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Volatilidad

En definitiva, la gran característica de esta campaña es su extrema volatilidad. 

 

La campaña oficial para el 10-N aparece especialmente incierta. A solo una semana de los comicios, hay demasiadas hipótesis. La abstención seguramente será alta, tanto por hastío electoral del votante como rechazo a la suciedad de la campaña. La tensión en Cataluña, y particularmente la violencia de los separatistas españoles de allí, tendrá su reflejo en toda España. El debate a cinco (Sánchez, Casado, Rivera, Iglesias y Abascal), de mañana lunes, podría resultar crítico para definir votos indecisos. En definitiva, la gran característica de esta campaña es su extrema volatilidad. 

Esa voluble condición, junto con lo contradictorio de las encuestas publicadas, ha puesto muy nerviosos tanto a líderes políticos como a sus equipos de campaña. Todo puede suceder, pero pudiera ser que, con respecto al 28-A, los resultados electorales para el Congreso se concretaran en: ligera subida del PSOE; subida a tres dígitos del PP; caída de Ciudadanos (C’s) y Podemos (P’s); y mantenimiento posicional de VOX. Una hipótesis que no aboga por una salida fácil del actual bloqueo político.

El talón de Aquiles de Sánchez ni es Iglesias ni son los separatistas españoles de Cataluña.  Esa debilidad estructural se llama Iceta. Porque sin los votos del cripto-nacionalismo socialista de Cataluña (PSC), grupo fuera del control de Ferraz, el PSOE nunca revalidaría en la Moncloa. Sánchez ha de jugar a dos bandas y plegarse a las pretensiones del “dialogante bailarín”. Mala señal y prueba definitiva de tal servidumbre ha sido recalificar a España como nación plurinacional. Muy mala señal: una oscilación en un asunto de estado, que recalca la debilidad de convicciones del líder socialista. Otra vez, volatilidad

Por su parte, Rivera erró en su cálculo tras el 28-A. Ni se hizo con el pretendido liderazgo de la oposición, ni facilitó la formación de un Gobierno “a la europea” presidido por Sánchez. Una actitud percibida como bloqueante, que habrá de provocar gran desafección entre su electorado el 10-N. Los desencantados con Rivera, que podrían ser más de un millón, o se abstendrán o decantarán su voto a pie de urna. Volatilidad supina.

En todo caso, mi pálpito es que, tras el 10-N, solamente el acuerdo entre Sánchez y Rivera (C’s) podría resultar en la estabilidad y fortaleza gubernamental que necesita España. Siempre y cuando entre los dos ronden los 176 escaños de la mayoría absoluta. 

Hay que esperar que ambos, Sánchez y Rivera, hayan aprendido la lección y, esta vez, decidan gestar juntos una coalición de Gobierno. Al fin y al cabo, en clave maquiavélica, un buen gobernante es aquel que sabe elegir el momento que multiplica el efecto de sus decisiones.