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Memoria selectiva o amnesia colectiva (II)

De 'Gregorio' conocíamos poco. Apenas el lugar de nacimiento, sin fecha y, por supuesto, su desgraciado final.

 

Habíamos dejado a nuestro hombre a las puertas de su almacén de vinos en la calle Sorda a punto de enfrentarse a su trágico destino. Mientras la guerra seguía su curso por tierras del Ebro, en Sevilla, los golpistas se afanaban en ocupar posiciones e ir depurando a las hordas masonas y bolcheviques que tanto daño habían causado a los piadosos propietarios de casas señoriales como las de la calle Reyes Católicos. Hemos de reconocer aquí, y así lo hacemos, por no faltar a la verdad ni dejarnos enredar en la coartada militarista ni clerical que, en su afán libertario, aquellos enfebrecidos anarquistas y revolucionarios se llevaron por delante alguna que otra Iglesia, varios conventos y no pocos guardias civiles.

Todos sabemos, o deberíamos saber, que el lenguaje simbólico permite un gran margen de error. Un pelotón de fornidos mozalbetes subidos en camionetas descubiertas exhibiendo sus Máuser modelo 1892 y sus pistolas modelo Astra 400, dando vueltas por la ronda histórica debieron acojonar bastante al personal, haciéndole creer que estaban rodeados. Acordemosno de las trompetas que derribaron las muralla de Jericó.  Desde las ondas de Radio Sevilla la propaganda alentó el rencor. El terror dio paso a la delación. El miedo se abrió camino a través de la traición.

No ignoraban estos precursores de la sublevación armada que las masas hambrientas y analfabetas se comportan con más visceralidad que los líderes que las alientan.

Nuestro hombre, al que a partir de ahora llamaremos Gregorio para no ser redundantes, debió pensar esa mañana que el mal no es lo que entra por la boca del hombre. Es lo que sale de ella. Y lo que, desde la radio se arengaba, no hacía más que alentar los mas bajos instintos del ser humano: la avaricia, el egoísmo, la envida y la soberbia.

La traición es el golpe que no se espera. Gregorio no debía tener muchos amigos, aunque, probablemente, pensase que enemigos ninguno. Al menos eso es lo que piensan las buenas personas, que no tiene enemigos porque no hacen daño a nadie.

Lo que Gregorio se encontró tras abrir las puertas de su local aún es un misterio, pero casi con toda seguridad debió ser algo muy simple.  Las cosas simples son las más extraordinarias, y solo los sabios consiguen verlas. Puesto que no soy un sabio tengo que cultivar otras artes, como la paciencia y la tenacidad.

A la espera de comunicación oficial acerca de la fecha y lugar de enterramiento de Gregorio, iniciamos un viaje en busca de sus orígenes. Así y a través de los archivos eclesiásticos, descubrimos que había nacido un nueve de septiembre de 1898. Que su nombre inscrito en el archivo parroquial se correspondía con la costumbre de la época. Como nombre de pila, el de su madrina, tía carnal por parte de madre. A continuación, el de su abuelo paterno y, por ultimo el correspondiente al santoral de ese día, San Gregorio.

Quiero hacer hincapié en esto de los archivos eclesiásticos. Acostumbrado al funcionariado civil, donde todo el mundo parece estar saturado de obligaciones y responsabilidades, y donde, desde su puesto de privilegio en la administración, algunos tratan al personal requirente con bastante displicencia, por no decir con bastante poca vergüenza, las cosas en la Iglesia parecen seguir un cauce mas reposado y, por supuesto, mucho más educado y humano.

De Gregorio conocíamos poco. Apenas el lugar de nacimiento, sin fecha y, por supuesto, su desgraciado final. Con los escasos datos de los que disponía me planté en su pueblo natal, donde existen cuatro parroquias y, en la oficina de turismo, dónde si no, pregunté por el párroco. Está celebrando misa en Santa Catalina. Tras indicarme la chica el camino más corto, llegue a una hermosa placita, con bancos, arboles y   una iglesia de estilo barroco en uno de sus laterales y donde, curiosamente, había personas esperando en la puerta.

