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Radical, liberal, fanatical, criminal…

En España hay alcaldes de ciudades pequeñas que ganan más que ministros.

Teología y Geometría

 

No se asuste, que esto no va de escupitajos e Inés Arrimadas, esto va de una canción ya viejuna, pero con una excelente letra. Cierre los ojos y piense en el título de un álbum: Breakfast in América, en la voz aguda tan característica de Roger Hodgson, piano, saxo y referencias del rock progresivo, pero ‘sin estridencias’. Le voy a decir más, la sintonía de Informe Semanal fue durante años un fragmento de un tema, largo, de otro álbum de esta misma banda inglesa, Crisis, what crisis. ¿Le va sonando? A partir del minuto 4. Pinche aquí:

 

 

Ahora vamos a poner un enlace con la letra original y una traducción así asumible de la canción a la que se hace mención en el titular de este artículo: The logical song.

Bueno, ya situados en el contexto adecuado vamos a hablar de liberalismo y de Ciudadanos. Por lo general, y salvo raras excepciones, cuando en España alguien se apropia de unas ideas o de una corriente internacional es inevitable que todo acabe convertido, dicho con todos los respetos, en parodia. Tenemos por lo general, una gran facilidad para la parodia, a veces involuntaria, que se refleja también en el nivel de nuestros humoristas. En política nacional, autonómica, y no digamos local, todo o casi todo es literalmente una parodia, y de las malas. Pasa que solo las parodias lo suficientemente delirantes suelen acabar en producto de primera calidad, aunque hay alguna formación política que está a punto de lograr la excelencia.

Cuando Ciudadanos apuesta por la adscripción liberal en contra de sus propios estatutos y de sus orígenes socialdemócratas (que yo jamás me creí, como tampoco creo en el liberalismo de Ciudadanos) está abandonando la idea de desplazar al PSOE del centro-izquierda y da por hecho que el relato socialdemócrata, sin la tradicional épica izquierdista que lo acompaña, es agua de borrajas porque aquello de Fukuyama del fin de la Historia se ha acabado, con lo cual ya podemos hablar tranquilamente del fin del fin de la Historia, y eso los estrategas (externos) de Ciudadanos lo saben muy bien, aunque la estrechez de miras de sus pagadores ‘ferrersalatianos’ obligara al intento.

 

La socialdemocracia necesita de alguna manera de una legitimidad histórica y de una trayectoria demostrable y eso, fuera de lo que yo suelo llamar la España de las peluquerías (en expansión) no va a cambiar fácilmente.

 

Si la caída del muro de Berlín supuso el colapso de la mayoría de los regímenes comunistas y prácticamente todos los regímenes de inspiración fascista cayeron por la misma época en Latinoamérica y en prácticamente todo el orbe occidental y la democracia liberal parecía ganar la partida, ahora, como dice Harari en 21 lecciones para el siglo XXI, el liberalismo se encuentra en una encrucijada muy compleja: ‘(…)el liberalismo no tiene respuestas obvias a los mayores problemas a los que nos enfrentamos: el colapso ecológico y la disrupción tecnológica. Tradicionalmente, el liberalismo se basaba en el crecimiento económico para resolver como por arte de magia los conflictos sociales y políticos difíciles. El liberalismo reconciliaba al proletariado con la burguesía, a los fieles con los ateos, a los nativos con los inmigrantes y a los europeos con los asiáticos, al prometer a todos una porción mayor del pastel. Con un pastel que crecía sin parar, esto era posible. Sin embargo, el crecimiento económico no salvará al ecosistema global; justo lo contrario, porque es la causa de la crisis ecológica. Y el crecimiento económico no resolverá la disrupción tecnológica: esta se afirma en la invención de tecnologías cada vez más disruptivas. En las últimas décadasdel siglo XX, cada generación (ya fuera en Houston, Shangai, Estambul o São Paulo) disfrutó de una educación mejor, una atención sanitaria superior y unos ingresos más cuantiosos que la que la precedió. Sin embargo, en las décadas que vienen, debido a una combinación de disrupción tecnológica y colapso ecológico, la generación más joven podrá sentirse afortunada si al menos consigue subsistir.’

