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“Manifiesto OFF, una raya en el agua”

Desde que apareció ChatGPT han aflorado varios manifiestos pero este es el único limitado al ámbito nacional.

Resulta curioso que el existencialismo que es un paraguas compartido por buena parte de los promotores del ”Manifiesto OFF” quede cuestionado por un texto que los acaba identificando más bien como luditas del siglo XXI. Lo que dicen constatar no está científicamente respaldado, y aún menos validado, no pasando por tanto de ser hipótesis sostenidas a partir de meros indicios.

El manifiesto no tiene en cuenta la complejidad cultural de un mundo globalizado, dando por hecho que los occidentales somos los “buenos” y por tanto los que deberíamos liderar su presente y su futuro, rezumando así un cierto espíritu neocolonizador.

Son tantas las incógnitas aún por despejar sobre el futuro de las tecnologías emergentes y sus aplicaciones que hacer público en estos momentos un manifiesto sobre un futurible que podría alterar hasta el propio modelo de sociedad no parece demasiado oportuno.

Un manifiesto que se limita a identificar algunos supuestos problemas y a proponer parches sin abordar el fondo de la cuestión, no pasa de ser una raya en el agua y un lujo cultural que denota cierta candidez de sus promotores, así como algo de soberbia intelectual.

Desde que apareció ChatGPT han aflorado varios manifiestos pero este es el único limitado al ámbito nacional y también el que no cuenta entre sus firmantes con profesionales de reconocido prestigio del área del conocimiento científico, ni del tecnológico, y con cierto sesgo hacia el jurídico y el económico.

Se trata de un texto manifiestamente mejorable en su redacción y con una configuración engorrosa, algo que no es habitual en las obras y colaboraciones en medios de comunicación de algunos de sus promotores, generalmente cuidadosos hasta la exquisitez con sus escritos y sus exposiciones públicas, lo que denotaría una cierta precipitación en su presentación.

Las tecnologías emergentes, y en concreto la IA, representan una potencial aportación sumamente positiva para la humanidad por parte de la ciencia que le podría permitir avances sustanciales plasmados en un empleo mucho más eficiente del potencial cognitivo de los seres humanos, amén de un paso de gigante en campos concretos como el del bienestar y la salud, individual y colectiva, y el de la educación.

El manifiesto está impregnado del espíritu pesimista de la obra de Shoshana Zuboff, “La era del capitalismo de vigilancia”, y en él brilla por su ausencia un posicionamiento sobre el gran cambio superestructural que se avecina: la desaparición del capitalismo fordiano, la muerte de un mundo antiguo que no acepta su final, y el surgimiento del nuevo, el capitalismo de plataformas, del que está aún por determinar cómo se configurará, y mientras tanto emergen los luditas cual monstruos gramscianos integrados por grupos a la búsqueda de apalancar un espacio propio durante un periodo de transición que no se aventura corto.

Hay que reconocerle una virtud incuestionable: la voluntad de los firmantes de ser proactivos, en contra de lo que suele ser lo habitual en nuestra sociedad, pero su inmadurez formal da lugar a que su contenido sea más propio de un manifiesto reactivo al que no acompaña la suficiente inteligencia creativa.

Sus propuestas promueven implícitamente la humanización de las tecnologías ante un hipotético grave peligro que podría implicar desde la pérdida de la entidad humana como tal, incluyendo su corporeidad, hasta la desaparición de la especie, transmitiendo así un derrotismo contagioso sobre nuestro futuro.

En mi opinión, hacer bandera del humanismo tecnológico representa un error de base, dado que la tecnología es una herramienta fruto de la implementación del conocimiento científico que en un mundo binario, tal como es el de las sociedades occidentales, es perfectamente controlable mediante el desarrollo de un acervo normativo similar al de otras ocasiones históricas, recordemos el caso del empleo de la energía nuclear desde la Guerra Fría.

Si realmente se desea crear un entorno de seguridad para la humanidad esa virtualidad debería aplicarse a la ciencia, no tanto a la tecnología, porque una vez que la investigación científica ha fructificado en la aparición de una tecnología concreta ya no hay vuelta atrás y a partir de ahí la última palabra la tendrían no sólo la política como la responsable de organizar la sociedad, también, e incluso con mayor peso ponderado hoy, los poderes fácticos económico- financiero y el de las jerarquías religiosas, amén del militar. Va de soi que se debería promover que su uso exclusivo lo fuese para mejorar la calidad de vida de las personas, penalizándose a los que las emplearan para otros fines

Por otra parte, algunos de los grandes saltos históricos de la humanidad están vinculados al lenguaje y el manifiesto ignora las aportaciones que en este sentido podrían aportar las tecnologías emergentes. El neolenguaje fruto de la convergencia entre la Inteligencia Artificial y la Inteligencia Humana acabará reflejándose en un uso más eficiente del potencial cognitivo de los individuos, un cuarto nivel del lenguaje humano que nos permitiría seguir avanzando culturalmente; el primero fue el lenguaje oral, el segundo el gráfico y el tercero el impreso, fruto del nacimiento de la imprenta.

Tampoco hemos encontrado en el manifiesto ninguna referencia a la que acabará siendo la verdadera revolución tecnológica del siglo XXI: la aplicación del conocimiento cuántico al campo de la computación, lo que podría modificar incluso la idiosincrasia de una sociedad que tendría la oportunidad de aparcar definitivamente el perfil binario de su escala de valores, permitiendo así que sus miembros puedan disfrutar de un nuevo enriquecimiento cognitivo gracias a la normalización social de la escala de grises.

Finalmente y a título indicativo, creo que una regulación eficaz y sostenible de la implementación de las tecnologías emergentes fruto de la investigación científica debería cumplir al menos con los siguiente requisitos:

  • ser universal.
  • contemplar una regulación básica de perfil humanista para toda investigación científica que pudiera fructificar en determinadas tecnologías disruptivas.
  • responder a un modelo singular de gobernanza fruto del partenariado público- privado.
  • poner en marcha una educación reglada y obligatoria en todos las etapas formativas para una incorporación no traumática a la sociedad en un nuevo y disruptivo paradigma cultural.
  • crear un organismo transnacional de vigilancia, control y regulación, con capacidad coercitiva y sancionadora.