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Pandemia con derechos (II)

Ocultar informes que discrepan de los oficiales no debería ocurrir en democracia.

 

Existen informes científicos contrarios al discurso de los gobiernos sobre la pandemia, pero los medios de comunicación solo difunden la versión oficial. Ocultar informes que discrepan de los oficiales no debería ocurrir en democracia. Ningún Gobierno del mundo, laboratorio farmacéutico ni la OMS han explicado el exceso de muertes por causas desconocidas (tampoco en España: más de 2.300 en noviembre sobre los 640 señalados por Covid). 

 

China, una dictadura, confinó la pasada semana una ciudad (Xi’an) de 13 millones de personas por 54 contagios. En democracia la pandemia no se puede combatir recortando derechos civiles, pero si es imprescindible, es exigible transparencia informativa y rigurosa legalidad. Se computan más de cinco millones de muertes en el mundo a pesar de su baja tasa de mortalidad y distintas secuelas inhabilitantes por Covid persistente. Hay que prevenir, incrementar la investigación, medios materiales, el personal sanitario y reforzar la asistencia primaria y hospitalaria. Es imposible controlar una pandemia con tasas de vacunación del 90% en países ricos y del 5% en países pobres. Es inevitable que algún portador del virus llegue a cualquier ciudad del mundo. Imponer el uso obligatorio de mascarillas en la calle es un abuso de autoridad. 

 

El virólogo español García-Sastre, director del Instituto de Salud Global y Patógenos Emergentes de la Escuela de Medicina de Monte Sinaí (Nueva York), dice que el coronavirus, con su variante ómicron, está evolucionando la enfermedad del Covid actual a un catarro común. Un proceso lógico según los científicos; el bicho ha ido mutando hasta ser hoy mucho más contagioso, pero menos letal porque ningún parásito quiere la muerte de su huésped. 

 

Mientras cientos de miles de personas hacen colas en la calle por hambre, en centros sanitarios, entidades bancarias o servicios públicos; mientras pagamos (caras) mascarillas, test de antígenos y PCR; mientras el colapso sanitario por falta de presupuesto provoca muertes por enfermedades ajenas al Covid, los políticos dilapidan la riqueza del país con prebendas y privilegios. Hace siglos, cuando éramos un Imperio, derrochaban 100 gerifaltes; hoy son miles con múltiples cajas expendedoras. Dispendios como reformar el despacho a su gusto (obras, puertas, muebles…) y coches (miles) para el presidente,   vicepresidentas (la Segunda, comunista, amplísima vivienda en Paseo de la Castellana), ministros, secretarios de Estado, comunidades autónomas, consejeros, directores generales,  diputaciones, altos mandos del Ejército, Guardia Civil, Policía y un largo etc., malgastando millones de euros de nuestro dinero, despilfarrando en miles de chiringuitos/mamandurrias y colocando amiguetes con salarios obscenos. Prácticas corruptas en políticos de izquierda y derecha incompatibles con una democracia. 

 

Hemos visto a Merkel haciendo su compra en el supermercado, al presidente de Portugal veraneando como turista o al primer ministro de Países Bajos ir al trabajo en bicicleta. Clave de bóveda de las democracias es el comportamiento ético de sus dirigentes. No robar, no mentir, austeridad con el dinero de todos… Quien no actúa así en democracia es relevado… excepto en España. En España, el aquelarre económico con nuestro dinero de los dirigentes son un Covid persistente, una enfermedad grave para la salud democrática. En plena pandemia, el presidente del Gobierno se va con su familia de vacaciones a Quintos de Mora (8.000 hectáreas), y Las Marismillas (10.000), con lujos de maharajá millonario. Desplazamiento en avión, helicóptero, numerosos coches, luz, agua, cientos de policías, guardias civiles, comidas, empleados de hogar, mantenimiento de los palacios, etc., todo pagado por el pueblo. Práctica de todos los presidentes no por habitual menos inmoral. ¿Evolucionarán los políticos españoles como el bicho para impedir la muerte de su huésped, la democracia? ¿Algún presidente predicará alguna vez con el ejemplo?