O dicho de otro modo: el liberalismo necesita del crecimiento económico continuado y generalizado para sostenerse o al menos de una estabilidad social que hasta alturas solo se puede conseguir a base de ingeniería social, algoritmos, control de masas y segmentación y administración más o menos discrecional de la esperanza, es decir, de eso que no es pero podría o debería ser, según los anhelos particulares de cada ser pensante, y ese contexto no es propicio para un partido cuya élite está compuesta por ‘soldados de fortuna más anti que pro’.

También podría ser que a la construcción de un bienestar virtual inducido, pero acompañado con carencias, se oponga una especie de virtud estoica de renuncia voluntaria de buena parte de la población a infinidad de bienes materiales más o menos superfluos, cuidado del medio ambiente, igualdad de derechos, lo que ya en el siglo V los griegos llamaban ‘isonomía’(ἰσονομία), pero esta vez con reparto equitativo del trabajo, los servicios, e intervención estatal y democrática de la economía en convivencia con el libre mercado y la propiedad privada. Paradójicamente, cuando más razonable parece la salida socialdemócrata color salmón de Escandinavia, más enemigos le salen al ‘liberalismo’ entre sus propias filas –ahí tenemos a Trump– y más adeptos tiene en España el anarcocapitalismo salvaje, signo inequívoco de que al liberalismo económico escuela de Chicago le quedan cuatro telediarios. Cuando en España se pone algo de moda…ya sabemos. Algo que explica el desplazamiento de Ciudadanos del ‘liberalismo paródico a la española’ a posiciones nacionalistas trumpianas.

 

Buena parte de la población de muchos países se ha vuelto temerosa y conservadora o ha ahondado en ello, y en eso están las cabezas pensantes, externas, de Ciudadanos, en aprovechar ese filón, que les obliga a competir con PP y Vox por captar más adeptos en el caladero de la involución.

 

Sigue diciendo Harari: ‘Por tanto, las próximas décadas podrían estar caracterizadas por grandes búsquedas espirituales y por la formulación de nuevos modelos sociales y políticos. ¿Podría reinventarse de nuevo el liberalismo, como hizo a raíz de las crisis de las décadas de 1930 y 1960, y renacer más atractivo que antes? ¿Podrían la religión y el nacionalismo tradicionales proporcionar las respuestas que se les escapan a los liberales, y usar la sabiduría antigua para crear una visión del mundo actualizada?’

Menos trabajo, más tiempo libre y servicios públicos suficientes podrían dar lugar a una sociedad mucho más formada e informada, más competente y más libre y autónoma, algo impensable en una sociedad como la española, tal como la conocemos, pero ya un hecho en algunas de las sociedades más avanzadas y más igualitarias del planeta. Nosotros, los españoles, si queremos un lugar en el mundo, debemos persistir en nuestro infalible método del refrito y de convertir todo lo que fue razonable y digno en una parodia con un desfase temporal con el original de décadas. Es la mejor manera de que muchos de los gañanes que tenemos como políticos y de las masas enfervorecidas y en proceso de energumenización continua en las redes puedan seguir marcando la pauta democrática.

Creo que fue Pericles el que propuso que se les asignara una compensación económica a los ciudadanos atenienses de las clases menos pudientes que ejercían algún tipo de cargo, y el que afianzó definitivamente el ‘gobierno de las mayorías’. Esperamos que las circunstancias no nos obliguen a tener que maldecirte, Pericles de los…, porque eso, y quién lo iba a decir, en muchos pueblos y ciudades de la España de nuestros días, se ha convertido, como no podía ser de otra manera en una parodia de democracia directa representativa. Pero claro, los que ni se inmutan por no cumplir ya desde el primer minuto lo prometido saben que, con estos mimbres de cultura política que tenemos, una democracia directa a lo Grecia clásica sería el infierno en la Tierra. Por eso en España hay alcaldes de ciudades pequeñas que ganan más que ministros y partidos ‘tácticos’ como Ciudadanos que pactan con quien sea por una cuota de poder y dinero, porque no hay manera de que los ciudadanos, los de verdad, nos organicemos, empezando por los municipios, para en principio, evitar abusos.