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Los Galindos: Marqués y administrador presenciaron los dos primeros asesinatos, según un hijo de Gonzalo Grañina

Juan Mateo Fernández de Córdova y Delgado narra en un libro detalles definitivos para encajar lo sucedido en Paradas hace 44 años.

 

Bajo el título “El crimen de Los Galindos, toda la verdad” acaba de ponerse a la venta con éxito en las libreras un manuscrito – así lo define varias veces su autor- sobre lo sucedido aquel verano del 75 en un cortijo de Paradas, en plena campiña sevillana.

Lo ha editado Manuel Pimentel desde Almuzara y se trata de la segunda obra polémica que afronta la editorial andaluza en su extensa labor de edición. La primera fue el libro de memorias de Manuel Prado y Colón de Carvajal, “Una lealtad real”, libro que en un primer intento de publicación fue “secuestrado” en la imprenta por dos monárquicos andaluces de nuevo cuño y muy próximos a Juan Carlos : Javier Benjumea Llorente y Jerónimo Paéz López. Aquel libro, no obstante, paso sin pena ni gloria y fue publicado con correcciones que Prado incorporó al final, más delicado de salud, tras comprobar cómo “El Señor” le había dejado abandonado a su suerte judicial y a su enfermedad.

 

Los Galindos: habla un testigo de primera fila

El libro sobre el suceso de Los Galindos, escrito por Juan Mateo Fernández de Córdova y Delgado, el tercero de los hijos del Marques de Grañina y de Valparaíso, adquiere especial relevancia porque su autor fue testigo en primera fila de aquellos acontecimientos siendo un chaval adolescente de 15 años.

Fernández de Córdova y Delgado deja, negro sobre blanco, aseveraciones verdaderamente escalofriantes, culpando directamente a quien fue su progenitor – y lo desheredó dejándole solo ‘la legitima’- de haber estado presente y, de alguna manera participado en la comisión de los dos primeros asesinatos, el de Manuel Zapata y su mujer Juanita Martín Macías.

 

El móvil fue económico

 

Pero para entenderlo todo mejor hay que referirse al móvil que había detrás de lo que a priori solo iba consistir en amenazas o, en el peor de los casos, darle una paliza al capataz Zapata para que no hablara de algo “grave” con Sevilla, algo que sabían él y su mujer.

Portada del libro de Juan Mateo Fernández de Córdova sobre el crimen de Los Galindos, editado por Almuzara.

Según la narración, el Marqués de Grañina, administrador de una gran fortuna en fincas que eran propiedad de su familia política, los Delgado, era prisionero de una trama, una mafia local queda dibujada, que se habría organizado entorno al sector de las cooperativas, concretamente en la denominada CODUVA y a la cooperativa de crédito Caja Rural de Utrera que nada tiene que ver con Caja Rural del Sur. Gonzalo Fernández de Córdova y Topete, con su título de Marqués y su graduación de comandante retirado del Ejército, parece que estaba bien trincado por la trama blanqueadora, hasta el punto de acudir con su administrador y un sicario, – Curro se le llama crípticamente en el libro – “para convencer” a Zapata de que no viajase ese día 22 de julio a Sevilla a chivarle al suegro del marqués cómo su yerno, compinchado con el clan de Utrera, le estaba robando millones de pesetas a “la casa”, esto es a la familia Delgado.

 

 

 

El misterio del viaje del marqués a Málaga

En el libro se desmonta la versión de la estancia en Málaga, para un entierro, del marqués el día de autos y cuenta que aquella mañana viajó en tren desde Málaga hasta Arahal donde le esperaba Don Antonio, su administrador y cómplice, y desde la estación se fueron a Los Galindos donde empezó a representarse la gran tragedia. El marqués, después de las dos primeras muertes ( Zapata y Juana su mujer) volvió a coger el tren dirección Málaga para volver de noche en coche con su hermano Álvaro a Sevilla que, sin ser partícipe, fue cómplice de su hermano en la coartada según el libro. Fue al llegar a su casa en la Avda. de La Palmera donde el marqués se “enteró” oficialmente de la masacre de Los Galindos. Gonzalo Fernández de Córdova quedó impresionado al saber que no solo fueron dos los asesinados, asesinatos que él y su administrador presenciaron según el libro, que, tras su marcha del cortijo, el sicario del clan de Utrera había acabado con tres más, entre ellos el matrimonio González.

