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¿Dónde están los políticos de Estado?

El debate sobre la violencia de género y la ley correspondiente ejemplifica el estado de esquizofrenia que enferma la política y el periodismo.

 

La democracia española ha entrado en una espiral cuyo fin posible solo ofrece dos opciones: o salimos con un sistema político y de libertades totalmente renovado y reforzado, o el futuro a medio plazo que nos espera será una pseudo-democracia donde las tensiones entre ideologías, partidos y proyectos incompatibles nos harán involucionar en todos los sentidos imaginables, incluido, por supuesto, el económico. A menudo se ha puesto el acento en la llegada de la crisis económica devastadora de 2008 y la corrupción de los dos grandes partidos que habían sostenido el bipartidismo imperfecto desde 1977, como si este bipartidismo no nos hubiera procurado los mejores años de nuestra historia y fuese, además, el mejor mecanismo de gobernanza para un país como España.

A pesar de ser evidentes estos dos factores – crisis, corrupción– los pilares del sistema político empiezan a intentar derrumbarse cuando UPyD diseña una estrategia de crecimiento basado en la denuncia del “malvado bipartidismo”, culpable de todos los males. Es cierto que el recorrido del partido de Rosa Díez no fue muy extenso y acabó en notorio desastre, pero sembró un terreno ya explorado para la auténtica explosión tóxica y contaminante hacia nuestra democracia, que empezaría por la izquierda: el 15-M. De este “movimiento” de jóvenes ignorantes y ociosos unidos a viejos trasnochados nostálgicos de mayo del 68, surgiría esa gran catástrofe para la política española llamada Podemos, y supondría también un precedente en apariencia inocuo para un socialismo que ha degenerado en el pedrismo, la mayor desgracia que hemos vivido los españoles junto a Mariano Rajoy. Porque Rajoy es la explicación del nacimiento de VOX y el vaciamiento programático y de estado que caracterizó al PP de Aznar, aún con muchos matices.

 

Que la polarización progresiva es algo que termina por destruir a las democracias no es una hipótesis, sino una teoría desgraciadamente probada a lo largo de la historia.

 

Afrontamos este año 2019 con el gobierno más nefasto, débil, impresentable e incompetente que uno se hubiese podido imaginar, junto a la situación insostenible en Cataluña, la des-españolización de las periferias gobernadas por los nacionalismos con o sin apoyo del sanchismo, y un ambiente público y social crecientemente polarizado que propone no dejar ni un solo gramo de aire puro para respirar en convivencia. Que la polarización progresiva es algo que termina por destruir a las democracias no es una hipótesis, sino una teoría desgraciadamente probada a lo largo de la historia. Si alguien piensa que ahora por tener redes sociales e Internet esto va a ser diferente, se equivoca de parte a parte, porque son precisamente redes como Twitter o las falsas noticias que se difunden por Internet las que aceleran y agrandan toda discrepancia y enfrentamiento que pudiera surgir.

Por esto mismo se hace obligado mirar si existen políticos responsables, periodistas responsables y medios comprometidos con la pluralidad y la libertad que quieran luchar por la democracia española. La respuesta, a simple vista, es desoladora: si bien existen algunos políticos y periodistas que comprenden lo que nos estamos jugando en estos momentos, la sensación global es que están muy solos dentro de un marco electoral donde el radicalismo, la mentira y la desfachatez parecen cotizar al alza, y de un marco periodístico donde solo interesa el circo, la intoxicación y el cuanto peor, mejor. Posiblemente haya algún partido como Ciudadanos que presenta un perfil y un proyecto cercano a ese sentido “de Estado” tan necesario, pero sus incoherencias y la inercia ambiental por la que se ven arrastrados los empuja a dudar en demasiadas ocasiones y a perder la ocasión en momentos irrepetibles.

 

Es cobarde e hipócrita rasgarse las vestiduras por la existencia de la banda de Abascal mientras blanqueamos la presencia de Podemos y minimizamos la amenaza que supone el sanchismo ahora en la Moncloa…

 

La irrupción de VOX en la vida política y mediática nacional es una noticia preocupante para la estabilidad democrática y una amenaza para el equilibro social. Pero no nos engañemos: es cobarde e hipócrita rasgarse las vestiduras por la existencia de la banda de Abascal mientras blanqueamos la presencia de Podemos y minimizamos la amenaza que supone el sanchismo ahora en la Moncloa, después de haber arrasado el Partido Socialista.

No se pueden proponer unas reglas del juego para unos y otras distintas para otros, porque esa incoherencia y discriminación subleva aún más a los extremos y deja sin argumentos a los que pretenden volver a “centrar” la vida política que nos afecta. Hace algunas décadas, cuando oíamos a la derecha hablar de “centro” siempre pensábamos que se definía así porque le avergonzaba proclamarse de derechas. En la actualidad parece al contrario: algunos se definen de derechas pero les sabe a poco para lo que aspiran, por eso entran en una competición para ver quién es “más de derechas” frente a los otros aspirantes que participan en quién dentro de la izquierda es “más populista”.

El debate sobre la violencia de género y la ley correspondiente ejemplifica el estado de esquizofrenia que enferma la política y el periodismo. Al final todo corresponde a la falta de reflexión y debate responsable que debería de haberse producido ante ciertas lagunas de dicha ley y evidentes propósitos de negocio totalitario de sectores feministas que solo aspiran a mantener su chiringuito, a costa de los derechos de todas las mujeres. Resumiendo: cuando se suprime el debate por el circo, la política por el espectáculo y los políticos responsables por los demagogos y mercenarios, desaparece primero el sentido de Estado para acabar desapareciendo el sentido del Estado, que es el fin último de los extremismos que nos tensionan.