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Multiculturalidad y multiculturalismo

Ataques y su anunciado fracaso

 

Partimos de la base de que la pandemia ha acelerado procesos que ya tenían presencia en nuestras sociedades. Ahora bien, esa aceleración puede llevarnos a situaciones de descontrol por la propia velocidad de los acontecimientos impidiendo respuestas más meditadas y políticas de equilíbrio más eficaces.

Uno de estos procesos afecta de forma evidente a la multiculturalidad. La ultraderecha, desafortunadamente cada vez más extendida a nivel mundial, intenta construir una contrarrevolución contra los otros, contra los migrantes, contra los diferentes y no cabe duda de que el territorio de lucha generalizada es, básicamente, internet y sus redes, inundándolas de noticias falsas, de titulares explosivos, en definitiva, de odio con objeto de distorsionar el debate político y obtener los suficientes réditos para ir desequilibrando la sociedad. Los beneficiarios son evidentemente unas élites que no solamente intentan mantener sus privilegios sino aumentarlos todo lo posible.  Warren Buffet declaró que existía una guerra entre los más ricos y los demás y que los suyos, los ricos, no es que la estuvieran ganado, es que la habían ganado ya.

Para podernos entender debemos establecer una serie de conceptos que nos permitan a todos evitar malentendidos.

Podemos, en alguna manera, definir la multiculturalidad como una realidad social, descripción de la sociedad que está compuesta por distintos grupos que interpretan lo cultural de forma diferente como consecuencia de su diversidad en cualquiera de las múltiples facetas que conforman lo cultural.

Una de las respuestas políticas a tal situación la podríamos denominar multiculturalismo y se configura como la gestión institucional de la diversidad, designando, en este caso, las políticas de atención a las minorías.

Tiryakian, afirma que en las democracias europeas el “multiculturalismo” puede entenderse como nacionalismo cultural, filosofía política o política estatal. 

Gran Bretaña, Estados Unidos, Canadá y Australia recurrieron al “multiculturalismo” en un intento de solucionar los problemas a los que se enfrentaban, ya que habían asumido la existencia de una única cultura nacional que era capaz de asimilar a todos los ciudadanos, y la realidad les mostró la existencia de grupos dentro de sus fronteras, que o no podían, o no querían asimilarse. 

Pero, el fenómeno de la “multiculturalidad” no es simplemente una realidad contemporánea fruto de la globalización, es un fenómeno histórico, ya que ha estado presente a lo largo de los tiempos. Siempre han existido sociedades multiculturales con presencia de grupos minoritarios, si bien tradicionalmente esos grupos asumían su condición subordinada a la cultura mayoritaria y se mantenían en el espacio físico y social que les era atribuido. 

El imperio otomano nos puede servir de ejemplo; basándose en una estructura denominada “millet” que contaba con amplias comunidades judías y cristianas denominadas  “dhimmis”  instaladas en su territorio a las que se garantizaba un alto grado de autonomía. Únicamente los musulmanes ostentaban plenos derechos de ciudadanía, pero las comunidades protegidas contaban con derechos culturales, aunque no políticos.

La realidad actual es que el reconocimiento de la multiculturalidad ha formado parte de la agenda política de la gran mayoría de los estados desarrollados. Ahora bien, las causas que originan su reconocimiento son distintas; si en los países anglosajones y occidente es un intento por integrar a los colectivos inmigrantes que se han incorporado a la vida de esos estados, en la América Latina se relaciona más bien con situaciones de marginación de amplias colectividades indígenas y de grupos de la población que van quedando al margen de la economía globalizada. 

Pero, en algunos países, estos reconocimientos, van acompañados del anuncio del fin del modelo multicultural europeo, de su fracaso como política definida de reconocimiento y gestión de la diversidad. 

Como afirma Zizek (1998), la problemática del multiculturalismo que se impone hoy (la coexistencia híbrida de mundos culturalmente diversos) es el modo en que se manifiesta la problemática opuesta: la presencia masiva del capitalismo como sistema mundial universal. […] Entonces nuestras batallas giran sobre los derechos de las minorías, los gays y las lesbianas, mientras el capitalismo sigue su marcha triunfal. No podemos olvidar que esa pretendida contrarrevolución se basa del mismo modo en el racismo que en los ataques a los grupos LGTBI o al feminismo.

Antes de la pandemia el sistema multicultural anunciaba ya su fracaso. Aquellos Estados que habían hecho de las políticas multiculturales el instrumento para favorecer la igualdad de oportunidades van haciendo balance de lo logrado. Empiezan a considerar que este fin solo puede lograrse mediante una estricta igualdad ante la ley, indiferente a las particularidades culturales de los ciudadanos, sin tener en cuenta que la igualdad ante la ley necesita una estricta concepción de la justicia como equidad. Rawls afirma que la Justicia como equidad consiste en dos principios: El primero de los dos es conocido como principio de la libertad, mientras que el segundo, reflejando la idea de que la inequidad es sólo justificada si permite la ventaja de los más desposeídos, es llamado principio de la diferencia. 

Para Fukuyama el multiculturalismo, tal como fue concebido originalmente, era en cierto sentido una «apuesta al fin de la historia»: El viejo modelo multicultural estaba basado en el reconocimiento de los grupos y de sus derechos. A causa de un erróneo sentido de respeto por la diferencia -y tal vez por sentimientos de culpa poscoloniales- se otorgó a las comunidades culturales una excesiva autoridad para fijar las reglas de conducta de sus miembros. El liberalismo no puede basarse en los derechos de los grupos, porque no todos los grupos sostienen valores liberales. La civilidad de la Ilustración europea, de la cual es heredera la democracia contemporánea, no puede ser culturalmente neutral.  

