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Los partidarios

Ni Gabino, ni Teófila, ni siquiera Arenas que ganó, tuvieron la infeliz ocurrencia de fletar discordias a tutiplén en autobuses de la poca vergüenza.

 

Fue una metáfora perfecta del espíritu que mueve las ideologías de nuestro país. La derecha tenía dentro del Parlamento andaluz a los partidarios de JuanMa, asistiendo en silencio pero eufóricos, sentados y en orden, al debate más importante del año. La izquierda los tenía fuera del Parlamento agarrados a la pancarta y soplando silbatos de música rancia de tono único, protestando con pareados de rima fusilable contra la democracia andaluza, con la excusa de la igualdad feminista por recurrente bandera. En la calle, sí, porque así es donde ellos ejercen mejor de dialogantes: si esto no se arregla, guerra, guerra, guerra; si esto no se acaba, tralla, tralla, tralla.

 

Tan dialogantes parecían que al paso de Celia Villalobos sin su Candy Crush, con ese garbo que pone la malagueña al caminar, la acompasaron unas palmas de rechazo, alguna peineta espontánea y un grito de consuelo a la excitación del/la vociferante: la llamaron “puta”. Todo tan progre, fino y pleno de respeto a una mujer.

 

 

La diferencia entre unos y otros está en comprobar, empíricamente, que ninguna de las tropecientas investiduras del PSOE andaluz tuvo el adorno coral en la calle que tuvo el debate de investidura de JuanMa Moreno.

 

 

Ni Gabino, que perdió, ni Teófila que también perdió, ni siquiera Arenas que ganó, tuvieron la infeliz ocurrencia de fletar discordias a tutiplén en autobuses de la poca vergüenza, para ir a protestar porque los andaluces prefirieron votar al rival, en número superior al que los votara a ellos.

 

Y esa enconada disputa la disfrazan de derechos contra la derecha, porque les avergüenza reconocer que sus Ere, sus Faffe, esas sus putas con coca y demás putiferios, han llevado a sus votantes a elegir entre quedarse en casa sin votar, sacar el espíritu de rabia más acrisolado y votar a Ciudadanos, o, directamente, hacerles una peineta a sus excesos votando a Vox como forma de demostrar su más radical protesta.

 

Ruido, mucho ruido. Exageración y demagogia. Mucha exageración y abundante demagogia. No vaya a ser que se enteren que nosotros hemos dado lugar a esto con nuestro desfalco de la honestidad prometida. No sea que por falta de ruido, de hipérboles y metáforas gráciles y ocurrentes, se fijen en nosotros y nos pidan cuentas de hacia dónde llevamos al PSOE.

 

Eran las cinco en punto. El 16 de enero de 2019, en el crepúsculo de la tarde, el PSOE andaluz dejó de ser el marinero de luces que siempre cruzara la bahía. Atracó el barco en el puerto de las Cinco Llagas, y entregó el timón al nuevo capitán de la nave. Arriaron velas quienes atizaban a la vez la calle, los que prometen severidad ahora, que serán oposición, tras tantas oportunidades fallidas de demostrar su eficacia a los mandos cuando nos gobernaban. Y había allí muchos marineros del nuevo capitán, dispuestos a lucir su pañuelo al viento saludando a la nave, eufóricos, porque la espera fue larga. Treinta y seis años seguidos amaneciendo en el mismo puerto, mirando a través del amanecer y preguntándose cuándo le tocaría a su patrón guiar el barco. Ahí lo tenéis marineros, todo vuestro, les dijo JuanMa, vayamos juntos a navegar hasta el próximo puerto. Feliz singladura, capitán. Y feliz puerto, allá donde toque arribar, le contestaban sus partidarios.

 

Mientras, los de enfrente, partidarios hegemónicos del partido de siempre, salían compungidos descargando de lastre los pétalos de su marchita rosa. Diciendo adiós a gobernar, y ni siquiera hola a quien nos gobierna ya. Más bien un “te vas a enterar, JuanMa”. Y Pedro Sánchez tan feliz: por fin terminó con lo que quedaba de Susana.