La presencia en el escenario de Asunción Peralta, la joven esposa de un González con 27 años, fue algo inexplicable para todos desde el principio porque no cuadraba su presencia en el cortijo. Incluso para la eternamente enlutada madre de González, Concepción Jimenez, con la que tantas horas compartí charla en su casa de Paradas sobre todo este tremendo drama familiar y social.

Juan Mateo encaja a la perfección en su narración al contar que Asunción Peralta estuvo allí para que Juanita, que estaba enferma, no se quedase sola mientras Zapata iba a Sevilla a destapar la olla de mierda y corrupción en la que había metido el marqués a la familia Delgado, propietaria de las fincas y sus respectivas producciones. También se entiende que el trabajador Antonio Fanet no estuviese en la casa como era habitual; Zapata quiso evitar testigos de su viaje a Sevilla del que no debía enterarse absolutamente nadie. Solo confió en Pepe González y su mujer. Parece que el capataz, exguardia civil, hombre recto, honesto y leal con Manuel Delgado, era consciente de lo que suponía dar la voz de alarma en aquella familia y en aquellos momentos de cuenta atrás para el terrateniente.

El control del teléfono familiar por parte del administrador Antonio Martín en Sevilla logró que supiesen con antelación, don Antonio y el marqués, que Zapata iba a ir a hablar con el suegro de Don Gonzalo, postrado en una cama en fase terminal con cáncer de pulmón en aquellas fechas. Por eso fueron a su encuentro en el cortijo por la mañana, según el libro, para impedir como fuese ese viaje y que no estallase el escándalo que se ocultaba tras la ‘cosa nostra’ utrerana.

Otro de los misterios que quedan al descubierto es el supuesto lavado del cadáver de Juanita, con la cabeza destrozada por los golpes con el “pajarito” de la empacadora. Nadie acudió a “lavar” la cara de la mujer del capataz como se dijo repetidamente. Fue Tundra, la perrita que había sido del autor del libro y que regaló después a Zapata, la que lavó la cara de su dueña lamiéndola a ver si la reanimaba. El animal lo vio todo, estaba en pánico. Tundra, la perrita bodeguera, fue la que acabó descubriendo el cadáver de su dueño Zapata, 48 horas después, detrás del cortijo junto a un olivo, enterrado en paja. Allí Tundra hizo guardia durante horas, escarbó la paja y dejó a la vista los botines del capataz.

Y ese punto, el del cadáver de Zapata, también lo aclara el libro con todo lujo de detalles contados, según parece, por la madre del autor del libro.

 

Imagen del primer atestado de la GC en Los Galindos. Rastro de sangre de Juana Martin, esposa del capataz. Según el libro el marqués y su administrador presenciaron sus muertes.

 

El cadáver de Zapata fue escondido en la casa señorial de Los Galindos

El cuerpo sin vida del capataz fue escondido inicialmente en un armario de la casa señorial de Los Galindos, de la que solo tenían llave el marqués y la marquesa. Allí lo tuvieron oculto dos días y a la segunda noche, cuatro de la madrugada, el marqués y el administrador, fueron los que trasladaron el cadáver al lugar donde finalmente fue hallado en avanzado estado de descomposición con más de cuarenta grados en la zona en aquellos días. El forense dictaminó, encajando con la versión del libro, que Zapata había sido el primero de todos en morir asesinado. Mientras trasladaban el cadáver quedó un charco de sangre visible en la cocina, mancha que al día siguiente vio la marquesa y procedió a limpiarla sin que nadie lo supiese nunca hasta que se lo contó a su hijo.

Al libro le sobran algunas páginas, se repiten datos, escenas y argumentario, pero en su conjunto traslada perfectamente el guion de un thriller que supera con creces -dado quien lo cuenta  y con datos que nunca fueron de dominio público- toda la narrativa que el caso Los Galindos ha arrojado desde 1975.

Impresiona conocer tan de primera mano y en la primera persona de un hijo la sangre fría del marqués, quien me confesó una tarde que el caso de Los Galindos “no era un crimen perfecto”, que si se hubiesen “dejado de tanto respeto por los Derechos Humanos (la Guardia Civil)  y se hubiesen dado unas tortas bien dadas, aquí se hubiese aclarado todo” dijo el marqués ante un micrófono de la SER, cadena donde realicé numerosos trabajos informativos sobre Los Galindos. De hecho, fue a raíz de un extenso reportaje de investigación en ‘Hora 25’ sobre los crímenes de Los Galindos cuando el entonces Juez de Marchena, Heriberto Asencio, decidió reabrir el caso por nuevas evidencias presentadas por el abogado de la familia Gonzalez, Manuel Toro Martinez, y ordenar las famosas exhumaciones en Marchena en las que fui el único periodista presente un par de días enteros con parte de sus noches. Por aquellos juzgados de Marchena también deambulaba un jovial juez cordobés, Pepe Castro, tipo entrañable que, con el paso de muchos años, se haría famoso por instruir el Caso Noos en Palma de Mallorca y meter al cuñado del Rey en la cárcel.

