The news is by your side.

¡No es el PP Pedro, es su electorado!

Todo el juego político depende de un señor o señora anónimos que solo hablan cuando meten su papeleta en la urna cuando toca.

 

Electorado. Es la clave. Ciudadanía con derecho a voto y capacidad de ejercerlo. En una de sus muchas lecciones de política, mi amigo y paciente Manolo del Valle (qepd) me transmitió que el debate, la opinión, la cuota de pantalla están ocupados por tres o cuatro. Lo ampliamos a treinta o cuarenta, si metemos las redes sociales. Sin embargo, todo el juego político depende de un señor o señora anónimos que solo hablan cuando meten su papeleta en la urna — cuando toca —.

 

Asistimos ahora a lo que impresiona como la agonía final del Partido Popular, acosado por múltiples frentes. Por un lado, la actividad incesante de Vox, obligándole a retratarse ante una moción de censura a la que es difícil ver otro sentido que currarse un sorpasso por la derecha. Por el otro, escándalos que no cesan, ligados a su paso por el gobierno de España. No es baladí la más que cuestionable gestión del partido en Madrid respecto a la pandemia, situando a la Comunidad como uno de los epicentros mundiales de la enfermedad. Y, por último, no sirve de gran ayuda la presencia al mando de un líder… ¿demasiado joven, carente de formación y de bagaje…? El brusco cambio de timón en el Congreso, eliminando de un plumazo a la más que visible Cayetana Álvarez de Toledo, sugiere la inseguridad del Pablo Casado, y lo sirve en bandeja a los tiburones.

 

Escualos que nadan cerca, en el banco gubernamental, y tienen sobrada experiencia en la caza y captura. Pedro Sánchez devoró a la incomestible Susana Díaz — ahora en el basurero de la política —, luego al pétreo Mariano Rajoy, y se dispone a llevarse a todo el PP a la cocina (kitchen, en inglés), para hacerse un menudillo y consumar su Brumario. Ya hablamos aquí mismo de su tendencia napoleónica.

 

Sin embargo, es preciso recordar al depredador sus viejos tiempos, de frío y lluvia sin refugio. Año 2016, sin ir más lejos. Elecciones del 26 de junio. 86 diputados socialistas. El peor resultado en democracia. El aliento de Pablo Iglesias en la oreja: el sorpasso por la izquierda estaba ahí — el viejo sueño de Anguita (qepd) —. Y a la vuelta del verano, la matanza de Ferraz, a manos de su archienemiga y depredadora experta Susana Díaz.

 

Es preciso recordar al tiburón empecinado que entonces se habló del declive inexorable del PSOE, del fin de un partido acosado por los escándalos en Andalucía, al pelo de perder lo que siempre fue su granero de votos sureño convertido en régimen clientelar. Sin embargo, se impuso una máxima que es preciso rescatar ahora, a la vista de la evolución posterior de los acontecimientos: «el PSOE es mucho PSOE».

 

Lo enlazo con lo del principio: electorado. Ciudadanía con derecho a voto y capacidad de ejercerlo. Un cuesta arriba temporal de un partido no puede ocultar que, ahí en su barrio, hay un señor o señora que se identifican con el proyecto socialdemócrata y que interpretan las propuestas de Podemos como aventurerismo. Un señor o señora que meterán en la urna una papeleta con unas siglas aunque no conozcan de nada los nombres que ahí vengan. Aunque luego esos nombres sean los responsables de mil tropelías — miserias de la representación democrática española —.

 

Podrán cabrearse y dejar de votar, pero el sentimiento persiste. Y a él volverán, una vez y otra, salvo grandes movimientos telúricos.

 

Por la misma regla de tres, el gran Maquiavelo de la Moncloa no tiene otra que reconocer que hay una ciudadanía conservadora. O liberal. O demócrata-cristiana. Llámenles cómo quieran. Pero — por favor — absténganse de llamarles fachas o fascistas, como viene siendo la costumbre a la izquierda del PSOE. Porque — que yo sepa — no se les oye la propuesta de suprimir el Parlamento, los partidos políticos, las libertades civiles e instaurar un régimen de partido único.

 

La tentación del Presidente del Gobierno de sacar rédito político a las dificultades del Partido Popular puede interpretarse en el contexto de los problemas para gobernar con 120 diputados y sacar adelante unos presupuestos. Pero si lo que tiene es voluntad de gobernar, más allá de la voluntad de poder, convendrá en la necesidad de no profundizar en el destrozo del tablero político hasta el desequilibrio.

 

Porque la orfandad política de millones de ciudadanos no es deseable. Y, además, es peligrosa.