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Va de boda

Comida rápida, servicio más rápido y vuelta a la Seo. Me quedo con los ojos de la señora Miró; inteligentes,hipnóticos y preciosos.

18 de marzo de 1995. Primera boda real en España desde los tiempos de Alfonso XIII, y le tocó a Sevilla el privilegio de ser el escenario.
La ciudad hervía. Llegó gente de toda España que no quería perderse el ambiente y nosotros, los sevillanos, haciendo cierta la fábula del número 12 perfecto. Banderolas, faldones en los balcones, colgaduras y una docena de enormes jarrones de atrezo llenos de naranjas y limones por obra y gracia del duque de Segorbe.
La ciudad a tope. No había una habitación libre ni por casualidad. Mi restaurante atestado desde algunos días antes. Personalidades, periodistas, curiosos, “marujas” que se habían venido desde su pueblo armadas con sus peinas y mantillas y dispuestas a pasar la noche al raso para estar en primera fila. Y no es una frase hecha, que la noche de vísperas –bueno, ya de madrugada–, al salir del restaurante, nos dimos una vuelta por la Avenida; casi más gente que en un Domingo de Ramos. Sillas plegables, bolsas llenas de bocatas y termos, y alegría desbordada. La “claque” perfecta.
De entre todas las mesas que atendí esos días destacaron dos. La primera con Pilar Miró de protagonista. Fue la encargada de retransmitir por televisión el acto a medio mundo, tarea harto complicada, porque el retablo mayor de nuestra catedral está rodeado por unas enormes rejas. “Como una cárcel”, que comentó la realizadora, la cual se las tuvo que apañar para evitarlas. El día anterior nos reservaron un comedor privado para después del ensayo general. Eran once personas. En una mesa auxiliar decidieron dejar todos los móviles, trece. Había por lo menos dos personas que llevaban más de uno ¡y en 1995! Toda la comida iba transcurriendo con total normalidad dentro de la tensión, hasta que sucedió. Un timbrazo en uno de los teléfonos móviles y once posesos que se abalanzan sobre la mesa pensando que era el suyo. Identificaron al propietario entre suspiros de alivio del resto.
Comida rápida, servicio más rápido y vuelta a la Seo. Me quedo con los ojos de la señora Miró; inteligentes,hipnóticos y preciosos.
La segunda mesa fue en el mismo día del enlace. Para la cena. Las nueve y media de la noche. Suena el teléfono. Era Javier Arenas. “¿Enrique? Mira, que voy a ir a cenar con unos amigos, pero en plan informal porque hemos estado este mediodía en la boda de la niña y hemos acabado muy tarde. Prepáranos uno de los comedores de arriba”.
El restaurante a tope, todo reservado. Le pido a Javier media hora para reorganizarlo todo, me dice que sí pero, a los diez minutos, aparecen: Javier y su mujer, Macarena; Juan José Lucas, Antonio Burgos, Pedro Ybarra con sus respectivas señoras; Pedro Jota y Ágatha Ruiz de la Prada (vestida por Ágatha Ruiz de la Prada); Camilo José Cela y Marina Castaño, y José María Aznar y Ana Botella. Todos en fila india escaleras arriba mientras la barra –atestada—iba enmudeciendo mientras todos se daban codazos: “mira, mira…”
De esta ocasión perdura el capotazo de Javier “ponnos de comer lo que tú quieras, que no falten las papas aliñás y teniendo en cuenta que hemos comido lubina y perdiz” y con la poca educación y la misoginia del Nóbel.
No faltaron las papas, por supuesto, ni las pavías de bacalao, que por algo estábamos en Cuaresma.
¡Ah! Me dejaba atrás otra mesa muy “importante” que tuvimos al mediodía siguiente de la boda: una de esas pandillas de señoras que se pusieron las mantillas para jalear a la infanta. Habían venido desde un pueblo de Ciudad Real y nos pidieron (bueno, casi nos exigieron) la misma mesa en la que habían comido tan insignes personajes. Casi hubo bofetadas entre ellas por sentarse en la misma silla que Aznar. Ya han pasado veinticinco años y puedo descargar mi conciencia: ni les di la misma mesa (ya estaba ocupada) ni ninguna se sentó en la silla que pretendían. Fue sin maldad; una mentira piadosa.
Y lo contentas que se fueron para su pueblo…