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Ni Ricardo Bofill ni Almudena Grandes eran de Sevilla

Cuando el gesto paleto y carpetovetónico pastorea desde Plaza Nueva en la ciudad, se instaura el aldeanismo más ramplón y simple.

 

La arquitectura y la poesía como espacios creativos de convivencias, materiales y conceptuales: José Agustín Goytisolo y la utopía del Walden 7, “hacer proyectos, estar en el pensamiento del proyecto”  el arquitecto Ricardo Bofill dixit. Sin una creatividad culta e historicista –me niego a calificar la arquitectura bofilliana como parte del posmodernismo del final de los grandes relatos- no hubieran sido posibles las osadas e imaginativas obras como la reforma de Les Halles en París, el mercado de entradores derribado para levantar un nuevo barrio y tantos y sorprendentes proyectos sembrados por el mundo. Cuando el presidente entonces del gobierno, Felipe González, lo designó comisario de la Expo92, el nombramiento resultó fallido por el motín simplista y primario de esos grupos sepia que muestran la cara más carpetovetónica e irreal de la ciudad que tanto irritaba a Antonio Machado, Cernuda, Montesinos y tantos otros. Bofill era conocido en todo el mundo y su prestigio de hombre culto, con talento, de una arrebatadora creatividad, iba en aumento y hubiera sido el único en poder conseguir el mayor reto que tenía Sevilla y que el alcalde Alfredo Sánchez Monteseirín planteó con lucidez como una necesidad para abrirle a la capital andaluza un futuro prometedor: así como Sevilla era una urbe internacional, porque era conocida en todo el mundo, debía conseguir que también fuera global, es decir, competitiva en un mundo cada vez más interrelacionado.

Sin embargo, cuando el gesto paleto y carpetovetónico pastorea desde Plaza Nueva la ciudad, se instaura el aldeanismo más ramplón y simple –Ortega afirmaba que simplificar las cosas era no haberse enterado bien de ellas- que lleva a la ciudad a pedanías culturales y materiales impropias de su historia y su íntima personalidad universalista. Bofill no era sevillano y con tal simpleza se privó a Sevilla de su magna aedificium facultatem, tampoco era hispalense Almudena Grandes y se sustrae a la ciudad del prestigio de un premio literario con el nombre de una escritora de reconocido prestigio en el ámbito intelectual. Los tropiezos y torpezas del alcalde derechista en elementos sensibles para el prestigio y el desarrollo cultural y material de la ciudad viene a demostrar que para José Luis Sanz Ruiz, a pesar de ser sevillano, Sevilla no es lo suyo.

En definitiva, la conclusión a la que se puede llegar viendo la farragosa gestión, si pudiera llamarse gestión, del primer edil hispalense, es que como alcalde resulta incompatible con la ciudad. Sevilla es una urbe compleja que de esa complejidad extrae el equilibrio de un temperamento vitalista capaz de la perfecta conjugación de lo tradicional con lo innovador y avanzado. Decía Eugenio d’Ors que lo que no es tradición es plagio, y la antigua Hispalis ha sido urbe de malas hechuras para la imitación por su desbordante creatividad. Los famosos viajeros decimonónicos que venían a la vieja piel de toro a buscar lo exótico y extemporáneo de un territorio que creían descolgado del maquinismo continental, al llegar a Sevilla, sin embargo,  tuvieron que reconocer que ya entonces era una ciudad moderna, y todo ello sin menoscabo de su rico imaginario sentimental, de convivencia y tolerancia, que le impulsaba a escribir a un poeta sevillano que en cualquier calle o plaza hispalense parece que nos espera alguien que nos ama.

Un alcalde pedáneo para una ciudad universal resulta ilegible en términos de racionalidad política y social. El alcalde del Partido Popular empequeñece a Sevilla por su diminuta visión de la urbe. Como dijo François de La Rochefoucauld los espíritus pequeños suelen condenar todo aquello que está fuera de su alcance, Sevilla está muy lejos de José Luis Sanz.