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Picarescas

La impregnación de la picaresca en las sociedades, especialmente las latinas, no es nada nuevo, sino viejo.

 

Espero broten alborozos, al menos es la intención de este escribiente. Pero del mucho usar la pluma sin pudores podría espantarse el ave, cosa nada agradable después de haberla cazado. 

La impregnación de la picaresca en las sociedades, especialmente las latinas, no es nada nuevo, sino viejo. Está la artística con su gracia y la esaboría, muy extendida entre los políticos, sin ninguna. Una llena de arte nos ocurrió hace poco a Lola y a mí.

La media mañana sería cuando en la calle Canalejas, a la altura del hotel Colón, un joven caballero de apuesto porte, estatura más arriba de la normal y de gallardos andares, paróse de repente frente a nosotros. Aun debidamente enmascarillado, se le adivinaba amplia sonrisa y gran satisfacción. Guardó el galán las distancias aconsejadas, y con voz varonil acorde con su gentil figura, díjonos: «¡Oh queridos amigos. Venturoso encuentro me deparan los destinos por veros después de tanto tiempo! Día para recordar. ¿Qué tal vuestros hijos? Me alegra anunciaros ¡por fin! un aprobado en las oposiciones al Magisterio Nacional y el ejercicio de tales dichas en un centro escolar de la ciudad. Era mi vocación. Acabo de dejar a mi grupo de alumnos tras una actividad extraescolar y, miren los cielos por dónde, camino de casa os veo…».

De soslayo miraba a Lola y con reciprocidad me devolvía asombros. Una ristra de pensamientos acuciaban a unas perezosas neuronas memorísticas para su despertar. Poco servían los apuros para tranquilizar la desazón de ambos. El gentil caballero nos conocía, era evidente por su flema y dichos sobre la enseñanza. Hubo atisbos de recordarlo por aquello de: ‘esta medio cara la he visto antes…’. Parecía cumplido su efusivo  encuentro y pronto llegaría la despedida. Pero fue el caso de girar, sacar rápidamente unas papeletas y con voz suplicante dijo:

«Invoco a vuestras mercedes la generosidad para ayudar a estos niños en una obra social encomiable, queridos amigos. Poca cosa: a un eurito la papeleta para un sorteo de 1000 euros según los hados intervengan en la Lotería Nacional. Pero os tocará, seguro».

 Ofreció de una tirada diez suertes pero Lola, sagaz como siempre, intuitiva comparada con el bobalicón de su cónyuge, dijo un no inesperado. Para entonces el citado marido había sacado el monedero presto a la compra de algunas, pero con tal de no desentonar igualó la cantidad y ambos le dieron para la gran causa un euro por cabeza. 

Marchóse el caballero andante raudo y mohíno por no haber colocado más, después de revueltas y emplear las mejores artes persuasivas, al parecer sin el menor esfuerzo. Una vez a solas, confesadas las cuitas vedadas  ante la presencia del tal, llegamos a la conclusión de habernos estafado. Y, mira por donde, tanto cuidar la memoria en el ejercicio de minucias, cuando una escena esbozada en la matriz dio a luz: hace unos años el citado sin enmascarillar me endilgó la misma faena El rejón fue mayor pero la prudencia y el pudor aconsejan callar. Hasta las papeletas tenían el sello preceptivo, borrado pero legible con lupa: ‘Naves industriales del polígono…’. El hombre se lo curró y, en la condición de heredero por un lado y activo por el otro, debería pertenecer como miembro de honor al Club de los Pícaros Estafadores Artísticos. Dichas estas cosas con algo de reconcomio por el esfuerzo en recomponer una cara normal y dejar la de babieca. Aunque comentado el suceso, fueron muchos los conocidos burlados y otros los sabedores de las andanzas: «También pulula por Nervión, a veces lo acompaña su mujer…Lo conocen por El Estafador».  

No sé el consejo de Cervantes. De todas formas no me importaría referirle el sucedido por si lo incluye en alguna novela ejemplar y para tranquilizarlo: la vida sigue igual, don Miguel, aparte los empujones de  uniformados, clérigos y otros caballeros en coladas a codazos para vacunarse los primeros…