 

Gonzalo Grañina, cruel, dominante, avaricioso, golfo…

Juan Mateo Fdez de Córdova dibuja en su relato la figura de un padre cruel, dominante, avaricioso, golfo, egoísta, delincuente en definitiva hasta situarlo en el escenario como cómplice activo de un crimen que no cometió, pero que dice que presenció y del que pudo hasta ser autor intelectual. Solo una vez escuché un testimonio similar que colocaba al Marqués de Valparaíso y de Grañina camino de Los Galindos aquel 22 de julio de 1975, avanzada la mañana. Fue Concepción Jiménez, la madre de Pepe González al que la Policía le había cargado todas las muertes, incluida la suya a lo bonzo sobre un pajar, la hipótesis más ridícula de todas. Ella juraba y perjuraba que habían visto ese día el Mercedes del marqués con el administrador pasar por delante de su casa camino de Los Galindos. Y que junto a Don Antonio que conducía iban el marqués y otra persona más que ella creía podría ser un familiar del administrador. Pero aquel dato, contado por una madre doblemente golpeada y muy dolorida, parece que no fue suficiente para la correspondiente pesquisa policial en su momento. Según el libro las coartadas habían sido perfectamente planificadas por el marqués, tal y como sucedió en la realidad. Tuvieron que mover muy pocas fichas para que el escenario no les fuera adverso, liberados de cualquier sospecha.

 

Una película inspirada en la obra de Alfonso Grosso «Los Invitados» fue rodada por Victor Barrera, levantando gran indignación en Paradas, especialmente entre las familias de los asesinados.

 

Mala opinión de la prensa en general

Llama la atención de principio a fin del libro el trato despectivo que dispensa el autor a los periodistas y medios en general que en estas décadas se ocuparon del caso Los Galindos.

En tanto que he sido uno de los muchos periodistas que ha abordado la cuestión con cierta insistencia desde el reportaje emitido en Hora 25, no me siento censurado en ninguna de las referencias que hace a prensa y periodistas el Sr. Fernández de Córdova, algunas veces sin faltarle razón. No obstante, conviene dejar constancia de la injusticia que supone censurar a todos los periodistas, sin distinción, por cómo han abordado el caso. Opinar de lo sucedido hace años, instalados en la visión y los medios actuales disponibles, es además de una injusticia un error de valoración. No todo el periodismo que ha generado en 44 años el crimen de Los Galindos es bazofia como da a entender, ni mucho menos.

 

Puestos a la crítica y a sacar punta se puede suponer que aquel chaval de 15 años que vio y oyó casi todo los sucedido aquellos días del terrorífico verano del 75 fue creciendo, que tuvo una edad más madura y raciocinio suficiente como para, en su momento, haber aportado al Juez Especial para el caso Los Galindos, Antonio Moreno Andrade, nombrado tras las exhumaciones, todos los datos que ahora publica y que ha ido conociendo a lo largo de su vida. Quizás entonces hubiese tenido más valor todo lo que ahora ve la luz porque, entonces, la causa no había prescrito y el sumario podría reabrirse. (Por cierto, dice que el sumario de Los Galindos lo perdió la Junta de Andalucia en un traslado. Sin embargo parece ser que ‘alguien’ se guardó una copia entera del sumario en Marchena e incluso lo enseña en confianza. Todo controlado pues).

No parece pues muy estético a primera vista salir a criticar a los demás sin explicar por qué no habló con el juez o por qué no llamo nunca a ningún periodista al que hiciera partícipe de sus sospechas arrastradas desde la adolescencia. Seguro que hubiese encontrado discretos periodistas en su investigación, aunque comprendamos que no lo hiciera nunca. El libro, por tanto, no persigue la Justicia con mayúsculas porque ya no puede ser, solo limpiar la memoria de los asesinados, personas muchas veces maltratadas por el periodismo sensacionalista, cosa en la que tiene razón el Sr. Fernández.  Y todo sucedía en un contexto político  y social con la flebitis de Franco, el Sahara, la marcha verde y un crimen de tal magnitud fue hábilmente manejado como entretenimiento social por las autoridades del Ministerio de la Gobernación en la época de toros y futbol.

