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Luis Cernuda y los cien años de surrealismo

“Porque algún día yo seré todas las cosas que amo”, escribe Cernuda desde la triste perspectiva de una patria, tras la guerra civil, convertida en distopía y oscuridad.

 

“Yo creo firmemente en la fusión futura de esos dos estados, aparentemente contradictorios: el sueño y la realidad, en una especie de realidad absoluta, de superrealidad”, escribió André Breton en el Primer Manifiesto Surrealista, hace ahora cien años. Y es que el surrealismo, es algo más que una vanguardia, que un movimiento artístico, es antes que nada una manera de estar en el mundo, una poética vital. De ahí que resulte una práctica que mantiene su vigencia, su flujo incesante, un siglo después. La palabra surrealismo, por cierto, se la debemos a Apollinaire (atleta de los caligramas, sospechoso del robo de La Gioconda). Inventó el término en una carta fechada en 1917 al poeta belga Paul Dermée, y volvió a emplearlo ese mismo año, con motivo del estreno de su obra de teatro Las tetas de Tiresias, a la que calificó de “drama surrealista.” Lo que propone el surrealismo es un camino absolutamente distinto al racional, donde lo sobrenatural queda desplazado por lo maravilloso y donde se alcanza una armonía “entre el latido del corazón y el ritmo de las estrellas”, en palabras de Pierre Mabille. Una experiencia transformadora que nos conduzca a la “plena vida”, presidida por la libertad, el deseo y la poesía (sin que se altere el resultado permutando el orden de los fundamentos).

Volviendo a Bretón, afirma que  el surrealismo “Es un dictado del pensamiento, sin la intervención reguladora de la razón, ajeno a toda preocupación estética o moral”. En su manifiesto presenta la “escritura automática” como la que realmente expresa el pensamiento sin barreras, que favorece el despliegue de la imaginación y propone prescindir de las reflexiones y del análisis racional “…que distorsionan el producto del pensamiento puro”. Al mismo tiempo le da suma importancia a la fuerza de las imágenes y a los sueños, que suelen combinar visiones muy lúcidas con verdaderos absurdos…

Es otra forma de ver la realidad. “Una realidad absoluta, una irrealidad” que dio lugar a un movimiento que se oponía con firmeza a la mecanización de la sociedad. El surrealismo se forjó como un pensamiento anclado en la literatura pero pronto se extendió a otras expresiones del arte como el cine (Luis Buñuel), la plástica (Salvador Dalí), la música (John Cage). Intentaba trascender los límites del arte para invadir los problemas mismos de la vida y de la sociedad. El surrealismo se convierte así en una verdadera concepción del mundo, su influencia ha sido y sigue siendo fundamental en todos los esfuerzos renovadores en el campo de la cultura.

En Málaga Luis Cernuda trató con el poeta José María Hinojosa, quien, al igual que el lírico sevillano, sentía una fuerte atracción por el surrealismo y pronto compartiría la dirección de la revista Litoral. El surrealismo no fue una ráfaga episódica y baladí en nuestra historia literaria, sino una presencia sustantiva de la que fueron activos cofrades algunas de las voces más representativas de la poesía de entonces. Los años en que, impelido por la rebeldía de su mundo interior, Cernuda se deja arrastrar por el alborotador universo del surrealismo enraizado en los ámbitos más íntimos de su personalidad, se proyecta no solo sobre la importante obra poética que escribió en ese período, sino también sobre el ideario expuesto en sus artículos de crítica y, en general, sobre el conjunto de la desafiante actitud que le vemos sostener en aquel tiempo. La vindicación y afirmación de su homosexualidad supondrá también un instrumento de rebeldía en el ámbito ético. Ello tiene un cauce intelectual en el surrealismo y el magisterio de André Gide. El propio Cernuda escribió a finales de los años cincuenta del pasado siglo: 

“Por idénticas fechas, sobre todo (1924)  comencé a leer a André Gide, del cual Salinas me dejó primero, no sé si sus Prétextes o sus Nouveaux prétextes, y luego sus Morceaux choisis. Me figuro que Salinas no podía suponer que con esa lectura me abría el camino para resolver, o para reconciliarme, con un problema vital mío decisivo. De mi deuda para con Gide algo puede entreverse en el estudio que sobre su obra escribí entre 1945 y 1946. La sorpresa, el deslumbramiento que suscitaron en mí muchos de los Morceaux, no podría olvidarlos nunca; allí conocí a Lafcadio, y quedé enamorado de su juventud, de su gracia, de su libertad, de Su osadía. No creo que los pocos versos que escribí en 1951 (In memoriam A.G.), al morir André Gide, puedan dar al lector cuenta bastante de cuánto significó su obra en mi vida”

El malestar y la rebeldía del movimiento francés es evidente que habían arraigado en el poeta hispalense, llegándole, además, mediante las lecturas de otros autores franceses hermanados en espiritualidad, como Lautréamont –de quien le había pedido al librero Les chants de Maldoror y Préface a un livre futur- Y como Baudelaire, Rimbaud y André Gide. Es un período de muchas inquietudes personales y colectivas que, sin embargo, el poeta sevillano parece reprimir y así, entre 1927 y 1928, y tras la publicación de Perfil del aire, Cernuda compuso su “Égloga”, su “Elegía” y su “Oda”, tres largos poemas escritos  bajo el metro de Mallarmé y Garcilaso. Bellos ejercicios formales que no traslucían la frustración y rabia que el joven poeta padecía en su interior. Luis Cernuda conoció el surrealismo en la poesía de Paul Éluard y pronto lo hizo algo suyo. Y esa claridad de pensamiento y actitud se da por primera vez en el Cernuda que escribe en Madrid, durante el tiempo seminal de la República, el libro que significativamente titulará Los placeres prohibidos, placeres que desde la visión de Cernuda son los que según el verso de Lord Alfrend Dougklas constituían “el amor que no se atreve a decir su nombre.”

“Porque algún día yo seré todas las cosas que amo”, escribe Cernuda desde la triste perspectiva de una patria, tras la guerra civil, convertida en distopía y oscuridad. Y el surrealismo como una realidad cercana al deseo.