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No soy un buen politólogo

Vivimos en un mundo tan alterado que buscamos la excelencia aunque sea en la farsa. También hay muchos que a falta de talento han conseguido crear un marco social y político donde la mediocridad y el desconocimiento absoluto de lo que se habla es un arma muy poderosa si se sabe utilizar con el fin de ganar popularidad. Pero siempre existe esa opción, por remota que sea, de ser honestos con los demás y, sobre todo, con nosotros mismos. No faltarán aquellos que señalen a la persona sincera como un falso humilde o un estratega que busca compasión confesando sus defectos. Y es una opción: falsos honestos existen, porque es una especialidad muy útil dentro del pecado de la mentira.

 

Llevaba días pensando en escribir un artículo para confesar todos mis errores como politólogo y pedir perdón por ellos.

 

En este sentido, llevaba días pensando en escribir un artículo para confesar todos mis errores como politólogo y pedir perdón por ellos. Aunque sean pocos los que me leen, se merecen saber que después de un tiempo prudencial de carrera analítica y predictiva, he llegado a la conclusión de que no soy un buen politólogo. He cometido fallos y he caído en trampas que se han revelado con el tiempo tan pueriles y comunes que es absurdo ocultar mis limitaciones. La ecuación de la vida suele ser así: nunca nos parece suficiente el tiempo para evolucionar y rectificar, pero siempre nos parecen demasiado los años que pasan implacables y se nos escapan de nuestro control. Así te ves envejeciendo, comprendiendo cosas que hasta hace poco no comprendías, y dándote cuenta de que no puedes volver a atrás para corregir y rectificar todas las malas decisiones que tomaste.

Hace unas semanas leí en el País un artículo de Tony Blair defendiendo una postura clara en contra del Brexit, lamentándose de que su partido -el Laborista- no asuma este papel de oposición, explicando los argumentos a favor de Europa y en contra de la salida, que está siendo tan complicada y poco clara que cada vez existen más voces pidiendo que se convoque un segundo referéndum sobre la marcha inglesa de la Unión Europa. En seguida me vino a la mente uno de mis grandes errores en el pasado: mi apoyo incondicional a Corbyn y mis prejuicios negativos sobre Blair. Todo en nombre de un concepto muy peligroso en su uso a pesar de la frivolidad con la que muchos-demasiados- la usan a su favor: la pureza ideológica o, dicho de otro modo, la teoría de la “verdadera izquierda”.

 

La ideología sin el filtro de la imperfección del mundo en el que vivimos no hace nunca historia, sino únicamente histeria.

 

Mi error parte de un concepto casi sagrado de la ideología en política. Años después no es que piense que no existe la ideología o que no existe la izquierda y la derecha, porque es evidente que existen y se manifiestan de manera clara en sus efectos sobre las sociedades y el pensamiento individual. El problema es que la ideología debe adaptarse a la realidad, a sus limitaciones y servidumbres, ya que si no encajamos la pureza de lo ideal con lo imperfecto de lo cotidiano, solo nos quedará una metafísica cursi e inservible para la práctica política que configura el devenir de la historia. La ideología sin el filtro de la imperfección del mundo en el que vivimos no hace nunca historia, sino únicamente histeria.

En España, por desgracia, cada vez caminamos más hacia esa combinación tan frustrante de la pureza ideológica de la verdadera izquierda y ese fomento obligado del odio a todo lo que suene a derecha, aunque en algunos casos no lo sea. Al margen de mi experiencia, observo a políticos que peinan canas- o que no peinan nada directamente- que después de decenas de años en los despachos, ministerios y parlamentos, siguen utilizando la ideología exquisita como coartada. Otros, como Pedro Sánchez, que solamente usan la izquierda “de verdad” cuando le interesa para la foto del momento, como buen farsante que es. Ganó unas primarias acusando a su rival de ser la candidata de la “derecha”, y resulta que de las promesas de entonces ya poco queda y por no quedar no queda ni la voz más autorizada de esa izquierda idealista, ingenua e impotente, como es Pérez Tapias, batido en retirada.

 

Me costó mucho asumir que aquellos políticos que iban de “puros” y predicaban con superioridad moral e intelectual sobre todos los demás, acabarían siendo los más peligrosos en cuanto a maldad y egoísmo malintencionado.

 

A favor de Tapias hay que decir que cree, honestamente, en lo que dice, aunque defienda algunas cosas absolutamente increíbles desde el punto de vista democrático e histórico.

Respecto a mí, he comprendido tarde todo el tiempo que he malgastado haciendo análisis y juicios- pasados, presentes y futuros- desde la óptica de la metafísica de la ideología. Me costó mucho asumir que aquellos políticos que iban de “puros” y predicaban con superioridad moral e intelectual sobre todos los demás, acabarían siendo los más peligrosos en cuanto a maldad y egoísmo malintencionado. No acerté a analizar la política ni a los políticos.

Si tuviese que establecer un diagnóstico a estas alturas de mi trabajo como politólogo, es que la izquierda jamás volverá a ser hegemónica mientras no se acerque con humildad a la realidad para reconocerla y estudiarla. Vivir en burbujas de marketing, despreciar a todos aquellos que no son “puros” o intentar imponer la ideología de laboratorio a la sociedad, es un camino con poco recorrido, pero con seguro fracaso. Para los que quieran mirar hacia a los actores que actúan en la política y no a los envoltorios de las siglas y los mitos de identidad, el consejo sería otro: si eres alguien brillante, honesto y con visión, que desea hacer carrera en un partido, lo mejor es que te intentes camuflar entre el claqué de mediocres, vividores y malas personas que dominan actualmente el sustrato del partido. Teniendo en cuenta dos opciones: o te acaban descubriendo y expulsando a patadas, o acabas siendo finalmente como ellos. Esta última opción es la mayoritaria entre las buenas personas que he conocido en política.