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The Sting

“The sting” dirigida por George Roy Hill e interpretada por Redford y Newman muestra con absoluta maestría, la estrategia que siguen los estafadores.

 

Alguien me ha dicho no hace mucho que, entre los múltiples defectos que me adornan, se encuentra el llamado “síndrome del impostor”. Y lo dice porque es frecuente en mi alardear de lo muy analfabeto que soy y de lo simple y vulgar  de mi pensamiento. Esto solo demuestra que, a pesar de todo, hay personas que no te creen. Pero lo cierto es que la cultura, entendida como la adaptación y comprensión de todo cuanto te rodea solo es asequible para unos pocos privilegiados que son sabiamente adiestrados en estas  vitales cualidades: adaptación y comprensión. Por tanto, desde este punto de vista sigo considerándome un analfabeto profundo. Y lo digo porque hasta el día de hoy no he llegado a comprender el mundo en el que vivo ni mucho menos me he adaptado a él.

Tras años de subsistencia mísera, atrapado en labores para las que no estaba preparado ni adaptado y a las que accedía por una simple cuestión de supervivencia, fui descubriendo la engañifa en la que estaba inmerso. A mayor capacidad económica, menor necesidad de tragar sapos. Cuanto menos tragas, más impopular eres. En cuanto levantas un poco la gaita, te llueven las críticas y los zarpazos. Los de arriba porque te sublevas, los de abajo por que los dejas en evidencia, el resto porque reconocerte es ponerse en riesgo de exclusión.

El concepto mínimo que debemos tener de libertad pasa por la no dependencia, económica, ideológica, emocional o sentimental y la no adscripción a facciones sean del tipo o color que sean. Pero este mínimo estándar de libertad es difícil de conseguir y su coste, a veces, supera con creces los posibles beneficios de tan idílica situación; la libertad, entendida como tal, es dura y costosa.

Pero todo llega, o  casi siempre, por no ser excesivamente pesimistas. Una vez alcanzada la zona de confort (concepto muy de moda en estos tiempos), uno se `permite el lujo de mirar hacia todo aquello que, durante años le pasó desapercibido, una veces porque no era capaz de verlo y otras, simplemente porque no quería. Sufrir por sufrir es tontería. Como escribió el poeta (no me preguntes cual) “… y al volver la vista atrás se ve la senda….”.

Y ahora, desde mi ignorancia supina, desde mi charco embarrado, desde mi humilde osadía me pregunto. ¿Para quién he trabajado estos años? ¿Qué intereses o principios defendía? ¿Era consciente de lo que hacía o el miedo al hambre y la exclusión me impedían ver la verdad verdadera? Y la respuesta es fácil, un poco de todo y un poco de nada

 

Por suerte, y como dice mi estimado Marlowe, con un poco de cerebro y la dosis adecuada de suerte que siempre hay que tener se consigue salir del recinto embarrado reservado para los miserables  y asomarse a las vistas del otrora mundo desconocido.

 

Y es ahí donde aparece, entre neblinas al principio y con nitidez al final la gran tramoya que nos tienen preparada los de siempre. La gran estafa que, generación tras generación urden los poderos para timar a los desafortunados e incautos que le han de servir como alimento para su desmedido apetito de poder.

La película “the sting” dirigida por George Roy Hill de 1973 e interpretada por Robert Redford y Paul Newman muestra con absoluta maestría y verosimilitud, la estrategia que siguen los estafadores para hacerse con el botín.

En primer lugar elegir al pringao, buscar su lado oscuro, su punto débil, luego diseñar el plan, elegir el escenario, los actores y por último culminar la engañifa, desplumando al incauto.

Para demostrar esta antigua y exitosa estrategia  podemos empezar en cualquier periodo de la historia,  aunque para algunos la historia comienza cuando Queipo de llano se paseó triunfal por la Sevilla de 1936.

En mi caso iré dando saltos pues mi ignorancia y falta de rigor crítico sobre estos temas me impediría centrarme de un modo académico sobre un  periodo concreto.