Me aventuré a entrar y, súbitamente me vi transportado a mi época de bachiller en los Salesianos de la trinidad. Todos tenemos un pasado. La nave central estaba repleta de bancos atestados de personas. Los pasillos laterales, con más público si cabe. Junto a la puerta de acceso tuve que hacerme un hueco tras una pila bautismal labrada en algún tipo de piedra no muy noble. En el altar, varios chicos ataviados con blancos ropajes acompañaban al oficiante que, en esos momentos se disponía a repartir la comunión a los feligreses. Pero lo que más me llamó la atención fue el nutrido grupo de adolescentes que iban a comulgar seguidos de una interminable caterva de niños y niñas que, si bien no recibían la ostia sagrada, si eran bendecido por el cura. Los chavales eran los que preparaban su confirmación, y los niños los que harán este año su primera comunión. Eso ocurría un domingo a medio día en un pueblo extremeño donde, el Excmo. Sr.  Alcalde es de Podemos.

Esperé pacientemente a que el señor párroco finalizase el acto litúrgico y lo vi encaminarse a una pequeña sala adjunta al altar. Hacia allí me dirigí, donde una decena de personas esperaban para consultar con D. Antonio María, que así se llama el párroco. Cuando llegó mi turno lo interpelé y le formulé mi vaga pregunta, pues no sabía muy bien que le iba a preguntar. Este hombre joven, corpulento, que parecía de buena familia se volvió y me dijo. Si, eso que buscas es aquí. He de advertirte que solo tenemos archivos posteriores a 1900 pues los anteriores están en el archivo diocesano de la Capital. Apresuradamente, en un post it, le anoté los pocos datos que de Gregorio tenía, mi número de teléfono y dirección de correo electrónico.

El viernes recibí la primera llamada de Antonio María. Lo lamento Rafael, esa persona no nos aparece. Muchas gracias, muy agradecido. El lunes, a primera hora tenia varias llamadas perdidas de Antonio María. Gregorio no aparecía, pero si varios de sus hermanos, incluido aquél que murió en la guerra y que había nacido en febrero 1913. No tengo palabras para describir la impresión. Esa misma mañana, algo más tarde, nueva llamada de Antonio María. Gregorio, había aparecido, pero en el año 1898. Curiosamente ese era uno de los pocos libros anteriores a 1900 que aún permanecían en su parroquia. Quedé en ir a recoger la certificación el jueves y al llegar me recibió una señora de edad indefinida que era la encargada de los archivos. Una breve conversación en busca de mi interés por el asunto y esta mujer se puso, motu propio, a trabajar en su laboratorio. Primero el libro de índices. Mirada concentrada. Los dedos índice y medio con uñas cuidadas recorrían el listado de inscripciones en sentido descendente. ¡Aja!, y anotación en folio aparte. ¡Aja!, nueva anotación. Y así hasta en ocho ocasiones, pues nuestro personaje pertenecía a una familia con ocho hermanos. Cada anotación la remitía a libros perfectamente numerados y ordenados. De todos extrajo datos de nacimiento, hora exacta, calle y numero, padres y abuelos, padrinos y testigos. Impresionante.

Solo me quedaba consultar el archivo eclesiástico de la capital.   Bastaron un par de correos electrónicos que la jefa de este archivo, Guadalupe, contestó de inmediato para concretar los pormenores de la consulta a los mismos. Una vez allí solo puedo decir que impresiona tener en las manos estos documentos, alguno de los cuales se remontaba a principios del siglo XVIII.

Como colofón a este viaje no quiero dejar de mencionar un hecho, cuanto menos, curioso. En este pueblo del que venimos hablando, existe una placita en la que, en su día se instaló una gran cruz y debajo una lápida con los nombres de los naturales de esa localidad caídos en la guerra civil. Los caídos del bando nacional, se entiende. Como no estoy muy seguro de en qué bando estaba el hermano de Gregorio, que se llamaba Justo, fui a dicha placita para comprobar, si por casualidad su nombre figuraba en esta lápida. Allí no hay cruz ni lápida. En el Ayuntamiento me dicen que la cruz está en el cementerio pero que de la lápida no saben nada. Llamo al Archivo histórico de la localidad. El encargado, Tomás, me dice que no tiene ni idea, pero que él tiene las actas de los plenos, que si me parece que vaya y las consulte. Nuevo intento en el Ayuntamiento y alguien recuerda que, quizá el arquitecto municipal sepa algo acerca del lugar donde está guardada esta lápida. Pero está de vacaciones. A este arquitecto municipal lo apodan “el muerto”.

Así que mi próxima tarea será ponerme en contacto con “el muerto”.

 

Aquí la primera entrega de esta historia