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Susana y Teresa, la izquierda dividida

“El mal de nuestra gente es que no se hace política de ideas y conducta, sino política de personas.” John W. Cooke

 

 

La izquierda andaluza sufre una quiebra significativa debido a dos liderazgos exageradamente ávidos de poder, poder transmutado en un proceso nominalista, donde la maquinación y el cabildeo se constituyen en un simulacro de controversia ideológica  y de proyecto político.

 

Susana Díaz y Teresa Rodríguez y viceversa, han maniobrado en sus organizaciones con pretensiones de controlar amplios espacios de poder con el corolario de sendos fracasos estratégicos. Y todo ello, sin que Díaz y Rodríguez hayan sido capaces de vertebrar cualquier tipo de cohabitación política donde la izquierda pudiera consolidar una mayoría progresista que contrarrestara la conjunción del bloque de derechas que al final se ha hecho con el poder en Andalucía. Susana Díaz siempre prefirió converger con la derecha, estuvo muy incómoda coaligada con IU hasta que la desbarató con cajas destempladas en cuanto tuvo ocasión. Poca ideología, poco proyecto político, excesiva ambición, deslealtades, clientelismo, en el caso de Díaz, con algún matiz en el caso de Rodríguez, pero ambas dispuestas a debilitar sus respectivas organizaciones con tal de consolidad su performance personal en la vida pública.

 

La hostilidad entre ambas regocijaba sobremanera a una derecha cuyo trabajo era facilitado, singularmente por Susana Díaz, que tiraba del argumentario conservador para aguijonear a la formación morada, mientras rompía a su propio partido con tal de procurar la continuidad de Rajoy en la presidencia del gobierno, boicoteando la candidatura de su organización y anatematizando, con la misma retórica derechista, a los partidos que han configurado la mayoría de la investidura. Con esta hoja de servicios hay pocos precedentes de que alguien haya pretendido atrincherarse en su poder orgánico e institucional y que prometa recuperar lo perdido por el simple hecho de hacer protesta de adhesión al líder que quiso defenestrar y darle tardíamente la razón.

 

Díaz, quizá Rodríguez no o, al menos, no de forma tan palurda a como lo manifiesta la lideresa del Tardón, tiene cierto complejo de clase, que es lo contrario a la conciencia de clase, y donde no tanto la política como el poder son un sufrido aparataje de cateto escalamiento social. El último verano de su mandato como presidenta de la Junta ya se procuró un alojamiento de lujo abandonando para siempre el estío de su puericia y juventud en la popular playa de Chipiona y ahora se acoge al glamour del papel couché con entrevista y reportaje fotográfico familiar en una conocida revista del corazón. Todo esto, para quien no ha ejercido como Díaz ninguna profesión, representa, desde una posición de izquierda, un desencuentro ideológico de tal magnitud que convierte en pura demagogia cualquier manifestación que se haga en nombre de los valores socialistas.

 

Con la izquierda andaluza en esa tesitura, tan disímil a la del resto del Estado y del gobierno, las lideresas andaluzas comienzan a conocer ese frío caliginoso que produce la soledad política. En el caso de Susana Díaz, la ex presidenta de la Junta, pensó que el pacto con Sánchez tras su conversión apasionada a la causa del secretario general y presidente del Gobierno supondría una Pax Romana superadora de cualquier enfrentamiento entre sanchistas y susanistas.

 

Sin embargo, si el poder que se ejerce no es sino una manumisión de otro superior o resultado de la fuerza contenida, en un sentido azoriniano, de un tercero, todo se vuelve débil y líquido y la disidencia comienza a florecer en las filas propias. Una creación municipalista de Díaz como el alcalde de Sevilla, Juan Espadas, tiene a su hombre de confianza, Juan Carlos Cabrera, buscando alianzas y apoyos para las aspiraciones del primer edil hispalense en desbancar a Díaz de lo orgánico y lo institucional, Mario Jiménez en Huelva aúna voluntades contra la expresidenta; los de Jaén con el secretario general Francisco Reyes a la cabeza buscan nuevas mayorías; en Sevilla, exsusanistas cuya portavoz es Carmen Tovar también intentan vertebrar un frente antisusanista; mientras que en Cádiz están, además de los sanchistas de Fran González, otros críticos dispersos por las agrupaciones del Campo de Gibraltar, que son visitados habitualmente por el exportavoz y exconsejero de la Junta, Miguel Ángel Vázquez.

 

El verdadero problema en los contextos aludidos es, empero, la insuficiencia de un cambio nominal. Constituiría una falta absoluta de perspectiva política e histórica pensar que es una solución un cambio de personas impregnadas por la misma cultura de partido y esa tendencia de cuadros funcionariales en que todo se resume en cargos y salarios. Todo cambio, toda regeneración, todo futuro demanda una idea del cambio, de la regeneración y del futuro. Como dijo John William Cooke, “El mal de nuestra gente es que no se hace política de ideas y conducta, sino política de personas.”