El Partido Popular, ocaso de un gigante
Se judicializa lo que es político y se politiza lo que es judicial.
Atrás quedan los años aquellos en que la victoria de José María Aznar en las Elecciones Generales de 1996 dio un nuevo impulso a un partido político que accedía por primera vez al cuarto de derrota español. El lento declive de un PSOE agotado y carcomido por la corrupción y la falta de ideas constituía el terreno abonado para la expansión electoral. Una oportunidad para “unir a la Derecha”. Espectros políticos aparte, a día de hoy, el PP marianista, lo mismo que entonces el PSOE felipista, se haya en lento pero franco e inexorable declive exactamente por las mismas razones que antes su rival. Tarde o temprano, otra formación acabará por pillarle la delantera.
Empero, es necesario analizar las razones de este declive, por encima de los límites de las algaradas de turno que, por otra parte, tampoco andan tan equivocadas.
Y es que nuestra flamante formación azul ha perdido lo que tanto le costó construir después de Fraga y que sólo consiguió enterrando Alianza Popular y refundándose. Tener un relato creíble y una dirección clara. Nada de eso se percibe ni en el Partido ni en el Gobierno. El Partido Popular, chantajeado y pusilánime ante los movimientos radicales no ha optado, como hubiese sido deseable para muchos de sus votantes e incluso de sus militantes, por dejar atrás el rancio conservadurismo que le lastra para reconvertirse en una opción reformista, fresca, sin renunciar a sus valores. Por el contrario, se ha atrincherado en el conservadurismo institucional alérgico a cualquier cambio incluso aunque este sea una necesidad a gritos, a la par que se ha intentado torpemente copiar a los radicales y ser más populista que los populistas.Al final no engañan a nadie y cabrean a todos. Se ha convertido, y su estilo de Gobierno es una muestra palpable de ello, en un partido de burócratas sin iniciativas, sin proyecto de país, sin capacidad de liderazgo, fríos, altaneros e insensibles ante una realidad social en la que la política interesa cada días más a una ciudadanía que parecía irremediablemente aletargada en su activismo democrático.
Contrasta lo antecedente con la demagógica intervención a raíz del caso de ‘La Manada’. Se judicializa lo que es político y se politiza lo que es judicial.
Nadie que realmente haya interiorizado qué es esto del Estado de Derecho puede considerar que lo respeta un partido político que decide plantear una reforma de Código Penal a golpe casuístico para ganar descaradamente votos, algo tan miserable como cuando salieron con lo de la Cadena Perpetua Revisable justo después de los asesinatos de Diana Quer y Gabriel Cruz para ver si era verdad el refrán ese de ‘a río revuelto, ganancia de pescadores’. Menos grave que poner en cuestión la actividad de los jueces cuando dictan resoluciones ajustadas a Derecho que no casan con los deseos de los grupos de presión, de otros partidos políticos -incluidos ellos, claro- o con ‘el sano sentimiento del pueblo’ introducido en el Código Penal nacional-socialista alemán que nadie ha baremado y que ha llevado, con todas las loas por parte de quien escribe, al Catedrático de Derecho Penal Francisco Muñoz Conde a dimitir como vocal en la Comisión de Codificación del Ministerio de Justicia para reformar los delitos sexuales en desacuerdo con la ‘demagogia punitiva’ que el PP ha acabado adoptando como bandera al no poder agarrarse a nada más.
¿Es sólo el Partido Popular? Ni mucho menos. Valga esta reflexión para todos los ‘Gigantes’.