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Tradiciones, macanadas y pamplinas

Un poco de sentido común sería necesario para acabar con ridículas tradiciones.

 

Desde mi juventud las tradiciones constituyeron un tema de debate porque quedaba muy complicado dilucidar cuáles debían mantenerse o respetarse. O sea, la tradición por el hecho de perpetuarse en el tiempo sin plantearse otros argumentos, soló porque siempre fue así, nos llevaría a las costumbres cavernícolas, un disparate mayúsculo, claro.

Es cierto el posible deterioro de las identidades si acabásemos de un plumazo ─retóricamente planteado el asunto─ con las tradiciones con las cuales hemos crecido. Pero un poco de sentido común sería necesario para acabar con las ridículas.

Es el caso de la familia Windsor, los descendientes de Eduardo VII, allá por los principios del pasado siglo. Todavía resulta preceptivo el pesar a los invitados a la cena de Nochebuena antes y después del banquete para averiguar con la máxima contundencia (al parecer desconfían de la sinceridad de sus escogidos invitados) el incremento de peso. Aplican, pues, en un señorial pitorreo una proporción directa: a más peso, más les gustó la comida. Ni se plantean la posible cortesía de algunos en comer sin gustarle, algo muy común en similares ambientes, dígase también en el mundo diplomático donde algunos embajadores deglutan sopas de hormigas o vesículas de serpientes, ellos sabrán…  sacrificios por la patria y el sueldo.

 

La tradición por el hecho de perpetuarse en el tiempo sin plantearse otros argumentos, soló porque siempre fue así, nos llevaría a las costumbres cavernícolas…

 

La tradición obliga a pesarlos con una báscula del siglo XIX. Posiblemente, muchos agradecidos a la monarquía inglesa no vacilarán en llevarse un par de días en ayunas para cenar esa noche opíparamente. «¿Sabe cuánto engordó la condesa fulanita? ¡843 gramos! Debemos felicitar al cocinero por la condimentación del pavo y la tarta helada». Tal vez no sepan nunca de las diarreas en grado superlativo  de la aduladora fulanita y del  pelota menganito poco antes o recién llegados a sus pulcros aposentos.

Llevado el tema a otro horizonte cercano nos encontramos ─un servidor ha pasado toda su vida a cuestas con él─  a Gibraltar. Una nación con tradiciones como la señalada ¿podrá alguna vez siquiera fuese por casualidad o descuido devolverle el Peñón a una nación pesopluma como es España? Acontecimientos imposibles e inauditos serían necesarios para la devolución. ¿Alguien sensato pensó en un vetazo español para lograr un  Brexit favorable? Podría balancearse a Drake con Méndez Núñez, dos paradigmas. Elijan.

Un tío carnal argentino vino a visitarnos precisamente cuando los militares en un arrebato de patriotismo y de esparcimiento de humo, dada la grave situación social, ocuparon las Malvinas. Cuando le di la noticia por poco se desmaya. «Los militares están locos, Gran Bretaña nos destruirá». Absurdo comparar el poderío militar inglés con el de España o Argentina, ni su influencia política mundial. Sus hermanos norteamericanos bien los ayudaron para bailarle un tango de órdago a la alegre  muchachada argentina.

 

¿Alguien sensato pensó en un vetazo español para lograr un  Brexit favorable? Podría balancearse a Drake con Méndez Núñez, dos paradigmas. Elijan.

 

No le he preguntado a mi mujer ni quizá lo haga si ha pensado en algo diferente para estas Navidades. Me da exactamente igual, solo con poder comer me conformo, un lujo comparado con los millones de criaturas hambrientas esparcidas por este desigual mundo carente de estúpidas tradiciones. Pero las monarquías se sustentan en macanadas (frase muy usada por mi tío) para embobamiento de sus súbditos o en la pugna de modelitos donde los hábiles modistos colocan un pliegue de más o de menos para el lucimiento de las altas damas.

Invocaremos al silencio, necesario para introducir el pensamiento en la vida, aprender a estar solo consigo mismo, a marcar distancias para adquirir juicios y tiempos para la calma, aunque sea chicha.