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Cómo ser un hombre de Estado, por Pedro Sánchez

En España urgen, pues hombres de Estado. Una demanda que en los días presentes se ha convertido en una ensoñación protagonizada por locos y viejas del visillo.

Es cierto que con la política uno nunca se aburre. Ya sea por la desvergüenza de los que se dedican a ella o por las iniciativas más rocambolescas, el espectáculo y el entretenimiento siempre están servidos. Especialmente tras la ‘salvamización’ de la política misma, que ha relegado a un segundo plano la ideología, el pensamiento, la filosofía y la praxis competente a favor de la ‘política enlatada’, como la definiera en su día Felipe González, caracterizada por el infantilismo adolescente traducido en demagogia crónica a la hora de plantear soluciones para problemas muy serios.

 

En España urgen, pues hombres de Estado. Una demanda que en los días presentes se ha convertido en una ensoñación protagonizada por locos y viejas del visillo, cuanto menos, a falta que un Brad Pitt que llevarnos a la boca.

 

Fruto de todo esto son figuras como Pedro Sánchez y Pablo Casado. Pedro y Pablo. Hagan los símiles que quieran. Pero no podrán negar que ambos son la representación de la degeneración de la clase política española hasta un punto que en cualquier democracia madura jamás ninguno de los dos habría llegado a liderar siquiera la comunidad de vecinos. En ese mundo ideal, ni uno sobre el que penda la sospecha de haberse sacado una carrera o un máster sin dar un palo al agua y por presiones de su partidoni otro que haya accedido a la presidencia pactando con quienes se han saltado la Ley y encima dicen que van a seguir haciéndolo, estarían donde están ahora. Pero así es este país, por desgracia.

 

Y es el momento en el cual los pretendidos hombres de Estado intentan desesperadamente merecer ser considerados como tales cuando a uno se le cae la mandíbula al suelo. Literalmente. Más allá de la contradicción absoluta que pueda ser el que Pablo Casado pretenda renovar el país con fórmulas más conservadoras en vez de más progresistas en la cartuchera, está el ofrecimiento de Pedro Sánchez al PP de llegar a “acuerdos de Estado”sobre determinadas cuestiones básicas, además de compelerle a hacer una “oposición leal”. Cuando el Presidente dio la Rueda de Prensa uno no salía de su asombro al constatar que ningún periodista, ninguno, le hizo pregunta alguna relativa al portentoso acto de cinismo que supone exigir algo a un rival político que en otras circunstancias mucho más graves y determinantes para España el ahora inquilino de La Moncloa nunca estuvo en disposición de dar. O es que nadie se acuerda que tuvimos que celebrar unas segundas Elecciones Generales en junio de 2016 porque nuestros políticos no fueron capaces de ponerse de acuerdotras los comicios de diciembre de 2015 -a costa del contribuyente, claro- y que a punto estuvimos también de ir a unas terceras por el empeño terco y egoísta de Sánchez de negar una abstención condicionada a Rajoy para que formase gobierno, cosa que acabó ocurriendo al destituirle su propio partido de forma sucia y torticera. Pero ya sin condiciones que valieran nada.

 

A nadie se le ocurrió preguntarle esto. Como tampoco se le ocurrió espetarle que cómo es posible que se tenga el valor de exigir lealtad institucional cuando se ha llegado a la Presidencia del Gobierno después de una Moción de Censura pactada con los golpistas catalanes, los herederos de ETA y los radicales populistas, cuya agenda política contiene de todo menos medidas encaminadas al avance y progreso de España.

 

Los medios, corporativizados y corrompidos, tienen su propia vara de medir. Porque de otra forma es inconcebible que ninguno de los periodistas que estaba en aquella sala pudiese haber escuchado las declaraciones de un Sánchez pagado de sí mismo que todavía no acaba de creerse que es Presidentehablando de pactos de Estado y de lealtad a la vez que se rebaja a negociar con un gobernante autonómico que piensa que los españoles somos una raza inferior más próximos a los marroquíes que a ellos-no sé a cuál de los dos pueblos, si al marroquí o al español, hace más daño con estas declaraciones-, adopta una política de cesión constante al soberanismo, felicita el Ramadán a los Musulmanes a la vez que habla de laicismo en las instituciones públicas o expresa su preocupación por los inmigrantes que atraviesan ilegalmente la frontera sur a la vez que ni se digna a visitar a los guardias civiles heridos con cal viva y ‘otras sustancias químicas’.

 

Ahora Sánchez, que no necesita que nadie le felicite por nada porque ya se felicita él sólo, saca pecho de la revalorización de las pensiones que pactaron sus adversarios PP y Cs, presentándola como una obra de su ‘gobierno del cambio’.

 

Y esta burda muestra de cinismo y de poca estima por el ciudadano de a pie se quedaría en eso si al menos se hubiera dignado a explicar cómo va a hacer frente al ‘efecto llamada’ provocado por la decisión propagandística del asunto de barco ‘Aquarius’cuando las administraciones, los ayuntamientos, los Cuerpos y Fuerzas de seguridad del Estado, las ONGs y las asociaciones está desbordados por un fenómeno cada vez más difícil de gestionar, en vez de proponer soluciones viables en colaboración con el resto de socios europeos para la eliminación de las oligarquías corruptas que dirigen los países emisores de inmigrantes y avanzar hacia su estabilización y democratización,jugando a marcarse el tanto ante las televisiones para luego meter a estos pobres en CIEs o hacinarlos en lugares insalubres, mientras la clase media española, que es la que saca adelante a este país todos los días, es sistemáticamente ignorada porque preocuparse por ella no está contemplado dentro del ideal progre.

Así es amigos. España necesita hombres de Estado. Antes de que la naturaleza falaz, cínica, corrupta, plástica y canallesca de quienes hoy gobiernan y de quienes gobernaron ayer, provoque heridas de carácter irreversible para todos nosotros.