerta frente al racismo. Posteriormente, en los años 60, se integró en el movimiento por los derechos civiles y, ya en el siglo XXI, cobró un nuevo impulso con el nacimiento del movimiento Black Lives Matter en 2013, tras la absolución de un policía acusado de la muerte de un joven afroamericano.Expresiones como stay woke se utilizaban para enfatizar esa vigilancia activa contra la discriminación racial y las injusticias. Pero, como ocurre con la cultura, el concepto de lo woke está vivo y en constante transformación. Cuando alguien cree haberlo comprendido, probablemente ya ha evolucionado hacia nuevas realidades. Así, podríamos definir lo woke como una forma de estar en sociedad con una permanente alerta ante cualquier forma de injusticia, aunque esa forma de estar depende, en gran medida, del contexto y de la visión de quien lo interprete.

 

Populismo: entre el pueblo y las élites

 

El populismo, por su parte, tiene una historia más extensa y compleja. Aunque sus raíces pueden rastrearse hasta el siglo XIX, tanto en el movimiento ruso Narodnichestvo (народничество) como en el Partido Populista de los Estados Unidos en la década de 1890, su desarrollo posterior ha sido desigual, adaptándose a contextos muy diversos. Mucho más recientemente, Laclau y Mouffe rechazando el determinismo económico marxista y la noción de que la lucha de clases es el antagonismo crucial en la sociedad, propusieron un modelo de democracia radical y pluralismo agonístico en el que todos los antagonismos pudieran ser expresados. Uno de los grandes problemas para definir el populismo radica precisamente en su carácter proteico, capaz de adoptar múltiples formas. Como explica Daniel Matthews-Ferrero, se han generado multiples controversias en el afán taxonómico por encajarlo, quizás sin entender que al aplicar un análisis relacional evitamos las conceptualizaciones fijas y podemos consolidar una definición alternativa. Desde sus inicios el populismo se nos presenta como un concepto difícil de definir y que aparece en realidades muy diferentes, sin una ideología fija dado que se adapta a las circunstancias y características de aquellos sitios donde brota.

No se trata de una ideología rígida, sino lo que algunos teóricos como Cas Mudde denominan una “ideología delgada” (thin-centred ideology), que necesita tomar prestados elementos de otras ideologías más amplias para configurarse. Esta “ideología delgada” necesita tomar en préstamo aspectos de otras ideologías más amplias, porque el populismo puede presentarnos múltiples caras.

Sin embargo, hay dos elementos que parecen constantes en su lógica:

1. Un dualismo radical, que divide la sociedad entre el pueblo puro y las élites corruptas.

2. Un antipluralismo profundo, acompañado de desconfianza hacia las instituciones yla política convencional.

El populismo se legitima no a través de procedimientos democráticos, sino por su presunta conexión directa con la voluntad del pueblo. Por ello, su aspiración última no es representar al pueblo dentro de las reglas del juego democrático, sino encarnarlo de manera exclusiva. De ahí que algunos líderes populistas puedan llegar a afirmar, como se escuchó el pasado 26 de julio en una campaña electoral de una de las democracias más consolidadas del mundo:“En cuatro años, no tendréis que volver a votar. Lo arreglaremos tan bien que no tendréis que votar”.

No todo lo que hoy se etiqueta como populismo lo es, pero del mismo modo, elementos que consideramos logros de la democracia liberal —como la tecnocracia o la despolitización— pueden contener en su seno el germen del populismo. Ya en 2006, Andreas Follesdal y Simon Hix publicaron el artículo Why is There a Democratic Deficit in the EU?, donde cuestionaban la afirmación de algunos autores que negaban la existencia de un déficit democrático en la Unión Europea. Según Follesdal y Hix, la UE se caracteriza por una combinación de tecnocracia y despolitización, con un Parlamento Europeo carente de iniciativa legislativa y con escaso poder para alterar las políticas implementadas. Esta falta de control democrático genera el caldo de cultivo perfecto para que el populismo reactive la fractura entre pueblo y élite.

 

Posmodernidad: el contexto compartido

 

Para comprender tanto lo woke como el populismo contemporáneo, es imprescindible analizar su sustrato común: la posmodernidad.Este término, abordado en varias ocasiones por mí mismo en este medio, sigue siendo difícil de definir. ¿Es un movimiento, un sistema o simplemente un conjunto de ideas? Quizá lo más acertado sea lo último: una constelación de conceptos que emergen desde distintos ámbitos, sin una estructura unificada, pero con ciertas características comunes.

La clave de la posmodernidad reside en la crítica a los metarrelatos que sostenían la modernidad, como la emancipación a través de la razón o la unificación del conocimiento científico bajo el método empírico. Cuestionados estos relatos, emergen el relativismo, el enfoque subjetivo y la identidad como categorías centrales, con una atención particular a las experiencias individuales y colectivas de los grupos marginados.

Este trabajo de deconstrucción se dirige a las estructuras de poder que dominaron la modernidad —patriarcado, capitalismo, colonialismo—, pero con consecuencias

divergentes. Mientras lo woke denuncia las injusticias sistémicas y busca su visibilización, el populismo presenta a las élites políticas como corruptas y desconectadas del pueblo.

La diferencia crucial radica en la noción de identidad:

• La posmodernidad enfatiza la diversidad y la pluralidad.

• Lo woke promueve la inclusión y la interseccionalidad, la idea de que distintas formas de opresión se superponen.

• El populismo, en cambio, apela a una identidad colectiva homogénea, simplificando la realidad social.¿Cena de idiotas o lucha cultural?

A primera vista, lo woke, el populismo y la posmodernidad parecen fuerzas antagónicas. Pero si los observamos con mayor detenimiento, descubrimos que comparten una profunda insatisfacción con el orden establecido y un rechazo común a las estructuras de poder heredadas.

El problema surge cuando esas críticas se convierten en dogmas. Cuando lo woke pierde de vista el pluralismo y cae en la censura, cuando el populismo se disfraza de voluntad popular para desmantelar la democracia, o cuando la posmodernidad se queda atrapada en un relativismo paralizante, asistimos a lo que podríamos llamar la cena de los idiotas: un festín donde todos creen tener razón, pero nadie está dispuesto a escuchar al otro.

Mientras tanto, la pregunta sigue abierta: ¿es posible una crítica radical sin sacrificar la pluralidad democrática? ¿O estamos condenados a elegir entre la moral vigilante de lo woke, el romanticismo autoritario del populismo o la parálisis escéptica de la posmodernidad?

La mesa está servida.