Los principales líderes políticos occidentales coinciden en afirmar que el multiculturalismo ha fracasado. Así lo han expresado públicamente la canciller alemana Ángela Merkel en un encuentro que se realizó en Potsdam, al sur de Berlín en octubre del 2010: «Este enfoque (multicultural) ha fracasado, fracasado por completo» (Agencia Reuters, 2010). En el mismo encuentro, la Canciller dijo: «A principios de los 60 nuestro país convocaba a los trabajadores extranjeros para venir a trabajar a Alemania y ahora viven en nuestro país (…) Nos hemos engañado a nosotros mismos. Dijimos: ‘No se van a quedar, en algún momento se irán’. Pero esto no es así» (Redacción BBC Mundo, 2010). Quizás una de las manifestaciones más claras es la nula política de nacionalización de inmigrantes. Pocas han sido las propuestas a nivel institucional que apoyasen una integración de la población inmigrada en el país. Como ejemplo cabría mencionar la iniciativa gestada a finales de la década de los ochenta proveniente de los estados federales donde la socialdemocracia poseía mayoría o donde existía una coalición con el grupo de Los Verdes. Esta campaña introdujo el derecho activo y pasivo de voto a nivel municipal. 

En el mismo sentido se expresaba el exprimer ministro británico David Cameron, en una conferencia sobre seguridad en la ciudad de Múnich en febrero del 2011: «Bajo la doctrina del multiculturalismo estatal hemos fomentado que las diferentes culturas vivan vidas separadas, alejadas entre sí y respecto a la cultura dominante. Hemos fracasado en ofrecer una visión de la sociedad a la que sientan que pueden pertenecer» (Redacción BBC Mundo, 2011) Eventos como los ataques a la capital británica en julio de 2005 no pusieron en cuestión el multiculturalismo como nos muestra el artículo de la BBC (Mundo, 2005): La mayoría de los británicos piensa que el multiculturalismo hace del Reino Unido un lugar mejor, reveló una encuesta encargada por la BBC tras los atentados del 7 de julio pasado. Un 62% de los entrevistados opinó que el encuentro de diferentes culturas en suelo británico es positivo, pero un 32% manifestó que la llegada de tantos inmigrantes «amenaza el modo de vida del país», mientras que un 54% consideró que «partes del país no se sienten más como británicas debido a la inmigración». En sentido contrario, el modelo multicultural ha sido señalado como el culpable de las acciones violentas contra el servicio de transporte público en el 2005. Kepel (El País, 2005) asegura que los ataques en Londres “exponen el fracaso del modelo multicultural británico”, al asegurar que dicho modelo permitió la expansión de “discursos radicales extremistas que eran considerados legítimos mientras no condujeran a actos violentos”. Su argumento podría haber encontrado un objetivo para descargar la frustración colectiva que siguió a los ataques. El autor asegura que el multiculturalismo tiene sentido si, y solo si, tiene como resultado una sociedad pacífica. Esta afirmación parece desconocer las décadas de convivencia pacífica y la vastedad de la riqueza cultural del panorama social británico. 

Sartori cuestiona el multiculturalismo como proyecto ideológico y político, abogando por políticas de inmigración que establezca niveles diferenciales entre aquellos inmigrantes susceptibles de integrarse en la sociedad que los recibe y los que, estableciendo como referentes sus diferencias étnicas o religiosas, no. Los inmigrantes deben aprender a incorporarse en las estructuras, en el sistema político y judicial, así como a la mentalidad de la sociedad que los acoge en su seno. Es, en su opinión, una aplicación del principio de reciprocidad, en el que la población receptora se adapta para convivir con las diferencias, y como contrapartida los extranjeros asumen un núcleo de valores e instituciones básicos de la comunidad en la que entran. Esa referencia a la mentalidad, a la cultura, en definitiva, le lleva a cuestionar la heterogeneidad o, más bien, a elevar el nivel de homogeneidad que una sociedad necesita para mantener un sistema democrático. Se puede, pues, resumir su tesis en que la sociedad pluralista no puede acoger sin desintegrarse a los extranjeros que la rechazan, y en particular a los que cabe concebir como “enemigos culturales”.

Parece evidente que ese proceso inicial ha sufrido, durante el tiempo de la pandemia, una aceleración brutal de la mano de los partidos de ultraderecha que, a veces, como en el caso de nuestro país, se ven acompañados por la denominada derecha tradicional. Algo que se evidencia en el propio Congreso de los Diputados y que tiene su reflejo en cualquier paseo por la prensa o las redes sociales.

Abascal dirigente de VOX eleva su discurso xenófobo en el Congreso y señala a las personas migrantes como los enemigos de España; Rocío Monasterio en la Asamblea de Madrid tacha de ilegal a un diputado senegalés de Unidas Podemos al mismo tiempo que asegura que el multiculturalismo es una condena para los españoles. Pablo Casado, presidente del Partido Popular, declara: “Si a España vienen inmigrantes sin respetar nuestras costumbres se han equivocado de país. Aquí no hay ni ablación de clítoris ni se matan a los carneros en casa”; Isabel Díaz Ayuso vincula el aumento de contagios en la zona sur de Madrid con la inmigración. 

No existe violencia de género, los hombres también son maltratados, el Partido Popular de Andalucía junto Ciudadanos y VOX se retrotraen a la reforma del Código Penal de 1995 para hablar de violencia doméstica esquivando la denominación de violencia de género.

La intolerable manifestación que se desarrolló ayer por el barrio de Chueca deja clara otra postura retrógrada que forma parte de esa involución que se está gestando a nivel mundial.

Creo que puedo terminar mostrando mi total acuerdo con Karl Popper y su paradoja de la tolerancia: “Aunque pueda parecer paradójico, para mantener una sociedad tolerante, debemos ser intolerantes con la intolerancia”.

 

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