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Sevilla y la poesía

Pablo Neruda cavilaba: “solo con una ardiente paciencia conquistaremos la espléndida ciudad que dará luz, justicia y dignidad a todos los hombres ...”

 

“Lo malo no es que los sevillanos piensen que tienen la ciudad más bonita del mundo; lo peor es que puede que tengan hasta razón”, afirma Antonio Gala. Pero más allá de los tópicos y panegíricos fundamentados en lugares comunes, existe una realidad que es irrefutable: la razón poética de la ciudad.  Pablo Neruda cavilaba: “solo con una ardiente paciencia conquistaremos la espléndida ciudad que dará luz, justicia y dignidad a todos los hombres. Así la poesía no habrá cantado en vano.” Y en Sevilla, ciertamente, la poesía nunca cantó en vano.

Si me perdiere en Sevilla”, escribe Gerardo Diego uno de los artífices de la génesis del 27-, “atravesad el patio de banderas, / seguid túnel adentro y desdeñando / sombras de Don Fadrique y de Don Pedro / buscadme en los jardines”, en referencia a los del Alcázar. Es fama que fue en los jardines del Alcázar de Sevilla donde Garcilaso vio por primera vez a doña Isabel de Freire. ¡Lugar feliz, exclama Romero Murube, y feliz incidencia que ha de motivar la voz más pura de la poesía española! El azar, por tanto, se vuelve destino, Guillén pone voz a esa indeleble magia. ¡Cómo no agradecer los balcones con geranios en flor, los patios en sombra, los azulejos y las azoteas (“Sol de la tarde”), las calles –la bulliciosa Sierpes o la tranquila y misteriosa Aire-, las fuentes, pérgolas e iglesias, y los naranjos, pinos, magnolios, ficus, y alguna escondida encina(“raíz del tronco verde, ¿quién la arranca?) Sus palabras nos devuelven el deseo de seguir viviendo la ciudad poéticamente. Todo ello condiciona un ámbito para la feliz convivencia y el embeleso lúdico. Sevilla es ciudad alegre y cordial. En los dibujos panorámicos que dedica a la urbe hispalense, a finales del siglo XVI, el pintor Hoeffnager, se ven los alrededores  trianeros y las primeras lomas aljarafeñas ocupados por grupos que se divierten.

El mismísimo Lope de Vega, exiliado un tiempo en Sevilla, tuvo tiempo y tino de referirse al Arenal de Sevilla en pleno siglo XVII: “Préciese de su edificio / Zaragoza eternamente, / Segovia de su gran puente, / Toledo de su artificio, / Barcelona del tesoro, / Valencia de su hermosura, / la corte de su ventura, / y de sus almenas Toro, / Burgos del antigua espada / del Cid, por tantos escrita; / Córdoba de su mezquita, / y de su Alhambra Granada, / de sus sepulcros León, / Ávila del fuerte suelo, / Madrid de su hermoso cielo, / salud y buena opinión; / y de su hermoso Arenal / solo se precie Sevilla, / que es octava maravilla / y una plaza universal.

Aunque para el granadino Ángel Ganivet, “Sevilla seduce por la gracia”, también el santanderino Gerardo Diego, que aterrizó por Sevilla desde la otra punta de España, se fijó desde el principio en su luz: “Cómo quisiera cantarte, / Sevilla de luz desnuda, / la Sevilla más difícil, / la más pura. / (…) Sevillano soy, amigos, / con siete siglos cabales / y otros siete que me esperan / en el aire. / (Por las atarazanas, / Torre del Oro, / eslabones rodaban, / corren los moros). En famoso poema “Torerillo en Triana”, había dicho: “Torerillo en Triana / frente a Sevilla. / Cántale a la Sultana / tu seguidilla. (…) Ay, río de Triana, / muerto entre luces, / no embarca la chalana / los andaluces. / Ay, río de Sevilla, / quién te cruzase / sin que mi zapatilla / se me mojase”. Y hasta el canario Claudio de la Torreevoca: “Sevilla: / el color ha brotado, tu color, / como llama al mediodía: arde en silencio la ciudad, tus patios / son como hogueras apagadas. / Hilo de luz, para tejer las hojas / del árbol, en el encaje de tus jardines, / al fresco arrimo del estanque / que recoge la sombra en sus orillas; / para la flor del azahar que muere / desvanecida, / para cortar las rojas bocas, para / herir la sonrisa; para la brisa, luz / y luz / y luz / y luz/ canta Sevilla”.

La siguiente generación –la del ecijano Manuel Díez Crespo, o la del sevillano José Luis Ortiz de Lanzagorta, por ejemplo-, también ha indagado en los rincones de una ciudad en la que, como dejó dicho Eugenio Noel,no hay palmo de terreno que no esté bien aprovechado; ni casa que no signifique un fuerte amor a la vida; ni trozo de calle que no tenga su leyenda; ni rincón que no cobije supersticiones medrosas, gérmenes eternos de arte; ni huecos de fachada que no se cuiden como a las niñas de los ojos, que ojos al fin son por medio de los cuales aquellas almas sevillanas, nerviosas y múltiples consiguen su ideal de vivir en la calle y en la casa al mismo tiempo, apurando esas dos existencias, la suya y la de todos, sin las que ningún sevillano toleraría un solo minuto su propia vida.”

Por Sevilla andaban Alejandro Collantes de Terán, Rafael Porlán, Adriano del Valle, Rafael Laffón y Juan Sierra, todos ellos poetas excepcionales deslumbrados por el Ultraísmo y admiradores de otros poetas anteriores como el exquisito Rafael Lasso de la Vega, que recuerda: Y el recinto escondido entre jazmines / con un naranjo verde / era espejo de un claro patinillo / donde de medio cuerpo se veía / asomada en lo alto la Giralda. / Un hondo patinillo / oculto a las miradas de la calle / como una novia tras la reja”. Hechizado siempre por el minarete con campanas de la catedral, incluso cuando vivió tanto tiempo en Florencia.

Es una constatación sentimental que Sevilla no podría existir sin la poesía, pero tampoco la poesía sería posible sin Sevilla. Quizá porque son la misma cosa. En la tertulia de Las Setas lo sabemos. Somos un grupo de amigos amantes de las letras y de Sevilla y que nos une, además de la amistad, la creencia, compartida con fray Luis de Granada, de que el paraíso no es otra cosa que una larga e interminable tertulia. Le hemos solicitado al pleno del ayuntamiento, junto a un elevado número de ciudadanos, que declare a Sevilla ciudad de la poesía, que no otra cosa puede ser la vieja Híspalis. Y tampoco sería en balde fijar un día para conmemorar las letras sevillanas.