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Oxford, proyecto para imitar

Aquí, en el majestuoso San Telmo se otorgan másteres de Alta Dirección de Instituciones Sociales del Instituto San Telmo.

Los alumnos formados en Oxford salen marcados por el afecto a su Universidad, aún más,  sienten un orgullo profundo. Estos valores quedaron impresos desde su fundación en el siglo XI. Al afán por obtener altas metas en el conocimiento humanista y científico de sus profesores se le une el deseo de transmitirlos a los alumnos.

Hace años, las autoridades académicas consideraron necesario potenciar las instalaciones en una campaña de recogida de fondos, estimándola en 160.000 millones de euros. Confiaban en la gran familia universitaria: alumnos, exalumnos, banqueros, políticos, científicos… en definitiva, la comunidad social. Y, por supuesto, lo lograron. Algo saben sin la menor duda: el dinero quedará contabilizado y con transparencia empleado.

Hoy este proyecto sería impensable en España por la ausencia de amor a nuestras instituciones culturales  al no tener valores arraigados, ni donde el revertir parte de lo recibido, una vez situados los alumnos en la vida profesional, constituya un deber moral.

Según parece, lo tienen todos los de la casa, hayan tenido o no formación académica adecuada para sustentarlo. Casi parece un certificado protocolario de buena conducta como los otorgados en la dictadura por los párrocos para cursar algunos estudios.

Seguiremos con risas sarcásticas por las riñas barriobajeras a causa de los másteres amañados con rebajita incluida  (uno, 1.000 euros; dos, 1.800 euros), y posibles risas locales porque ahora, aquí, en el majestuoso Palacio de San Telmo ─algún jefe de estado extranjero, asombrado, dijo carecer de residencia con esplendor parecido─  se otorgaron y otorgan másteres de Alta Dirección de Instituciones Sociales del Instituto San Telmo. Según parece, lo tienen todos los de la casa, hayan tenido o no formación académica adecuada para sustentarlo. Casi parece un certificado protocolario de buena conducta como los otorgados en la dictadura por los párrocos para cursar algunos estudios. No sé, acabo de enterarme y un raro síntoma sacudió mis alarmas.

La cosa tiene guasa porque si en el historial de logros de un político, tarjeta de presentación a sus electores, va incluida la mentira adobada por la picaresca, pues entran ganas de pedir un modesto puesto de barrendero en Oxford con tal de evitar miasmas contagiosas y darle oxígeno a la esperanza, último reducto.

Dado el panorama, hasta preferible serían unos políticos palurdos pero honrados a unos doctos cargados de másteres falsos, y supuestamente ‘preparados’ para el mangoneo, semilla de la llamada ‘Cosa Nostra’, de buen crecimiento y cosecha en los países mediterráneos.

A veces te llegan utopías, como la llegada de un día donde unas alas invisibles hicieran volar a nuestras instituciones muy alto porque la gente no puede vivir sin ilusiones al ver tanta podredumbre a ras de un sucio suelo: se trata de la educación de los niños y de una juventud en gran parte refugiada en la droga social.

Sorprende el hambre de gran parte de los políticos y, aunque personas con anomalías notables de comportamiento social pueden responder normalmente a muchas e incluso a la mayoría de pruebas deinteligencia, los médicos definen esa enfermedad: anosognasia, la ignorancia de un mal. Algo de lo dicho podrían aplicarse sus señorías.