 

El marqués pidió ayuda a Capitanía

Portada del libro del periodista Paco Pérez Abellan, uno de los grandes reporteros de la crónica negra en España que se ocupó del caso Los Galindos desde primera hora.

Siempre que he vuelto a escuchar la grabación del marqués de Grañina diciendo lo de los “dichosos Derechos Humanos” me he acordado de lo que durante aquella investigación de meses me contó en el salón de su casa en Sevilla el ya retirado Coronel Cuadri, Jefe de la Comandancia el día de autos y máximo responsable de la Guardia Civil en la provincia. A él le llegaba todo lo que pasaba en Paradas en tiempo real y a él acudían a preguntarle novedades todos. También a quejarse. Fue cuando defendió, fuera de micrófono, al cabo comandante Raúl Fernández del que habló muy bien como profesional. Para, a renglón seguido, decirme que le tuvo que frenar porque le llamaron desde Capitanía, de parte del General Merry Gordon, dándole instrucciones sobre los métodos a emplear en los interrogatorios de Los Galindos. Cuadri añadió: “el cabo comandante quería meter la cabeza del administrador en una pileta con agua hasta que hablase y luego la del marqués con el mismo objetivo, pero lo paré a tiempo. El cabo estaba muy encendido tras la aparición del cadáver de Zapata, sus sospechas se centraron sobre el marqués y su administrador” recordaba entonces el ya fallecido Coronel Cuadri. Los mismos sospechosos, don Gonzalo y Don Antonio, que el cabo Raúl Fernández había permitido pernoctar en la zona noble de Los Galindos la primera y la segunda noche, so pretexto de que conocían bien a Zapata y que iría a entregarse a su patrón sin oponer resistencia. Según el libro ya tenían oculto el cadáver de Zapata en un armario de la casa del marqués, doblado. De ahí la forma extraña en la que apareció en cuerpo bajo la paja, como si hubiese estado metido en el capó de un coche.

Cuando Grañina me dijo lo de “los dichosos Derechos Humanos” siempre intuí que le llegó a ver las orejas al lobo y que para ello sacó brillo a la estrella de comandante y a los títulos de nobleza, vía jerezana con el general Merry. El marqués quedó bien ante cierta opinión publica al proclamar lo de las ‘dos tortas bien dadas’ y menos miramientos con los sospechosos; exigía de la G.C. la mano dura que él había evitado llamando a Perico Merry a Capitanía.

 

La valentía de publicar este libro

Volviendo a la obra de Juan Mateo Fernández de Córdova  lo primero que
conviene decirle es ¡gracias! Gracias por tener la valentía en primera persona de desnudar a toda su familia, conocedora de claves que nunca conocimos, con el objetivo de que sepamos “la verdad” de alguien del círculo de la familia Fdez de Córdova-Delgado y Los Galindos, tradicionalmente cerrados a la prensa

Como ávido lector y seguidor durante décadas de este múltiple crimen y su investigación, opino que estamos ante el relato más creíble de todos los que se han publicado desde hace más de cuatro décadas. Y parece que no será el único del mismo autor. Efectivamente, tal y como él mismo apunta, se hace necesaria la segunda parte sobre el móvil y la trama. Lo complicado muchas veces se fabrica con cosas sencillas como en este caso. Nadie planificó muertes pero hubo cinco personas asesinadas, inocentes todas que murieron sin estar inicialmente en el guión de los visitantes. Las armas homicidas también fueron improvisadas, un hierro de una maquina y una escopeta paralela con un percutor roto que solo disparaba un cartucho.

Pero no son inocentes desde la publicación de este libro, lo son oficialmente desde que el juez Asencio exhumó los cadáveres en el cementerio de Paradas y se supo fehacientemente que los González también habían sido asesinados y quemados posteriormente, quedando desmontada en el sumario la increíble tesis policial. Todos los presentes, juez, Guardia Civil (capitán Diaz Trigo), policía judicial ( el inspector José Antonio Vidal) y yo mismo pudimos ver al microscopio del Dr. Luis Frontela, instalado sobre la mesa del  mortuorio del cementerio, los trozos del cráneo de Pepe Gonzalez astillados por un fuerte golpe según nos relató in situ el forense.

