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Aquellos coches antiguos

Esos otros modelos de utilidad eran de otra clase. Materiales básicos, acero fundido. Pocas concesiones al lujo, pero recios y eficientes.

 

El edificio en el que se encuentra la biblioteca   a la que suelo ir dispone de un gran ventanal y, a través de él puedo ver, por un lado, un recinto deportivo con piscina descubierta y una amplia zona de césped tachonada con sombrillas de enea, por otro, el aparcamiento con decenas de plazas reservadas a los usuarios de este centro. A veces me embarco en la lectura de algunos textos “modernos”, entre ellos este que tengo entre manos: SIDI de Pérez Reverte. La novela resulta bastante aburrida, es como una de las aventuras del Capitán Trueno que aparecían en el TBO. En esta el esforzado autor emplea cientos de páginas para venir a decir que el cielo es azul, la yerba verde y que los pájaros se asustan con la tormenta. Todo un tratado de historia.

No es de extrañar que cueste mantener la concentración y, a veces la mente, de modo inopinado, busca desesperadamente algo en lo que focalizar su atención y salir de tanta rutina literaria. Hace unos días, como quién no quiere la cosa y a través de ese gran ventanal reparé con sorpresa y cierta excitación, todo hay que decirlo, en la gran variedad de nuevos prototipos que circulan luciendo líneas esbeltas, carrocerías robustas, con detalles que indican indiscutiblemente su pertenencia a las nuevas generaciones de bólidos. Con espectaculares frontales y poderosos trenes de rodadura.  Pero este ojo cansado apenas puede valorar tanta tecnología y, sin que eso signifique la añoranza del pasado, a veces, en el horizonte aparece, majestuoso, imponente, elegante, uno de esos prototipos que me hacen recordar mi mejor época, cuando pilotar uno de estos modelos significaba algo mas que una simple experiencia religiosa para cualquier amante de las carreras.

Sin desmerecer las nuevas líneas de diseño y la mas que probada potencia de estos nuevos propulsores, se me hace la boca agua al contemplar uno de esos con cierta edad pero que conservan intactas sus cualidades de fábrica. Líneas delicadas y bien definidas, frontales sobrios y contundentes sin caer en la exageración, elegancia de diseño y una combinación entre sutileza y eficacia que hace que, a día de hoy, sus prestaciones aún no hayan sido superadas.

Y no es que esté en contra de las nuevas aportaciones tecnológicas ni que sea un coleccionista de viejas glorias. Simplemente hago la comparativa entre lo testado y la novedad. Estos ingenios biomecánicos a los que hago alusión se han visto sometidos y han superado con excelencia multitud de “test”:  fatiga, estrés, resistencia, condiciones adversas, tempestades, maltrato, uso indebido y/o negligente, falta de mantenimiento, y a veces falta de cuidado y abandono prolongado. Aún así, su fiabilidad, su versatilidad, la garantía de un servicio sin condiciones ni contratiempos hacen de estos prodigios de la naturaleza algo que un ojo experimentado sabe valorar y apreciar en su justa medida.

 

A quién no le gustaría darse una vuelta en un Ferrari, pero donde se pongan esos modelos de los 70/80 que se quite la pamplina del cavallino rampante , con su rojo corsa o su diseño espagueti. No me impresionan esos motores sobrealimentados y ultra mega revolucionados que sólo sirven para recorrer el mismo espacio en unos segundos menos, pero con un coste desorbitadamente mayor. Mis caminos son para disfrutarlos centímetro a centímetro, recodo a recodo. Extasiarse en el recorrido y no en la velocidad a la que lo hago.

Prefiero ese modelo de líneas sobrias, que no tiene faros led, pero los dos que tiene, iluminan hasta hacer parpadear a un ciego. Sin colores chillones o estridentes, pero con un brillo natural que realza sus más mínimos detalles. Sin grandes neumáticos, ¿para qué?, no se necesita tanto rozamiento y la estabilidad está más que garantizada.

Quizá sea algo más complicado en estos modelos activar la tracción a las cuatro ruedas, pero con una conducción suave y aprovechando su perfecta amortiguación, ¡dios que amortiguadores!, la tracción alcanza sus mejores ratios entre empuje, agarre y rozamiento.

 

Desde mi ventana no se ven. Aunque quisiera no podría verlos porque ya no existen, pero los recuerdo perfectamente. Esos otros modelos de utilidad eran de otra clase. Materiales básicos, acero fundido. Pocas concesiones al lujo, pero recios y eficientes. Algo toscos y reticentes a cambios bruscos, para eso estaba el doble embrague, pero fiables y potentes. Esos daban servicio a toda la sociedad. Se adaptaban a cualquier tipo de superficie. A todo tipo de condiciones climáticas. Igual bajo el sol del verano que dentro de la mas espesa de las nevadas. Tecnología española que sucumbió, como tantas otras cosas a la dialéctica de minimizar costes para maximizar beneficios. Algunos murieron con las gomas puestas, otros fueron desplazados por modelos más brillantes. Pero nunca más se alcanzaron las cuotas de eficiencia y calidad de estos pioneros, trabajadores incansables que lo dieron todo para que todos pudiéramos tener acceso a esos bienes tan preciados y ahora tan añorados.

 

Y como todos los cuentos, este no tiene un final feliz. Al igual que estos magníficos modelos fueron sustituidos por otros más brillantes y vistosos, pero con mucha menos calidad y bastante mas caros, los esforzados y en gran parte olvidados pioneros de nuestra democracia fueron sustituidos paulatinamente por usurpadores, versiones caseras de los que un día fueron grandes instrumentos de libertad, progreso y desarrollo. Estos farsantes, copias baratas de tecnología bolivariana, sustituyeron el acero cromado por baquelita. Aparatosos brillos que tuneaban las mas herrumbrosas de las chatarras. Envoltorios con apariencia de un fórmula 1 que, en realidad, escondían una propulsión a pedales. Basura con coletas. Bocas amplias, tanto como las de los buzones del edificio de correos en la Avd. de la Constitución. Bocas como la de doña Rogelia de las que solo sale blasfemia y odio al macho por el simple hecho de serlo.

 

Desde mi ventana no puedo verlos, pero puedo sentirlos, más bien sufrirlos. Ni calidad ni fiabilidad ni tecnología ni prestaciones. Copias bastardas de diseños ya caducos y abandonados que, bajo una pátina de purpurina rematada con lacitos coleteros nos han querido vender al conocido “isocarro” como el formula uno de la regeneración. Ahora están empezando a aparecer las fisuras, las grietas, la mierda que había bajo esas coletas y dentro de esas bocas. Y a las primeras de cambio, los pedales flaquean, la purpurina se desprende, el brillo se apaga, la baquelita se resquebraja y la performance coletera languidece atrincherada en su particular “dasha” de galapagar. Y con la excusa de su “seguridad”, esta dasha permanece día y noche bajo el paraguas de los que nunca fallan, esos que están cuando se les necesita, llueva o ventee. Recios, fiables, sin concesiones al lujo, pero de esa clase que no necesita purpurina ni baquelita para brillar con luz propia.