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Un cuento árabe sin fundamento

«Las Cruzadas vistas por los Árabes», de Amin Maalouf. No busqué el libro. Más bien al contrario: fue él el que quiso caer en mis manos.

 

«Las Cruzadas vistas por los Árabes», del renombrado autor franco-libanés Amin Maalouf. No busqué el libro. Más bien al contrario: fue él el que quiso caer en mis manos. Y ni siquiera estaba al completo. Era solo el primer capítulo. Pero, acabado este, me hice con la obra completa y le dedico este post.

Al principio, uno tiene la impresión de que se trata de un libro de divulgación histórica — perfectamente documentado, eso sí —. Personas de mi entorno me confesaron que lo dejaron a medias, hartas de batallitas. Se perdieron lo mejor. Un genial epílogo en que el autor demuestra que el asunto de las Cruzadas trasciende el momento histórico y repercute de lleno en la actualidad.

Los de aquí no participamos en las Cruzadas. En aquel momento, estábamos divididos en varios reinos peninsulares, y teníamos las Cruzadas aquí, en nuestra tierra. A lo largo del libro de Maalouf hay muchas referencias a Al-Ándalus, como el frente occidental y, cómo no, lugar de contacto entre los dos mundos cristiano-occidental y musulmán, a lo largo de varios siglos.

Las Cruzadas y el «espíritu de Cruzada», al igual que la Yihad, van a ser un elemento fundamental para comprendernos, aún hoy. Comprender España, y mucho más, comprender la tierra andaluza que habitamos.

Es creencia común que, en parte, a Lorca le cuesta la vida esta afirmación:

«Fue un momento malísimo, aunque digan lo contrario en las escuelas. Se perdieron una civilización admirable, una poesía, una astronomía, una arquitectura y una delicadeza únicas en el mundo, para dar paso a una ciudad pobre, acobardada; a una “tierra del chavico”, donde se agita actualmente la peor burguesía de España».

En el libro del que les hablo hoy se proporcionan algunos matices al aserto del poeta granadino:

  • «…desde la perspectiva histórica se comprueba que en la época de las Cruzadas, el mundo árabe, desde España hasta Iraq, es aún, intelectual y materialmente, el depositario de la civilización más avanzada del planeta».
  • «El pueblo del Profeta había perdido, ya desde el siglo IX, el control de su destino. Prácticamente todos sus dirigentes eran extranjeros».
  • «Dominados, oprimidos, despreciados, extraños en su propia tierra, los árabes no podían proseguir su florecimiento cultural, que había comenzado en el siglo VII. Cuando llegan los frany (los cruzados), ya han dejado de progresar y se conforman con vivir de las rentas del pasado, y aunque es cierto que todavía iban claramente por delante de esos invasores, en casi todos los aspectos, ya había empezado su ocaso».
  • «La segunda «tara» de los árabes, que no deja de tener relación con la primera, consiste en su incapacidad para crear instituciones estables».
  • «En medicina, astronomía, química, geografía, matemáticas y arquitectura, los frany adquirieron sus conocimientos en los libros árabes que asimilaron, imitaron y luego superaron».
  • «Mientras para Europa occidental la época de las Cruzadas era el comienzo de una verdadera revolución, a la vez económica y cultural, en Oriente estas guerras santas iban a desembocar en largos siglos de decadencia y oscurantismo».

Los reinos ibéricos participaron de todo lo expuesto más arriba, y en la misma época, aunque sin desplazarse de la Península. Federico García Lorca sucumbió al embrujo – palabra muy suya – de una época luminosa que habría sido aniquilada por los bárbaros de la intolerancia nacional-católica. Ello no obstante, los hechos proponen que el reino nazarí de Granada sucumbe por la propia decadencia política y militar, amén de una guerra civil. Y su civilización y su cultura no eran sino el vestigio de lo que fue la Córdoba de Abderramán III.

Lorca no fue, con todo, el único hechizado, ni el que más trascendencia tuvo. Blas Infante, el «padre de la Patria Andaluza», sucumbe también a este lugar común, y hace de él una bandera que perdura hasta la actualidad. Al notario podemos atribuirle una notable sensibilidad social y amor por su tierra. Su activismo tuvo más relevancia durante la monarquía que en la República, donde su fracaso como político fue ostensible, lo que no le evita la muerte por fusilamiento al poco del golpe militar de 1936.

Ha trascendido la islamofilia de Infante, asunto cuyo análisis excede de estas líneas. Sí es preciso subrayar que solo un desconocimiento profundo de la historia de Andalucía permite relacionar la herencia del extinto poder musulmán en la Península Ibérica con las reivindicaciones territoriales frente al poder central.

Falacia tras falacia. Esa civilización luminosa no traspasó el segundo milenio. Sirvió para enseñar a Occidente, eso sí, y reconocemos su magisterio. En su poder político y militar en declive, la población musulmana se repliega a medida que avanzan los castellanos. No se adaptan, ni se convierten al cristianismo; el Corán rige la vida civil, los ulemas lo interpretan y los cadíes median. Tras la caída de Granada, los musulmanes durarán poco en la Península por diversas razones, comprensibles sobre todo en el contexto de la mentalidad de la época.

Los habitantes de Andalucía, hoy, no descienden de aquellos andalusíes, sino de migrantes de Castilla. Los andalusíes de Granada poblaron barrios enteros en Fez, Marrakech, Túnez y otras ciudades. Izar hoy la bandera de los Omeyas en todas las instituciones de esta tierra es una risible casualidad sin fundamento, derivada del martirio de un filántropo mal documentado, admirable en otras cuestiones. De hecho, es cuestionable la unidad territorial de Andalucía o la simple existencia de una identidad andaluza. Más ligada está Badajoz a Andalucía Occidental, que Almería, por ejemplo. Andalucía es una «Castilla la Novísima», por lengua y por población, construida en dos capítulos: la reconquista del Valle del Guadalquivir y, ciento cincuenta años después, la caída del Reino de Granada. En medio, la peste negra, que devastó los reinos. Y otros eventos.

La nacionalidad histórica de Andalucía es un cuento árabe explotado hábilmente en su momento por un PSOE de Andalucía que nunca había sido regionalista, ni federalista, ni autonomista. Y que, en la Transición, se tragó a la fuerza el «régimen especial para Cataluña» que exigió el corrupto y chantajista Pujol. El habilísimo Felipe vio la jugada, y le sacó ventaja: “¡nosotros no vamos a ser menos!”. Un vivero de votos socialistas. El embrión del peronismo rociero. Sin que experimente mutaciones con el recientísimo cambio político. Ahora, hasta el mismo PP se cree lo del Islam de mirto y arrayán. Estando ellos en San Telmo…