Voluntarios a gestores de lo público
Unos aspirantes a gestores ofrecen dialogo, o lo que es lo mismo, poner la otra mejilla, mientras que otros sugieren contundencia.
El acceso a los órganos de gestión de la “cosa publica”, esto es, el conjunto del patrimonio de un Estado, ha sido desde la más remota antigüedad el objetivo de las clases más poderosas y mejor posicionadas en casi todas las sociedades.
Los medios para conseguirlo han sido, por lo general, forzados cuando no violentos. No es hasta la aparición de los Estados modernos cuando la población civil comienza a participar por métodos más o menos proporcionales en la elección de estos gestores. El concepto “democracia” admite diferentes interpretaciones, pero lo que en estos momentos parece representar no es más que un acto de fe ciega, fe que la población deposita sobre unos voluntarios a ejercer de gestores de todo lo público. Estos voluntarios se presentan como abnegados defensores de ideas que, en todos los casos tratan de satisfacer las necesidades del mayor grupo de población posible. Para ello no dudan en enarbolar frases y expresiones tendentes a hacernos creer que en sus manos está establecer puentes e incentivar el dialogo entre todos y la no exclusión, la reforma de leyes para paliar o eliminar la pobreza y la exclusión social, la erradicación de la mal llamada violencia de género, subidas de salarios, precariedad laboral, pensiones, corrupción, etc., etc.
Contentar a todos es difícil pues lo que a unos beneficia a otros perjudica, aquí no se aplica la teoría general de los contratos donde en las relaciones bilaterales ambas partes ganan, es más cierto que en la mayoría de los caos para que unos se enriquezcan otros han de empobrecerse. No obstante el voluntario, supuesto abnegado con vocación de servicio ofrece a todos la cara buena de la moneda. Los discursos, las propuestas, la subasta de oportunidades se enfocan por los aspirantes a gestores a aquellas capas de población que le resultan más proclives o que esperan salir beneficiadas.
Para un ciudadano de a pie, sin amplios conocimientos de política ni de derecho penal, sometido constantemente al bombardeo de los aspirantes a gestores a través de todos los medios de comunicación disponibles, le resulta difícil entender cómo lo que el aspirante a gestor dice se opone frontalmente con lo que este abnegado ciudadano con vocación de servicio hace una vez alcanzado el ansiado puesto directivo. Cómo, hechos que para el común de los mortales resultan inaceptables y dignos de reproche penal, independientemente de la calificación jurídico penal que reciban, para otros no es más que la expresión de la voluntad del pueblo.
Lo que es democracia para unos, es represión para otros, pegar a la guardia civil y expulsarlos de sus alojamientos, reventar sus vehículos y robar sus armas es la reacción de un pueblo indefenso y pacifico ante la brutal agresión por parte de las hordas del Estado represor.
Y ante estos hechos, unos aspirantes a gestores ofrecen dialogo, o lo que es lo mismo, poner la otra mejilla, mientras que otros sugieren contundencia, o lo que es lo mismo, ojo por ojo, diente por diente.
Al indefenso y desinformado por saturación, ciudadano de a pie, se le plantean términos confusos, ideas contradictorias, se apela a sentimientos enfrentados, se resucitan enemigos y se inventan agravios.
Parece obvio que lo realmente importante es llegar a los puestos que permiten gestionar lo público. Tener acceso a los caudales recabados vía impuestos para encauzarlos convenientemente en beneficio de los de siempre.
Aunque parece que para las próximas elecciones, la dialéctica se verá circunscrita casi en exclusividad a la explotación del sentimiento patrio.
La idea de nación como expresión político-cultural fue divulgada por la Revolución Francesa, pero irónicamente fue la guerra de liberación contra Napoleón lo que realmente legitimó el nacionalismo como autentico espíritu de un pueblo.
