Mariló García Cotarelo, una celta en el reino nazarí de Granada
Mariló era una persona todo terreno, seria, muy seria, cuando tocaba, y disfrutona, muy disfrutona, cuando procedía.
No se puede ser más amigo de tus amigos de lo que lo era Mariló -para el mundo Maria Dolores Beatriz García Cotarelo- con su entorno personal, círculo en el que tuve la fortuna de encontrarme yo mismo. Nos quería fuésemos como fuésemos, que no como ella hubiera querido que fuéramos, y aunque no se privaba de decirnos en cada momento lo que pensaba, muchas veces mediante su potente lenguaje visual, sabíamos que llevara o no razón, su verdad era un arma cargada de autenticidad.
Se nos ha ido alguien que aun no disfrutando de su presencia todo lo que el corazón te pedía, sabías que siempre estaba ahí para cuando decidieras volver y que ella sólo te diría aquello de como decíamos ayer, o mejor aún, cómo nos reíamos y disfrutábamos de la vida ayer, volvamos al amor.
Mariló era una persona todo terreno, seria, muy seria, cuando tocaba, y disfrutona, muy disfrutona, cuando procedía. Y lo mejor es que tenía la virtud de contagiárnoslo porque sus neuronas espejo estaban muy desarrolladas, ha sido una de las personas más empáticas con las que la vida me ha dado la oportunidad de cruzarme.
Al menos a mí me pasa que deambulo buscando a gente auténtica, la que es como es y que la aceptas como tal o no, sin necesidad de catalogarla como buena o mala persona, y con Marilo fue un gran descubrimiento a primera vista. Cuando compartes con alguien las ganas de vivir más allá de existir, la alfombra roja de la amistad puede llegar a ser inabarcable y creo que esta fue la clave de mi gratificante relacion con Mariló.
Esa autenticidad que antes comentaba le permitía no tener pelos en la lengua a la hora de discrepar o de llamarte la atención por algo que casi seguro estabas haciendo erróneamente fruto de tu ofuscación, y casi siempre llevaba razón. Para mí personalmente una de las veces más duras fue cuando el desamor llamó a mi puerta y Mariló me soltó a la cara y sin anestesia que dejara de quejarme como una plañidera, lo cual era totalmente cierto. Eso dicho de noche, con dos copas de más y en una discoteca, duele, pero a la vez era más que suficiente para que huyeras a tu casa a llorarla. Cierto es que Mariló era amiga mía y de mi pareja, y que siguiendo una máxima que compartíamos pero que yo no supe aplicármela en esa ocasión, el mayor error en estos casos consiste en convertir el final de una relación sentimental en una historia de buenos y malos.
Mariló gozaba de una sabiduría que siempre he pensado que estaba asociada a sus genes celtas, esa manera de estar en la vida con una doble mirada por la que siendo muy extrovertida, a la vez necesitaba un chute de instrospección que le permita ser realmente ella misma, algo que ejercitaba practicando juegos que distraían su visión pero que le ponían en marcha sus neuronas.
Mariló conjugaba ser una persona libre con un compromiso con la sociedad que le hizo asumir responsabilidades políticas e institucionales pero siempre en el ámbito de la cultura porque para ella ese era el auténtico trampolín social para una equidad que podía permitirles a los demás saborear lo que era esa libertad de la que ella hacía gala. Pero, no siempre fue bien comprendida porque por donde pasaba iba derribando muros sin necesidad de hacerlo con la ariete del identitarismo, sino con la clase personal y la finura de su alma celta migrada al que, quieran o no algunos, sigue siendo el reino nazarí de Granada.
En todo momento con un respeto absoluto a todos y todas, incluidos sus dos hijos, para los que también fue una madre amantísima que supo abrirles los ojos a la vida, a la vez que les dejaba que acertaran o se equivocaran por sí solos. Así han salido ambos, libres y auténticos que como ella practican una particular manera de amar sin estorbar.
Pero, Mariló estaba lejos de la perfección, y eso era otro valor, su desbordada e imperfecta humanidad. Si bien era una gran hacedora de consensos, a la vez tenía sus salidas de pata de banco por la vía de la cabezonería, pero sin ser obsesiva, salvo en algo en lo que coincidíamos casi todos los suyos: era una pésima conductora a la que, además, le gustaba correr. Ahora que no puedes replicarme, Mariló, quiero que desde donde esté tu conciencia y tu energia, sepas que quien más y quien menos hacíamos lo posible por no viajar contigo al volante, especialmente cuando se trataba de viajes largos.
Mariló rompió moldes como Concejala de Cultura del primer Ayuntamiento democrático de Granada en 1979. Puso culturalmente patas arriba la ciudad hasta el punto de que una sociedad conservadora que despertaba del adormecimiento de décadas de dictadura le intentó parar los pies entonces, la misma sociedad que ahora disfruta de la herencia cultural que brotó gracias a Mariló. Algunos de sus polluelos siguen aún activos al frente de renombradas instituciones en Granada y Sevilla como reconocidos y respetados gestores culturales.
Para Mariló, la cultura era sinónimo de libertad de expresión, pero eso no todo el mundo lo compartía porque el gen del miedo a la libertad forma parte de esta sociedad manifiestamente mejorable que hemos construido entre todos, y mucho menos no pocos responsables de las superestructuras políticas que entre lealtad y fidelidad no dudan en optar por esta última, pero ella, con todas sus consecuencias, siempre se distinguió por sus lealtades.
En fin, amiga Mariló, no sé si esto lo considerarás bueno o no para ti, que no te dejemos descansar, pero como yo no creo en el mundo binario de la bondad y la maldad, quiero que sepas que aunque ya no estás, vas a seguir estando, porque te queremos entre nosotros; sí, sé que esto es egoísmo puro y duro, pero seguro que tú nos comprenderás y nos sonreirás por ello a Mónica y Jorge, tus hijos, y a Rocío, Miguel Ángel y yo mismo entre tus muchos amigos y amigas.
Vuela alto, amiga, pero como dijo aquel: te vas, pero te quedas, porque siempre formarás parte de nosotros, Mariló.