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¡Todos al cole!

A ojo de buen cubero, el fenómeno afectaría a más de 15.000.000 de españolitos.

 

La vuelta al cole en septiembre ―rutinario fenómeno desde los Reyes Católicos (es un decir)―, se presenta este año particularmente complicada por mor de la pandemia. Alcanza directamente a 6.500.00 chaveas de hasta 14 años, a los que hay que sumar los correspondientes padres y los sufridos abuelos que, en esto de la vuelta al cole, tienen mucho que decir. A ojo de buen cubero, el fenómeno afectaría a más de 15.000.000 de españolitos.

La nueva ola del virus ya se ha presentado, confirmando la hipótesis más peligrosa (de la que he hablado reiteradamente): que la oleada que la OMS preveía para el otoño, se adelantara al verano. A pesar de ello, no se montó la correspondiente seguridad. Ahora, atropelladamente, se parlotea, entre otros, sobre burbujas, transportes escolares, limpiadores y un largo etcétera. Pero ni se han hecho nuevas contrataciones de docentes, ni de personal de servicios, ni, tampoco, los correspondientes arreglos en las aulas, la  habilitación de mayores espacios y los inevitables presupuestos complementarios. Ni siquiera se ha acumulado “Rendecivir”, el único medicamento antiviral que, según los sanitarios, parece tener efecto contra el Covid-19. No es de extrañar, por tanto, que España encabece de forma muy destacada la lista de países europeos por tasa de infectados.

Habrá pues de abordarse ese regreso a las aulas de manera precipitada, algo en lo que la ministra Celaá es especialista.  Supongo que su compañera, la parlanchina ministra de defensa, Margarita Robles, no volverá a afirmar aquella estupidez del pasado abril cuando, confundiendo previsión con esperanza, aseguraba que la pandemia era “imposible de prever”, reconociendo así implícitamente su ignorancia: la pandemia es un fenómeno previsto en la Estrategia de Seguridad Nacional (ESN) (RD 1008/2017, de 1 de diciembre (BOE nº 309).

La imprevisión actual es francamente dolosa. Políticos, “expertos en todo” y medios han perdido gran parte de agosto tratando agobiantemente de localizar a don Juan Carlos. Mientras tanto, don Pedro Sánchez ―que sí sabía dónde descansaba el Emérito―, veraneaba antiestéticamente con su familia en La Mareta (Lanzarote), la mansión que Hussein de Jordania regaló en su día al entonces Rey. Ante tanta ansiedad persecutoria, uno suponía que, una vez ubicado don Juan Carlos, inmediatamente se extinguiría la pandemia, se multiplicaría la inversión, subiría el consumo y se dispararían las exportaciones. ¡Ah!, y que, por fin, la Sala Segunda del TS resolvería “ipso facto” el recurso de Torra contra la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, ¡de 19 de diciembre de 2019!, que le condenó a un año y seis meses de inhabilitación especial para el ejercicio de cargos públicos. ¡Qué decepción!, nada de todo ello se ha materializado. ¿Para qué nos sirve entonces saber dónde está don Juan Carlos?

Puede concluirse que el llamado “estado autonómico” parece diseñado exclusivamente para los tiempos de bonanza. En circunstancias como las actuales, enseguida se instala el caos y las taifas se enrocan. Uno se pregunta qué hacemos tan mal para estar casi siempre peor que los demás. La gestión de la pandemia ha evidenciado la ausencia de liderazgo político de Sánchez, especialmente en tres capacidades esenciales: previsión, decisión e integración. Y, sin liderazgo, no se podrá atajar eficazmente el desánimo, la desorientación y el cabreo que campan generalizados por los espacios españoles. Y, lo más perverso es que ese malsano clima tiende a empeorar. Será que no hacemos bien los deberes.

Veremos lo que da de sí septiembre porque podrían convocarse las catalanas, cambiar la cúpula militar e, incluso, mejorar el entendimiento entre el sanchismo y el PP.  Así pues, hagamos bien los deberes, cada uno los suyos, y ¡todos al cole!