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Miedo al Más Allá

A la derecha del puño y la rosa campa el machismo carpetovetónico.

 

Más allá, la barbarie. «Comen carne humana», dicen. «Y cosas mucho más horrendas», que cuentan los pocos viajeros que por allá se aventuraron y lograron regresar. Más allá del limes se acaba la civilización. Termina toda noción de lo bello o lo humano. Allá comienza Mordor, la esvástica o el telón de acero. El Gulag o los campos de concentración. Tierra de moros o de herejes. Lugares donde el corazón no alcanza la paz, ni el sosiego.

A la derecha del puño y la rosa campa el machismo carpetovetónico. Prohibir el matrimonio gay y volver al electroshock y a las terapias para corregir la homosexualidad. Penal para los ginecólogos abortistas y las asesinas que osen interrumpir un embarazo.

Más allá, congelar las prestaciones por dependencia y recortar las del Sistema Nacional de Salud hasta dejarlo en cuadros. Expulsar de los consultorios a los migrantes a menos que vengan con un contrato de trabajo de El Corte Inglés. Erradicación de la esfera pública de las lenguas vernáculas y reducción de las Comunidades Autónomas a meros referentes folclóricos.

A la diestra del PSOE, recalificar los espacios y parques naturales como suelo disponible para la construcción. Revitalizar la Memoria Histórica como «Cruzada en Defensa de la Civilización Cristiana». La Tauromaquia y las Procesiones de Semana Santa alcanzan la categoría de “Bienes de Interés Cultural” dentro de la categoría de “Españolidad”.

Claro que esta es solo una versión del más allá. La imagen del terror es especular, y alberga monstruos y dentelladas. Solo hay que visitar la imaginación del respetable.

La margen izquierda del puño y la rosa es un terreno abonado para las hordas del feminismo radical. Ahí se prohíbe la familia tradicional y se castiga a los hombres a pasearse con sambenitos y orejas de burro. No se extrañen que su palabra en un tribunal sea peor que contraproducente. Mejor el silencio más absoluto.

Más allá del PSOE, imposible el ahorro. Lo mismo que la vivienda en propiedad o, peor aun, la casita en la playa. Y no digamos nada de la medicina o la educación privadas. Ni hablar, vaya. Asuntos a erradicar de un plumazo o, puestos a actuar con sigilo, cárguense dichas actividades con tales impuestos que su desarrollo sea poco menos que un imposible.

A la izquierda del partido socialista, prohibimos España. Por idea antediluviana y fascista. Nuestra enseña será la tricolor con estrella roja al centro. Derogaremos la nefasta monarquía para proclamar la República Federal, Confederal o, mejor, una versión reducida, tras el adiós definitivo de Euskalherría, Països Catalans y Galiza.

¿Les ha dado miedo? A algunos, la primera parte, y a otros, la segunda. Me da la impresión de que, de alguna manera, este ha sido el juego del candidato a Presidente de Gobierno, Pedro Sánchez. Miedo de tantos al más allá del PSOE, por un lado o por el otro. Más allá del puño y la rosa, como único símbolo capaz de vertebrar a la nación. «Barbarie a mi derecha. Caos a mi izquierda. Votadme, pues. Investidme Presidente, ¿qué más os hace falta?».

Pedro Sánchez conoce bien la psicología del voto español. Miedo atroz al otro. Odio al más allá. Voto contra el invasor, aun sin conocer bien lo propio. O incluso detestándolo. Se detesta mucho más a lo que está al otro lado de la raya.

Es el país del miedo, como escribió Isaac Rosa — aunque se refería a otra cosa —. Nos lo transmitieron nuestros padres. Y a ellos, los suyos. Miedo a los milicianos en la retaguardia republicana. Por ir a misa o haber votado a la CEDA. Y acá, miedo a los falangistas. «Que no te encuentren el carnet de la UGT». «No te signifiques», me espetó mi padre al verme ingresar en la Facultad con unas barbas propias del «Che».

Era la táctica de Pedro Sánchez en la investidura. «Absténganse, señores de la derecha, que más allá está el Frente Popular y la anti-España; bien mirado, mejor ciento veintitrés diputados razonables». «Cooperen, Unidas-Podemos». «Absténganse, catalanistas y nacionalistas vascos». «Que más allá están el 155 y la señora Von der Leyen. Los recortes y los mercados. Las devoluciones en caliente y el juez Marchena». «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida», como reza el Evangelio.

Pues no ha funcionado, señor Sánchez. Así que remánguese y póngase a currelar. Siéntese con quien quiera, días, semanas y meses, con propuestas, medidas y paciencia infinita. Ejemplos, los tiene a manojitos en otros países. Sorprende en esto su audacia y su estulticia. Irrita la escasa consideración en que tenía a sus adversarios, a derecha e izquierda. Y, por ende, al conjunto de la ciudadanía. A la altura del tiempo, ya no se trata de la democracia primitiva que heredó Felipe González. Porque ni tiene escaños suficientes, ni están los tiempos para el cesarismo. La política que hemos padecido ha dejado hondas cicatrices en el alma de los que habitamos la piel de toro. La curación exige seriedad y rigor por parte de los nuevos dirigentes.

Y si no está usted dispuesto a fajarse durante estos meses de agosto y septiembre, mejor que vaya pensando en asumir la sentencia que le espetó su ex rival Susana Díaz: «el problema eres tú, Pedro».