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Recuperar la versión holística del ser humano

Deberíamos diferenciar entre ciencia y tecnología, otorgándole a esta última el espacio que realmente le corresponde: ser una herramienta al servicio de la primera.

 

 

En el mundo tras la pandemia se debería recuperar la gestión de la sociedad desde una óptica holística de los intereses de los ciudadanos. Las políticas identitarias, por un lado, y el avance incontrolado de la inteligencia artificial, por otro, están provocando que el paradigma hombre sea contemplado no como un todo integrado e interconectado con un centro de mandos en sus capacidades cognitivas, sino que lo estamos apreciando como una mera suma aritmética de sus propiedades aislables.

La políticas identitarias, además de ser esclavas de la ley del péndulo provocando los antiidentitarismos en los que basan sus estrategias algunos grupos no democráticos, no responden a los intereses globales de la ciudadanía y provocan el advenimiento de nuevos poderes que acaban trabajando esencialmente en pro de la defensa de sus intereses por encima de los del conjunto de la sociedad.

Por otra parte, la apuesta desmedida sin la adecuada regulación por la Inteligencia Artificial y todas las tecnologías que la rodean, está robusteciendo su hoja de ruta para intentar superar a la Inteligencia Humana en algunas habilidades parciales del hombre, si bien aún podríamos estar lejos de alcanzar el estadío de singularidad gracias a la enorme diversidad de la conciencia subjetiva de los humanos, por lo que no todo está aún perdido.

Deberíamos diferenciar entre ciencia y tecnología, otorgándole a esta última el espacio que realmente le corresponde: ser una herramienta al servicio de la primera, y también de la cultura, por supuesto, evitando que se convierta en una amenaza singular contra las capacidades cognitivas de los humanos y del humanismo en el que se implementan las mismas.

La cultura con mayúsculas es un gran paraguas que nos cobija a todos, siempre y cuando la sociedad logre integrar en su evolución natural los oportunos mecanismos de interconexión generacional y para ello es clave contar con la inteligencia natural de los que gestionan la cosa pública en cada momento. No es realista la tesis de que hoy exista una brecha generacional insalvable como consecuencia de una gran intensidad en el avance de la técnica, sino que detrás de ella se oculta la incapacidad de las generaciones con más experiencia para adaptarse a un panorama que es fruto de una revolución más que de una evolución.

Para aprobar esta asignatura pendiente en la sociedad actual, es imprescindible comenzar por abordar nuestra realidad de manera global, holística, y no sólo desde frentes aislados poniendo parches cortoplacistas para intentar evitar posibles insurrecciones de una generación contra otra.

Aunque sólo fuera por razones de eficacia y de eficiencia, no procede enfrentarse al futuro al ritmo que marquen los avances parciales de la técnica, sino que habría que integrarlo en unos pocos parámetros representativos de la globalidad del ser humano; todo lo demás puede ser una trampa al servicio de los que posean la punta de la innovación en cada momento y no del conjunto de los intereses de nuestra especie.

La política, como la actividad responsable de la organización de la sociedad que impide que volvamos a la selva, debería ser reseteada de acuerdo con los tiempos, lo que supone aceptar la inevitabilidad de la globalización que imponen las nuevas tecnologías y una visión holística en la gestión de las necesidades de los ciudadanos, no sólo a corto plazo, y de todas las generaciones interactuando entre ellas.

Va siendo hora de romper el corsé de la configuración de un modelo de estado de bienestar que comenzó a estar herido de muerte por la crisis político- económica que se inició en 2008, hasta llegar hoy a la necesidad imperiosa de ser reseteado tras su praxis durante la pandemia. No es viable seguir contemplando una vida laboral enmarcada cronológicamente por unas normas obsoletas, sin tener en cuenta el perfil de cada actividad. Para ello, es fundamental pasar de un sistema basado en el valor del mero intercambio de bienes y servicios, a otro en el que prime la calidad del valor de uso de los mismos. Un nuevo modelo universal de estado de bienestar que valorara e incentivara el potencial de la capacidad cognitiva de los ciudadanos podría llegar a ser también muy beneficioso incluso para el erario de los países.

Hay que hacer didáctica en materia conceptual para que los ciudadanos dejen de asociar la política exclusivamente a los políticos. La política es, ni más, ni menos, lo que nos permite vivir en sociedad. Los políticos son los gestores activos de la política y pueden ser, o no, eficientes, pero para eso están las urnas y los mecanismos de control de los que se dota todo sistema democrático que se precie como tal. En estos tiempos, las nuevas tecnologías nos permiten un mayor y mejor control de los políticos a través de una intercución permanente y directa entre representantes y representados, tan sólo habría que exigirles  a los partidos que los incluyeran en los programas electorales.

Los populismos son movimientos sin ideología que sirven a intereses espurios, se alimentan de los grandes errores de las organizaciones democráticas y se cuelan por las brechas de las políticas identitarias, de los nacionalimos libertarios y de los colectivimos castrantes. Las políticas holísticas crearían una barrera fáctica para dificultar el acceso de los populismos al juego democrático.

En definitiva, una versión holística del ser humano en el escenario de una   próxima incorporación de las tecnologías cuánticas a la vida diaria de las personas, podría representar un muro de defensa de los valores del humanismo, incentivando el desarrollo de nuestro potencial cognitivo, ahora en riesgo de amortización por el avance de una inteligencia artificial hoy por hoy al servicio de los intereses de unos pocos, que en el fondo son los de toda la vida.

 

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