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Otros mundos

¿Cómo abordar proyectos educativos futuros si nadie sabe cómo serán los valores y exigencias?

 

Teníamos  unos veinte años cuando mi amigo le dio un vuelco a sus estudios. Cursaba el primer año de química, pero al desagradarle el mundo de Medeléyev, provisto de fe y voluntad, volvió al bachillerato de letras y hacer el curso preuniversitario para afrontar lo suyo: la filosofía.  «¿Tanto esfuerzo ―le dije― para, supuestamente, no lograr una mejor proyección económica?». Me echó una mirada de futuro  pensador y con dosis moderadas de sarcasmo contestó: «La inutilidad es lo más hermoso de la vida…». Me impactó como para recordar la frase sesenta años después.

Hoy, manejar programas informáticos resulta útil y necesario para comunicamos globalmente, mucho más agudizado el asunto cuando pasen treinta o cuarenta años, incluido un vital frenesí, impidiéndonos plantearnos con serenidad muchas cosas, incluido el mañana. ¿Cómo abordar proyectos educativos futuros si nadie sabe cómo serán los valores y exigencias?  Sí sabemos, por ejemplo, la llegada masiva de robots a las fábricas, paralizando a centenares de operarios y originando serios problemas ocupacionales. Al tiempo, resultan inquietantes las consecuencias de la llamada inteligencia artificial o los superordenadores cuánticos.

Sin embargo, expertos en economía aseguran la necesidad social de fomentar la formación humanística, cultural y especulativa para tener una mente dispuesta a vislumbrar nuevos horizontes. La lectura de los clásicos no es un tiempo perdido porque impulsa la creatividad y fomenta la iniciativa, posibilitando el conocimiento de la compleja mente humana.

Las humanidades iniciaron su desprestigio hace tiempo, acomplejadas por unas tecnologías facilitadoras de la vida ―tal vez a cambio de nuestros datos―, aunque con graves implicaciones derivadas por la pérdida de la intimidad. Pero esta ola cómoda adormece la voluntad para practicar la lectura, base del talante cultural, dispuestos al pago de un alto precio al resentirse el sentido crítico de los acontecimientos. Con el  acomodo llega el debilitamiento de la dignidad, la aparición de populismos fatuos, un declive de los valores democráticos o una cleptocracia descarada. Ante el panorama, parte de la juventud universitaria comienza a sentir simpatías hacia sistemas políticos autoritarios…

Otros, refugiados en la superstición, en el brujerío televisivo, en la gran variedad de sectas o en los paraísos artificiales de las drogas, buscan una supervivencia a corto plazo. De brazos caídos, muchos dirán: «Hemos  depositado nuestra voluntad en las máquinas y mis decisiones son las suyas, Google sabe sobradamente cuáles son mis apetencias».

En este ambiente donde la hipocresía es señora, la desconfianza se adueña del personal para regocijo de los poderes. Las empresas políticas, obsesionadas con las conquistas de las poltronas meten la cabeza bajo los oropeles para no escuchar las voces de la realidad: «Si Corea del Sur invierte el 4,2 % del PIB en I+D y España el 1,2 % ¿podemos ser optimistas? Si debemos 1,7 billones de euros y ahora aumentamos la burocracia con más ministerios y cargos ¿a dónde vamos? ¿al aumento del déficit? Si la burocracia permanece inalterable, obstaculizando trámites y grabando con impuestos a los autónomos ¿acaso esperarán algunos aumentar el empleo y la riqueza? ¿no se les ocurre cambiar un modelo productivo tan frágil?

Mientras, la proliferación de hoteles y bares sigue espectacularmente hasta la saturación o la implosión. Ni se les ocurre reflexionar sobre las medidas de los irlandeses: rebaja de impuestos para crear riqueza.

Como los conventos contemplativos están en sitios hermosos y tranquilos, más nos valdría a muchos pardillos buscar sosiego en dichos lugares, asustados por la manipulación descarada y pactos secretos,  contemplando la paz de un cielo estrellado, añorantes de las sabias culturas viejas donde la lealtad y el honor constituían el triunfo.