Susana Díaz, Hija Predilecta
El mismo Griñán le dio a la lideresa del Tardón una lista de libros para leer, sin reparar que a la política hay que venir ya leído.
Susana Díaz Pacheco, enjundiosa ex de muchas cosas y la que con solemnidad de shakesperiano Ricardo III, sentenció: “a este lo quiero muerto (políticamente) hoy” refiriéndose a Pedro Sánchez, siempre ha sentido, desde su Tardón natal, un arregosto superlativo de orgullo trianero. Nada tan memorable como la tradicional “cervecita” a la conclusión de las asambleas de la agrupación de Triana del PSOE. Pero Susana Díaz no ha sido olvidada, cómo olvidar que ella antes que el PP, Vox, Manos Limpia y Hazte Oír, entre otros, fue la que quiso defenestrar a Pedro Sánchez o cómo facilitó que Mariano Rajoy siguiera en La Moncloa o cómo era mimada por los mandamases del Ibex 35 o los jarrones chinos bien instalados en los consejos de administración. Susana es inolvidable y cuyos méritos ya era momento de ser reconocidos. La historia tiene a veces estos macguffins, nombre que le daba Hitchcock a un elemento intercambiable de suspense que hace que los personajes avancen en la trama, sin tener mayor relevancia para la trama en sí.
Y el alcalde pepero y carpetovetónico de Sevilla, José Luis Sanz, ha estado ahí para poner a Díaz en el púlpito laico que se merece nombrándola hija predilecta de Triana. Porque, según el primer edil de Plaza Nueva, “Triana tenía una deuda con Susana Díaz que vamos a saldar. Sus méritos están más que justificados después de una vida dedicada al servicio público y a trabajar por el bien de los ciudadanos y con mucho cariño la nombraremos hija predilecta de Triana.” Ya quisiera Feijóo que Sanz dijera eso de él.
Sin embargo, esos “méritos más que justificados” es una visión que no puede nacer del socialismo andaluz, pues el pasado es tenaz. Para lavar algún complejo junguiano, Griñán quiso ser el Pigmalión de una camada de jóvenes, a cuya cabeza se encontraba Díaz. El mismo Griñán le dio a la lideresa del Tardón una lista de libros para leer, sin reparar que a la política hay que venir ya leído. De Susana destacaban sus acólitos dos valores en alza: era joven y mujer, virtudes sin necesidad de cultivo, puesto que suponían dos eventualidades ajenas a la voluntad de la interesada. Era un grupo generacional con los estudios abandonados y ajeno absolutamente al mercado de trabajo al que jamás habían concurrido, su “modus vivendi” se circunscribía al útero nutritivo del Partido, ni siquiera a la política por el concepto tan restrictivo que de la misma operaba en sus jóvenes meninges. La minúscula política se realizaba en la “cervecita” de íntimos después de las reuniones orgánicas, donde el cotilleo y el comentario doloso iban construyendo un cainismo clientelar que orillaba a grupos o militantes no apocados ante la influencia totalizante de la lideresa. Mediante un maquiavelismo grosero de aldea se iban dinamitando ejecutivas locales para reconducirlas mediante gestoras y una quinta columna murmuradora y maliciosa, a las redes clientelares y a un unamuniano fulanismo que hacía que ya no se supiera, desde el poder, hablar sobre ideas, de conceptos, con razones, sino de un nominalismo particularista donde la única alternativa a la incondicional sumisión al líder era el ostracismo, lo cual conducía a un empobrecimiento intelectual, humano y político de la organización y las instituciones que gobernaba. El cargo, el empleo, la canonjía se convertían en objetivos políticos y en los instrumentos del blindaje del voto congresual y el Partido Socialista, como correlato, en un proyecto personalista sin contenido. Todo ello condujo a una Junta paralizada dos años por los cabildeos mesetarios de Díaz, a un gobierno mal coordinado, donde sus miembros lo eran más por la fidelidad mesiánica a la lideresa que por el talento para los asuntos públicos y un PSOE-A convertido en patrimonio de un círculo clientelar, encabezado por Susana Díaz, que estimaba que la democracia interna era una traición a la docilidad que exigen las relaciones de la militancia con la dirección.
Todo ello ha derivado en una conjunción perversa: el neoperonismo castizo y carpetovetónico ejercido en su momento por Susana Díaz, la inanidad intelectual y política de Juan Espadas y su obsesión por los cargos han compuesto un daguerrotipo de congestión política del socialismo andaluz que ha desconcertado a la ciudadanía. Perder elecciones sin que haya responsables por los pésimos resultados de los comicios, estar en los cargos sin que incumban las consecuencias pocos bondadosas de la acción política, son formas cómodas para el político y muy dolorosas para el militante y el elector afín. Cuando Mao Zedong dijo “Hay un gran desorden bajo el cielo, y la situación es excelente”, quería señalar un hecho que puede ser articulado con precisión en términos lacanianos: la inconsistencia del Gran Otro abre el espacio para el acto. Los méritos que la derecha le reconoce a Susana Díaz son un contundente cliché del carácter de esos méritos.