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El mal vivir de la mujer española en el Renacimiento

Manuel Fernández Álvarez. 'Casadas, monjas, rameras y brujas'     

“Es también saludable consejo que la mujer no sea brava ni ambiciosa, sino mansa y sufrida…” ¿sufrida por qué y para qué? Comenta Fernández Álvarez (1921-2010), autor del libro. “Naturalmente, para aguantar con buen rostro las intemperancias de su marido cuando salía bravo” Y de ese modo, Guevara garantiza que todo irá bien”: “Si sufre será con su marido bien casada”. Sería un tópico recomendar la lectura de este libro al machismo ultraconservador, porque no es una obra a favor de la mujer, estudio serio y bien planteado con toda claridad, de cómo era la vida de la mujer española en el Renacimiento. Luego válido para el lector y lectora, por ser estampa, historia, de un tiempo donde también la mujer fue protagonista aunque silenciada y marginada por el hombre.

 

Generalmente la mayoría de los libros de historia  por su carácter científico van destinados a un público muy concreto, lo que limita considerablemente el número de lectores.

 

Pero con Fernández Álvarez la amenidad unida al conocimiento de los temas que aborda garantiza  una lectura fresca y rica como ya ha mostrado en su Felipe II, Carlos V, Juana la Loca en la misma colección. Con tan emérito autor se tiene asegurada una buena aventura de la historia magistralmente narrada que consigue llenar el contenido de una corriente que nos lleva por los interiores de la circunstancias en las que se malvivían situado en un siglo donde conocer males y costumbres tan arraigadas, que  todavía mantiene arcaicas pardelas en la España garbancera.

Al título del libro: “Casadas, monjas, rameras y brujas”, se tiene que añadir la criada, la conversa, la esclava, la gitana, la morisca. España era un crisol, no lo olvidemos y según su categoría la mujer estaba condenada a penar la dictadura impuesta por el hombre. Esto pese a que el Renacimiento estaba dentro de un marco “político adecuado en el Estado moderno; que impregnaba a la sociedad que le circunda, haciéndola poner el talento y el esfuerzo por encima del linaje”, lo que impulsaría la Reforma y donde la imprenta jugó un importantísimo papel de la mano de Gutenberg, pero que en España fuera respondida por la Contrarreforma.

 

Pero no fueron todas las mujeres marginadas,  destacaron por su papel bmuchas de ellas  presidiendo tertulias de altos vuelos de esas que hoy con falsedad se denominan liberales, en las que se pueden encontrar desde los convencidos y responsables hasta los falsetes de la política disfrazados de centristas.

 

Volviendo al terreno del estado social femenino, Fernández Álvarez nos muestra como “la mujer, – según criterios de la época-  tan insegura en su juicio, tenía que estar apartada de la enseñanza; y esto basándose en lo que le había pasado a Eva, “puesto que la mujer es un ser flaco e inseguro en su juicio y muy expuesto al engaño” – según Luis vives – que por muy poco se dejó embobar por el demonio”. De aquí al infinito las descalificaciones sobre tan exquisita criatura “Mujer de valor, ¿quién la hallara? Raro extremado es su precio” verso de tan excelente poeta como fray Luis de León. Inamovibles los razonamientos de la Iglesia católica para mantenerla apartada de su participación  “porque su sexo no admite prudencia ni disciplina”.

Con estos breves ejemplos fácilmente resulta entender con claridad la situación de  ciertos sectores de nuestra sociedad actual y sus criterios conservadores. Luego sepamos cuáles eran los deberes del matrimonio en el siglo XVI con su estructura piramidal “en la que todo el poderío recae sobre el pater familiar, si bien este delega de hecho en su mujer por una razón inexcusable: su frecuente ausencia del hogar familiar. Pero la esposa debe ser sumisa a su marido, los inevitables tres  principios: Kinder, Kúche, Kirche (hijos, cocina, Iglesia)” Y esta filosofía social se refleja también en las letras y el arte sobre las que nuestros clásicos nos ofrecen abundante y ricos ejemplos, aunque algunos de ellos por su heterodoxia, tal es el caso de Cervantes, lo muestre como espejo con el que el lector puede ser solidario por su doble intención.

 

Lo cierto es que la casada podía  salir en la mayoría de las ocasiones frustrada pues se le ha impedido elegir al hombre; la monja un delirio obligada en su clausura a fingir o enloquecer, con los demonios dentro del cuerpo donde para sacárselos hasta un divino de la lírica como san Juan de la Cruz era maestro.

 

Y podemos proseguir con las esclavas negritas jóvenes tan codiciadas para tenerlas a sus servicios los altos mandatarios de la iglesia católica con poder y brillante metal. Lo que Fernández Álvarez nos señala como “Asombroso. Verdaderamente, por no decir penoso, que en una sociedad tan anclada en la religión cristiana se admitiese, sin el menor reparo la existencia de la esclavitud”. Y no olvidemos a la criada, protagonista obligada de la limpieza  y alimento gustoso para cubrir los apetitos de los vástagos de la casa cuando el despertar natural del sexo.

Una amena y documentada obra sobre una realidad histórica donde el autor ha “intentado que te asomaras conmigo al vivir cotidiano de la mujer en el siglo XVI, que es también el nuestro Renacimiento, para que vieras que hasta las más preciadas por aquella sociedad, como eran las casadas y las monjas, no dejaban de tener sus lunares”