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Objetivo: soltar a Oriol

La politiquería, abandonando la solidez argumental, confunde la loable flexibilidad con la reprobable inconsistencia moral.

 

Tan solo tres reuniones del consejo de ministros han bastado para desvelar el camino del nuevo Gobierno. Éste, parece dejar a un lado la política y apunta hacia la politiquería que, como política de intrigas u bajezas, me temo que, en vez de resolver problemas, añadirá otros nuevos. Porque la politiquería, abandonando la solidez argumental, confunde la loable flexibilidad con la reprobable inconsistencia moral.

Lo peor ya está llegando de la mano de un Gobierno legalmente constituido, pero manchado de ilicitud al proceder de una investidura basada en la estafa del investido a muchos de sus votantes. Y, desgraciadamente, con notoria amoralidad, el señor Sánchez está revigorizando, a marchas forzadas, la heladora atmósfera político-social de las dos Españas. Como afirma Claude A. Helvétius,” la moral es una ciencia frívola si no se la considera conjuntamente con la política y la legislación”.

Rodamos cuesta abajo. Se recrudece el asalto gubernamental al poder judicial, una de las puntas que, junto con el jefe del Estado y las FAS, conforman el formidable tridente defensivo de la Nación. Con el señuelo de “desjudicializar”, la politiquería está intentando blanquear a los condenados en firme por delitos contra la Constitución. Y, en el colmo de la impudicia, se trata de culpar a los jueces por el “delito” de aplicar las leyes. Un bodrio al que llaman “normalizar” con el que se trata, como con el pulpo, de aceptar la anormalidad como animal de compañía. Qué indecente inversión de valores.

Pagando la factura por su investidura, el objetivo inmediato de Sánchez es soltar a Oriol Junqueras. Como la condena de éste es firme, la estrategia, tan “inteligente” como perversa, consiste en revisar el Código Penal para rebajar la calificación penal del delito de sedición. Revisión en la que la fiscalía tendría mucho que decir. Razón por la que se pretende mutar a Dolores Delgado de ministra de justicia y diputada sanchista, en fiscal (¿o se dirá fiscala?) general del Estado.

Y, simultáneamente, se distrae la atención del respetable, saturando el cielo de señuelos: que si el “pin parental”, o el texto constitucional inclusivo, o las nuevas “embajadas” catalanas y otras zarandajas de menor recorrido. Nada importa pues el daño colateral que tal estrategia ocasione al ministerio público, institución cuya percepción de imparcialidad es esencial. Y así, lograda la rebaja penal, Junqueras saldría inmediatamente a la calle. Sé que es un mero desiderátum, pero me viene a la memoria esa idea, alejada de la politiquería, de John Kennet Galbraith: “Hay ocasiones en política en que se debe estar en el lado correcto y perder”.