 

Juan Mateo Fernández de Córdova en una imagen de Abc de Sevilla. De fondo vista aérea actual del cortijo Los Galindos.

 

Objetivo: unir a las familias enfrentadas

Sí es muy relevante el objetivo del autor del libro de unir a las distanciadas familias que han sufrido durante décadas el dolor, la sospecha y el alejamiento al no saberse la verdad de lo ocurrido. Más bien al contrario, en un plis plas la policía dio carpetazo, y echó las culpas a uno de los muertos de haber matado a los demás; todo hasta que un periodista de Radio Sevilla de la Ser se le ocurrió preguntar, en una rueda de prensa en sede policial, por la marcha de las investigaciones de Los Galindos,  respondiendo el comisario de la Brigada  de Investigación Criminal que aquello estaba resuelto hacía tiempo y que  para ellos el asesino no era otro que el tractorista Pepe González.

El libro desmonta con una narración muy comprensible cualquier sombra de duda que aún permanezca en Paradas. Hará bien la lectura de este libro a una sociedad mucho más desconfiada y temerosa desde el verano del 75.

 

Lo que se intuye pero no cuenta este libro

Quizás lo más interesante del libro sea, a día de hoy, aquello que se intuye y que no se publica. En las últimas páginas se nota que el autor ( y el lector) se ha calentado con el tema, se repite algunas veces, quizás también se perciba la mano amiga de algún jurista advertidor de querellas.

Cuando dice que cree que se ha cruzado recientemente con el sicario Curro, que calcula debe tener cerca de 70 años, no parece que esté hablando de un matón de los bajos fondos de Marsella. Vive aquí, sigue aquí y desde el libro le ofrece que hable, que le cuente y le confirme su tesis, que respetará su anonimato incluso. A veces da la impresión de que sitúa al tal Curro demasiado cercano a sus dos acompañantes de aquel día, (marqués y administrador) y lo aleja cuando mata y la sangre de Zapata mancha el suelo de Los Galindos. Lo que queda entendido es que sabe quién es el criminal y que ambos se conocen.

No oculta el tercer hijo de Gonzalo Grañina que es miembro de una compleja familia, donde hay o ha habido mucho dinero, donde se intuyen relaciones inexistentes o escasas, y al autor parece a estas alturas de su vida que no está muy dispuesto a andar con contemplaciones con nadie. Quería desahogarse, contar lo que sabía e intuía y quedarse tan pancho con su conciencia y de paso devolver parte de la dignidad arrebatada a algunas de las víctimas.

Hay también revelaciones que contextualizan a la familia. Habla de la extraña separación de los marqueses al poco tiempo de la tragedia, de la lucha en los tribunales por las gananciales del matrimonio y cuenta esa llamada de teléfono al marqués tras los asesinatos, viviendo en Sevilla, donde al descolgar solo se escuchaba caer una moneda sobre una mesa y así día tras día hasta que Gonzalo Fernandez de Córdova decidió cambiar su vida, separarse, irse a vivir a Jerez y olvidar a casi todos sus hijos y, por supuesto la pesadilla de los Galindos.

Y en nebulosa queda una misteriosa cuenta en la Caja Rural de Utrera con más de once millones de pesetas de la época – un millón de euros de hoy- que solo podían sacar sus padres, los marqueses, y que nunca sacaron. Este párrafo del libro pone los dientes largos al lector:

«La clave de todo -escribe Juan Mateo- no solo está en los once millones de las antiguas pesetas del año 1975, pero cuando se investigue qué ocurrió con aquel dineral, se sabrá qué otros escándalos se taparon con aquel terrible suceso y lo más importante quien estuvo o quienes estuvieron detrás de todo. Quién o quienes mandaron al asesino Curro a ‘convencer’ a Zapata».

Como habrán adivinado el libro es de obligada lectura para quienes, alguna vez en estos 44 años, se interesaron por el quíntuple asesinato de Los Galindos. Gonzalo Grañina tenía razón en una cosa: la investigación policial fue un desastre, dejaron que Los Galindos se convirtiera en una feria. Fue cierto y por lo que ahora se ha sabido él tenia suficientes conocimientos para calificar de desastrosa la actuación de la GC que, de inmediato, fue relevada por la Policia en las pesquisas que nunca llegaron a dar con los asesinos.

 

Imágenes del primer atestado. A la izquierda , colocado sobre la cama, «el pajarito», el diente de una empacadora que fue el primer arma homicida. A la derecha reguero de sangre dejado por el cuerpo de Juana al ser trasladada.