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Miles Davis, sincretismo andaluz

En 'Saeta' el registro de Miles Davis zarandea el desafío entre lo divino y humano.

Entre las obras del trompetista y compositor estadounidense, Sketches of Spain es una muestra indiscutible de su fascinante versatilidad para adecuar el espíritu de la música a la respiración de los temas.

CADENCIA EN EL AIRE.

Apenas un año para cumplir el sexagésimo aniversario de la aparición de Sketches of Spain. Entre 1959 y 1960 el mítico músico afroamericano realiza un acercamiento más que sustancial a ciertas escenas españolas, en las que vierte un deliberado asomo de transgresión tan equilibrado como punzante. El compositor y arreglista Gil Evans aguzó su ya contrastada excelencia para internarse en lugares nada comunes como lo son las composiciones de Joaquín Rodrigo y Manuel de Falla. Y es chocante este aspecto, que siendo notorio lo es más a sabiendas que su conocimiento sobre la música española era escasísimo y fundamentado exclusivamente en la adquisición de varios discos.

 ESBOZOS VITALES.

La plenitud de El Príncipe de las tinieblas en la música, tenía una vertiente terriblemente oscura en su vida cotidiana. Las adicciones quiebran su salud y le encaminan hacia el proxenetismo para financiar el consumo de heroína durante los años cincuenta. En esa época no se desviste del pijama ni del consumo del bourbon y se pasea con una pistola cargada. Pese a su bisexualidad, las mujeres eran su debilidad y en muchas de sus relaciones el escándalo y la violencia le persiguieron. Se casó hasta en cinco ocasiones. En esta representación de lo humano adscrita a la crudeza y el tormento, se define de esta manera: “Rebelde y negro, inconformista, frío y con estilo, airado, sofisticado y ultra limpio, añade el rasgo que quieras: yo era todas esas cosas y más”. En 1938 su padre, cuya profesión era cirujano dentista, con motivo de su cumpleaños le regala una trompeta. Tiene doce años A partir de ahí su origen burgués se va a alejando paulatinamente conforme el dominio del instrumento le reafirma en otros aspectos que se incorporan a su formación. Durante su vida tuvo que sobrellevar una frágil salud amenazada por la diabetes, neumonía, fallos cardiacos y afecciones crónicas de caderas. En 1972 se rompe las piernas en un accidente de tráfico. Personalidad de fértil creatividad pero aposentada en un volcán emocional en permanente actividad. Esta forja del músico excepcional que fue a pesar de sí mismo, constituye ese ámbito de cierta mitología que se evapora cuando su estilo inconfundible nos libera y hace volar como Ícaro y Dédalo en su afán de libertad y vana pretensión de alcanzar el sol. Es decir, la caída hacia el abismo.

SAETA.

Junto al adagio del Concierto de Aranjuez y un breve arreglo titulado Will o´the Wisp, del tema Fuego fatuo del Amor brujo -cuyo subtítulo Gitanería en dos cuadros se suele olvidar-,  The Pan Piper, Soleá y Saeta constituyen el cuerpo de esta obra del siglo XX cuya vocación de temporalidad no hace más que crecer conforme la sedimentación de su antropología musical se desliga de los tópicos que confunden y distorsionan la universalidad de su carácter. En Saeta el registro de Miles Davis zarandea el desafío entre lo divino y humano. Bruñida plegaria de luz que asciende como un suspiro hasta la declinación del dolor asertivo. Es la expresión en una sola forma de las diversificaciones laicas y religiosas sobre las que pende lo popular y la raíz oculta de tradiciones y costumbres andaluzas que se pierde en su cultura milenaria. Las grabaciones del etnomusicólogo Alan Lomax que acompañan el quejío que eleva la trompeta como voz humana, atestiguan ese rico fragmento de festivo duelo que convive en el alma andaluza y asintiera Luis Cernuda, “El sur es un desierto que llora mientras canta, / y esa voz no se extingue como pájaro muerto”. Quizás en la versión más ancestral, la afirmación de Miles aglutine ese devocionario inconformista que alimentó su genialidad, “Yo no hago rock ni jazz porque ambas son definiciones blancas; yo hago música negra y la hago según el día en que vivo, sin alienarme con reminiscencias pretéritas”. Don Antonio Machado en su obra Campos de Castilla publicada en 1912, recoge el poema La saeta, escrito durante su estancia en Baeza. La profunda crítica que encierra se plasma con nitidez, “¡No puedo cantar, ni quiero / a ese Jesús del madero, /sino al que anduvo en el mar!”. El rechazo a la ferviente religiosidad de escaparate a través del culto a las imágenes en su Andalucía natal, apela a la necesidad de adentrarse en el verdadero mensaje de Jesús. Desdeñando al que muerto y clavado en la cruz ensombrece al que anduvo sobre la mar y abre camino de vida. Esa vida que en el caso de Davis reniega de lo convencional y apunta con su fraseo al onírico mundo donde el alma humana se desprende de ataduras y clama la angustia existencial ante el vacío. A pocas fechas de la Semana Santa, recordar a un negro que tocaba la trompeta y la convertía en tizón azul mientras sus labios oraban como un cantaor de flamenco, nos devuelve a la pila bautismal de nuestros orígenes. La exclamación de dolor es en la Saeta un canto de vida que hurga en la soledad del ser humano