En Cataluña donde la política está fuera de la ley, el proceso ante el Tribunal Supremo ofrece un nuevo lenguaje, a menudo cifrado para expresar las aspiraciones prohibidas de la aburguesada aristocracia catalana de seguir gestionando lo público en ese territorio que consideran de su propiedad.
No hace mucho hemos asistido a la presentación por el Gobierno de Pedro Sánchez de su proyecto de unos presupuestos generales para el año 2019, aireados pomposamente a los medios por las ministras Celaa, Calviño y Montero, que se esforzaron en destacar las bondades de esas cuentas públicas. Como era sabido y temido por todos, los socialistas destinaban la cantidad de 14 millones de euros a Cataluña donde, en palabras de la Ministra María Jesús Montero eran de mucha necesidad. Se trataba de cambiar sentimiento nacionalista por dinero contante y sonante. Como reconocen los sediciosos ahora encausados, había que tensar la cuerda pero sin llegar a romperla. Pero el miedo a ser tildados de cobardes y peseteros llevó a los ilusos con Puigdemont al frente, a dar un apretoncito más y declararse republica independiente. Lo que siempre había dado resultado, cambiar nacionalismo por dinero, se vio de pronto abocado al fracaso. El rechazo a estos presupuestos por el Congreso ha dejado las cosas como estaban, con los ilusos en el exilio o en el banquillo tensando la cuerda como si no la hubiesen rota ya, a los miembros y miembras del Gobierno en funciones intentando poner la otra mejilla y a los aspirantes y aspirantas recurriendo al belicoso llamamiento de salvemos España.
Parece que para estos voluntariosos aspirantes, la gestión política se entiende como una empresa privada, donde se hace una inversión inicial con la intención de obtener beneficios en un determinado periodo de tiempo, a ser posible más pronto que tarde.
Estos beneficios son de tipo variado pues al tener la llave de la administración se generan importantes sinergias dentro de sectores productivos y empresariales, de ahí el apego a las poltronas y la perpetuación en el poder. Como en toda empresa hay que ponderar beneficios y costes que haberlos haylos pero éstos se minimizan, gracias entre otras, a nimiedades como las rentas vitalicias o las puertas giratorias.
Pero si hablamos de la inversión inicial, amén de la financiación opaca y poco creíble de los partidos políticos sustentada por aportaciones de donantes no menos opacos y con intereses poco confesables, ésta consiste en ofrecer lo que no se tiene, generalmente en forma de humo y lo que es más sangrante, en prometer lo que a ciencia cierta se sabe que no podrán ni querrán cumplir.
Como ciudadano de a pie, sin especiales conocimientos políticos, jurídicos, médicos o sociales, me resulta, cuando menos confuso entender cómo se compadece el derecho a la vida con el derecho de la mujeres a decidir sobre su maternidad. No obstante aquella norma recogida en el CP del año 85 contemplaba la despenalización en tres supuestos de aborto, el ético, el terapéutico y el eugenésico, me parecía, a todas luces lógica y razonable.
Resulta confuso y contradictorio el nuevo tratamiento que se pretende dar a los delitos sexuales, a la violencia de género, a la inmigración. Es sorprendente que resulte mucho más perseguida y penada la piratería intelectual como es poner música en un local sin pagar el impuesto mafioso a la SGAE, que el robo masivo de electricidad o la usurpación de inmuebles.
Resulta confuso y contradictorio asistir asombrados a la aceptación por parte del Presidente del Gobierno de todos los españoles de mediadores en un conflicto entre una región y el Estado, aceptar y negar, transigir y ocultar.
Nunca tuve tantas dudas acerca de que opción política se ajusta más a mis ideas y principios, so pena de ser tildado de machista, xenófobo, fascista, rojo, misógino o anarquista.
El desencanto y la desafectación es algo con lo que no cuentan estos voluntarios a gestores de lo público, y es que no debemos olvidar aquella frase de Winston Churchill, “Politics is a very importan thing to be left in hand of politicians”