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Señales de humo

En las cumbres del inmediato porvenir se atisban en el horizonte mensajes todavía indescifrables que iremos descodificando desde El Lugarico

Opinión / FCO. GIMÉNEZ-ALEMÁN.- El célebre olfato periodístico, que tantas equivocaciones ha traído a los medios de comunicación a lo largo del tiempo reciente, resulta ser hoy una romántica reminiscencia de aquella no menos célebre intuición informativa de que hicieron gala en la República inconmensurables escritores como Josep Pla, Julio Camba e incluso por encima de ellos el nunca suficientemente ponderado Manuel Chaves Nogales, anticipador por escrito de la sanjurjada o de la Revolución de Asturias en crónicas magistrales en El Heraldo y Ahora. En nuestros días, en los que tan raro es acertar los movimientos estratégicos de la política –de ahí los recurrentes patinazos de la ciencia demoscópica–, podemos orientarnos por los signos anticipadores que, cual señales de humo, indican por aproximación lo que puede ocurrir en los días por venir y sin que para ello sea necesario doctorarse en semiótica. He aquí mi propósito al iniciar esta colaboración en C.A. –suerte, Pepe Fernández–, a medio camino entre la interpretación de los signos de los tiempos y su proyección en el devenir de los hechos, es decir, lo que hemos dado en llamar actualidad informativa.

Imposible sustraerse estos días a los sucesos de París y por extensión al clima de inestabilidad –otros prefieren denominarlo prebélico– que en horas veinticuatro insufló altas dosis de temor en todos nosotros, los habitantes de este Viejo Continente. Nada es como era, y parece ser que no lo será en adelante. Tenemos que acostumbrarnos a que, como el pecado original, venimos a este mundo con el estigma de la inseguridad en lo personal y en lo colectivo, cosa que se nos antojaba lejana, inverosímil, tan solo hace unos años. Nos han metido el miedo en el cuerpo, y por el momento ese es el triunfo que puede exhibir ese enemigo que no da la cara, llámese IS, ISIS o Daesh. Dios los confunda, que diría el clásico. Pero no nos moverán. 

Es tan irreconocible esta nueva manera de la práctica profesional que quien pregunta tiene más tiempo y más plano que el preguntado, al que no se deja hablar interrumpiéndolo constantemente

Desde nuestra óptica de periodistas lo que llama la atención es esta deriva profesional hacia la información-espectáculo, trátese de los atentados de París o de las bodas inenarrables del torero y la modelo. Quien lo cuenta a los espectadores es a su vez protagonista del acontecimiento obviando la vieja norma del periodismo clásico de que el informador debe permanecer semioculto al público, entre bambalinas y fuera de foco. Es tan irreconocible esta nueva manera de la práctica profesional que quien pregunta tiene más tiempo y más plano que el preguntado, al que no se deja hablar, interrumpiéndolo constantemente y haciéndole preguntas una encima de otra, sin que el diapasón de la cortesía deje intervalo entre las palabras y los silencios. Es el tributo debido a la llamada televisión basura en la que toda fementida historia tiene su asiento y nada importa, no ya el rigor sino la más mínima aproximación a lo verosímil.

De ahí mi parecer de que, en contra del tópico al uso, el papel no lo aguanta todo. Y buena prueba de ello es la crisis hacia la extinción de la prensa impresa. De la información en soporte papel. Independientemente de la obsolescencia de los formatos, del coste ingente de los procesos industriales y de la ofensiva por tierra, mar y aire de Internet, no debemos olvidar que aquello de negro sobre blanco merecía un respeto y, por tanto, el periodista se santiguaba ante el inmaculado folio antes de iniciar su crónica que, por definición, debería atenerse a los hechos según el código no escrito del culto a la verdad y del respeto al lector. El papel no ha podido aguantar tanta falsedad y tanto predominio de lo que en las viejas Redacciones llamábamos la imaginatedpress, una agencia de noticias gratis a disposición de cualquier desalmado que pasara por allí.

En las cumbres del inmediato porvenir se atisban señales de humo todavía indescifrables que iremos descodificando desde El Lugarico (*) a medida que el levante o el poniente nos vayan aireando las meninges. Pero descuide el amable lector: será en modo rigor, botón que apretaremos antes de ponernos a escribir y de santiguarnos para iniciar el paseíllo.

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(*) El autor, natural de Almería, jugaba de niño en una plazuela rotulada El Lugarico, a mitad de camino en la calle Real entre el Miserias y Casa Puga. Un desaprensivo alcalde, sin consultar a los niños, cambió el nombre a la placita, pero no consiguió enterrar los recuerdos, la algarabía y “ese rumor de gaviotas sobre la cal dormida”, como definió Julio Alfredo Egea a la Almería de entonces, la de El Lugarico.