En el siglo I a.c  la populosa ciudad de Roma dominaba gran parte del mundo conocido. En ese tiempo ya existían dos facciones o partidos políticos enfrentados entre sí. Los optimates, de izquierdas y los Populares, de derechas, ¿les suena? Al frente de los Populares de derechas aparece Pompeyo el Grande, rico terrateniente y senador romano que defendía los privilegios de la clase senatorial en detrimento del populacho. Y por otro lado aparece Julio Cesar, rico venido a menos (uno de los del tubo) que se afilia al partido de los optimates, de izquierdas para llegar a lo más alto de la escala social.  Como es sabido por todos, Pompeyo y Julio tuvieron sus más y sus menos y aquello acabo con el desdichado Pompeyo bastante perjudicado en su integridad física. Julito se hace fuerte y se instala en un casoplon en la cotizada zona cero de Roma, ¿les suena? Como era de esperar, justo llegó a su nueva morada se dedicó a saldar su cuantiosas deudas y  ampliar considerablemente su patrimonio. Esto acabo igualmente como el rosario de la aurora, con nuestro personaje cagándose en lo más grande cuando descubrió quién le estaba dando la puñalada trapera.q

A partir de aquí la cosa se complica, y ya a partir del siglo III d.c, encontramos a unos personajes que buscan un sitio en las instituciones. A estos nuevos personajes les une la creencia del perdón sin condiciones de sus múltiples pecados y   una asegurada  resurrección después de la muerte. Cada uno cree lo que le da la gana. Pero estos abnegados creyentes aun no están conformes con su nuevo status, antes bien, entienden que eso de pagar impuestos a los ricos no es saludable para sus economías y optan por declararse insumisos a las exigencias tributarias de la abominable Roma.  Como era de esperar, el follón está servido.

 

El tinglado está montado. Los primos son multitud y los riesgos pocos y asumibles. Tipos listos encontraron el punto débil de los pringaos, su afán de vivir eternamente y el miedo a ser castigados por sus fechorías en vida. Tenemos la escena, faltan los actores.

 

Para darle credibilidad y coherencia a la mangucia se necesitan unos buenos y unos malos, y que mejor que inventarse toda una serie de vejaciones y persecuciones para aglutinar el mayor número de seguidores contra los malvados opresores. Cuando esto empezaba a dar sus resultados, otro avispado lo vio claro y les corto la milonga en seco. Constantino I se autoproclamó Cesar de los romanos y líder espiritual de los cristianos (el nuevo concepto de Papa).

Después de esto, el Imperio Romano ya no sería el mismo y comenzó su inexorable declive. Unos zarrapastrosos del noreste de Europa fueron cogiendo posiciones, gracias a prestar fuerza bruta para los mermados ejércitos imperiales y acabaron comiéndose todo el pastel y las grandes `posesiones de los obesos senadores romanos de occidente, porque los de oriente aún continuaron unos cuantos de siglos mas.

 

Aún así hubo tres intentos posteriores de reorganizar el gran Imperio Romano: uno con Teodorico en la era de 470. Otro con Justiniano unos cincuenta  años después y el tercero con Carlo Magno, sobre el año 800. Obviamente ninguno ha perdurado ni por asomo lo que el imperio original de Augusto, Trajano y compañía.

Pero nos falta la gran mascarada, el golpe definitivo. Allá por el siglo IX unos eruditos y estudiosos de todo el saber existente en la época, reinventaron los dogmas, interpretaron las creencias y postulados de viejas tradiciones y crearon lo que hoy en día muchos millones de personas siguen con total entrega. Me refiero a los conocidos como padres de la Iglesia, y ellos reinventaron la figura del papado incluyendo los signos externos de los antiguos Cesares romanos, los  togados y purpurados. Como era de esperar, además de los tocados y purpuras también incluyeron sus posesiones, su poder político, sus ejércitos, concubinas, etc, etc.

Al igual que estos iluminados aparecieron  en la Europa y el Asia menor durante  la edad media, otros lo hicieron en otras latitudes, dando lugar a otras tantas tangañufas de difícil digestión.

Entre tanto salto historicista se me ha pasado comentar que el coste de tan elaborara estrategia de los avispados gestores públicos, cuando no enviados directos de los todo poderosos dioses siderales ha sido considerable. No sabría cuantificar así, a bote pronto cuantos fiambres han quedado por el camino, cuanta calamidad y miseria, cuanta destrucción y todo para que unos pocos gocen de placeres reservados solo para los elegidos.

 

Cualquier parte de la actividad humana puede crear una atmosfera inflamable. Por tanto, la seguridad tiene que centrarse en prevenir la creación de condiciones inflamables, puesto que protegerse de las chispas es absolutamente imposible.

 

Hemos comentado aquí algunas chispas que han dinamitado el curso de la historia. A día de hoy, y circunscribiéndome a esta Españita cobarde, pues mis limitados conocimientos no me permiten llegar más allá, puedo decir  que la  atmosfera que respiramos parece  correr un grave  riesgo de implosión, aunque en realidad no deja de ser una farsa, una tramoya, un tinglado para embaucar a los pringaos y que los bandidos sigan instalados en sus privilegiadas zonas de confort.

Ellos controlan la atmosfera, pero en nuestras manos está la chispa.