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Andalucía mete prisa o el milagro andaluz

Ante la perspectiva del cambio, ha cundido el pánico ―siempre un mal consejero―, entre las huestes sanchistas.

 

La arrolladora victoria del PP en las andaluzas ha traído, entre otras, dos consecuencias muy notables. Una de forma y otra de fondo. La formal es principalmente declarativa y tiene en Adriana “Lastre” su más distorsionado portaestandarte. Como estaba previsto para el caso, inmediatamente después de conocerse la debacle del sanchismo, éste lanzó el argumento de que tal resultado nada tenía que ver con otras comunidades, ni iba a influir en los próximos comicios municipales y generales previstos para 2023. Vaya, como si los andaluces fueran extraterrestres y su colosal rechazo a Sánchez ―que es la lectura más sintética del resultado electoral andaluz―, no fuera extrapolable al resto de España. 

 

La consecuencia de fondo, además de desmentir la formal, es más ejecutiva. Porque, ante la perspectiva del cambio, ha cundido el pánico ―siempre un mal consejero―, entre las huestes sanchistas. El Gobierno, como pollo sin cabeza, se ha lanzado espasmódicamente a la búsqueda de proyectos que frenen su despeñamiento, cuando ya está en caída. El tiempo, ese gran tirano del mundo, va agotando las posibilidades de una recuperación del sanchismo y, de paso, también las de las fuerzas a su izquierda que, asimismo, quedaron planchadas el 19-J. Ya queda poco tiempo como para tener tanta prisa. La penúltima iniciativa es un apresurado plan anticrisis, acordado ayer en un consejo de ministros extraordinario, en el marco de una ofensiva acelerada para dejar bien colocados a los suyos, cuando llegue el chaparrón final. Ahí está la explicación de los infames asaltos que, ahora, se están produciendo a instituciones, tribunales y poderes económicos.  

 

La manada separatista que sostiene al Gobierno también ha visto las orejas al lobo. Lo suyo es pavor ante la gran probabilidad de un cambio ―que más bien debería ser una mudanza―, que tumbe esa política de cesiones, concesiones y regalos con la que el sanchismo ha venido comprando ―pagando con lo que es de todos―, los apoyos políticos para mantener a Sánchez en la Moncloa.  Consecuentemente, también los separatistas están fuertemente condicionados por el tiempo. Tienen que quemar etapas antes de las generales (que incluso podrían adelantarse) para comerse hasta los higadillos del Estado. De ahí esa urgente reunión del pasado miércoles, entre el ministro Bolaños y la consejera de justicia de la Generalidad de Cataluña, Vilagrá, para reactivar la infame mesa del diálogo. Y es que los andaluces, con sus votos, han logrado el milagro: que el Gobierno y los separatistas hayan recuperado, en un pispás, la “confianza” recíproca.