Multiculturalidad 2. Otras versiones: interculturalidad y multinaturalidad
Si el multiculturalismo implica la idea de que la naturaleza es común y lo que varían son las culturas ¿Podemos invertir la pregunta?
La crisis evidente del multiculturalismo, en los países que lo adoptaron, nos aboca, por sus características, a escenarios en los que las políticas de reconocimiento, básicas del multiculturalismo, se irán viendo más y más cuestionadas tendiendo claramente a la asimilación. Una reciente noticia publicada en el Diario de Navarra, que recogía un informe del Observatorio de la Realidad Social dependiente de Derechos Sociales, afirmaba que al 28,5% de los navarros les gustaría vivir en una sociedad en donde la mayoría de los ciudadanos tuviera el mismo origen, cultura y religión.
Otra línea para intentar solucionar los problemas que genera la multiculturalidad se presenta como interculturalidad. La aparición del término interculturalidad parece motivada por las carencias de los conceptos de multiculturalidad y multiculturalismo para reflejar la dinámica social y para formular el objetivo de nuevas síntesis socioculturales. Este modelo de gestión de la diversidad cultural surge en el contexto político que establece el republicanismo francés y posteriormente se extiende hacia los países del Mediterráneo e Iberoamérica. Consecuentemente, uno de los valores fundamentales a través del cual se interpreta y se construye la realidad social es, más que la libertad, el principio de igualdad. Interculturalidad significa que todos los ciudadanos son y deben ser iguales ante la ley y en el marco de las relaciones cotidianas. La interculturalidad se construye, pues, bajo el prisma de que los contenidos propios de la diversidad cultural son elementos que no deben impedir la igualdad social, y ello es posible si se dispone de un marco compartido a la vez que se relega la diferencia cultural al ámbito de lo privado.
El establecimiento de la igualdad como un valor regulador precediendo a la libertad se desmarca del discurso oficial del Partido Popular de nuestro país y su propuesta de un concepto de libertad, basado en una falsa libertad individual, que sirve como coartada intelectual a un neoliberalismo endurecido tras el inicio de la pandemia. Creo que la libertad para el absurdo, pese a ser insostenible, está ocupando con fuerza un lugar entre nosotros.
En realidad, y esto es simplemente mi opinión, se configura como una metodología que regula las relaciones de intercambio y comunicación entre los diferentes grupos que comparten el territorio. La necesidad de que estas relaciones sean igualitarias, recíprocas, y basadas en la autocrítica y la heterocrítica, unida a la falta de políticas concretas, pues se siguen manteniendo en la misma línea de las que se establecieron con el multiculturalismo, me hace ver con desconfianza su posible eficacia. No obstante, nuestro país, fundamentalmente en el área educativa, hace mención a la interculturalidad como objetivo, pero no se articulan planes o acciones que lo puedan desarrollar y consolidar.
Para acercarnos a la otra visión que se propone en el artículo es necesario clarificar el concepto de cultura desde el que se nos muestra la multiculturalidad. Existen términos, y el de cultura lo es, que generan una gran cantidad de literatura en sus alrededores, y además esta literatura no es pacífica. Son múltiples las disciplinas que se acercan y pretenden definirla, pero, curiosamente, asumen diferentes conceptualizaciones, con una sensación más bien de azar. Ahora bien, la oposición entre cultura y naturaleza inicia la búsqueda de un concepto científico de cultura. Ya en el siglo XVII Pufendorf presenta la cultura como opuesta a la barbarie expresando el refinamiento y la capacidad de ordenamiento de la sociedad. La cultura se convirtió para Pufendorf en una “forma de ser que se eleva sobre el estado natural”.
El terremoto de Lisboa (1755), que supuso una brutal conmoción, estableció una ruptura total entre cultura-naturaleza y el convencimiento de que la naturaleza podía ser una fuerza hostil.
Esa drástica separación se establece sobre una naturaleza única siendo cambiantes las perspectivas culturales de las personas. Se considera a la naturaleza el suelo común de la humanidad y otras especies vivas sobre el que se levantan multitud de culturas a las que va unido un principio de perfectibilidad, el progreso va a actuar desarrollándolas en busca del modelo ideal que establece la cultura europea. Sobre esta base se construyó, en Europa, el concepto de cultura y la especial situación que supone la multiculturalidad, con una importante carga de etnocentrismo y jerarquía, pero basado en la razón ilustrada.
Así pues, se estableció una trinidad razón, progreso y naturaleza que comienza a mostrar signos de debilidad con la postmodernidad y que acelera su debacle con las crisis recurrentes del siglo XXI. La creciente debilidad de los metarrelatos de ciencia, justicia y progreso nos conducen a una sociedad en la que todo gira en el entorno del discurso, en la que no existen realidades ajenas al lenguaje y por tanto la idea de verdad se convierte en un asunto no-epistémico, es decir la verdad no es un problema. El ruido en las redes sociales, las “fake news” se han acelerado en nuestro mundo en pandemia y, no parece que decrezca en el postpandémico.
La incapacidad de la interculturalidad para ofrecer respuestas está generando, en Iberoamérica, la búsqueda de otras alternativas pese a que la pandemia está dificultando su desarrollo. Una serie de antropólogos como Descola, Latour o Viveiros de Castro inician lo que se denomina “giro ontológico”.
Si el multiculturalismo implica la idea de que la naturaleza es común y lo que varían son las culturas ¿Podemos invertir la pregunta? ¿Puede haber múltiples naturalezas?
Se trata pues de un “multinaturalismo” de base, según el cual se afirma la unidad “universalidad” de un espíritu humano contra la diversidad o “particularidad” de la naturaleza. Aunque no es una visión simétricamente opuesta a la occidental, puesto que no tiene los mismos contenidos ni el mismo estatuto que aquélla, si le es muy heterogénea.
El camino de la igualdad es evidente desde su base conceptual. No puedo aventurar si puede desarrollarse una política adecuada al multinaturalismo, pero, es evidente que entre las poblaciones amerindias, se está profundizando en esta nueva visión.
Viveiros de Castro ha pensado principalmente en el desarrollo de un multinaturalismo no solo teórico, sino también político, el reconocimiento constitucional de la Naturaleza como en la Revolución Ciudadana ecuatoriana; o por el tratamiento específico que se da a la diferencia de identidad como en el Estado Plurinacional de Bolivia, pueden ser los inicios de ese camino.
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