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Ángeles

O crees en los libros sagrados o tienes una charla con tu médico por curiosear demasiado en moradas vetadas para el mortal.

 

Hace años a mi madre le diagnosticaron un tumor en la bóveda bucal sin posibilidad de extirpación o tratamiento; pero gracias al doctor Stiefel (E.P.D.) oncólogo famoso, conseguimos la intervinieran con resultados óptimos. Desde entonces comprendí la imperfección de la ciencia. Un día, don Enrique, mirándome por encima de su montura óptica, aún más solemne, me hizo una desconcertante pregunta: «¿Cuál es su opinión sobre los ángeles? ¿Dónde podría encontrar documentación?».

Devolví la mirada y le contesté lo estudiado en mis tiempos escolares: el jerarquizado estamento de los citados, al tiempo sintiéndome ridículo por quién pudo tener acceso a la detallada militarización celestial. No obstante, quedé en suministrarle bibliografía.

Durante algún tiempo permanecí en duda al desconocer la motivación de la pregunta. Quizá el rigor del médico al clasificar los diferentes tumores a miradas de microscopio, lo motivase a indagar en la correlación celestial. Porque, según la angelología, existieron los buenos servidores angélicos, ejecutores de los juicios de Dios, y los rebeldes, algo así como unos independentistas altaneros poseedores de una sabiduría competitiva con el Jefe del Cosmos.

Al indagar un poco, cualquiera topa con grandes tratados sobre estos ejércitos inmateriales, pobladores de espacios invisibles, irrumpiendo también ―antes más, no sé el motivo― en las regiones donde los terráqueos se enfrentan no solo a busca el sustento diario sino a retos teológicos elevadores de la temperatura cerebral. No obstante, la temática resulta atrayente y proporciona a la imaginación amplios campos para el disfrute, si el personal no se enfrasca demasiado, claro.  Aunque estas  entidades perdieron algo de atractivo a los hombres y mujeres, polarizados biológicamente por el sexo, no debe impedirnos el interés por unas entidades muy anteriores a los pobladores de este terruño, según revelaciones de los llamados santos padres.

Corro el riesgo de toparme con el arte ―aliado permanente de la religión―, al contemplar esos angelotes obesos de alas pequeñas y ojos saltones con miradas hacia las alturas o ese otro con rostro crispado, espada ígnea en la mano con actitud amenazante en la puerta del Paraíso; tampoco olvido al encantador revoltillo de los pequeñitos a los pies de las inmaculadas.

Isaías (6:2) describe a los serafines con seis alas y también en Apocalipsis (4:6) Lot invitó a dos a un banquete en Sodoma, episodio contradictorio con la biología espiritual de los citados. Y el Nuevo Testamento, en Hebreos (13:2) afirma: «Muchos han hospedado ángeles sin saberlo».

No obstante, analizado un reciente pasado, y desde los tiros recibidos por Juan Pablo II del turco Ali Agca, me da la impresión de confiar más la jerarquía en esos gorilas vestidos de negro y no tanto en una reducida patrulla del ejército angélico. Del mismo modo, si la confianza en los espíritus protectores fuese plena, las finanzas vaticanas tendrían un alivio económico notable al suprimir a la numerosa Guardia Suiza.

Con esta cuestión pasa como con otras muchas: o crees a pies juntillas en los libros sagrados o tienes una charla con tu médico por curiosear demasiado en moradas vetadas para el mortal.

Sobre el asunto existe un agravio fácilmente subsanable: nombrar al cuerpo angélico patrono de los intermediarios, colectivo muy numeroso en nuestras latitudes. Si Dios necesita unos mediadores con misiones concretas ante los humanos, ¡cuánto más nosotros mediocres criaturas! Sería un paso más para seguir su ejemplo en el camino de la perfección. Espero la iniciativa de algún lector ante los numerosos ministerios y, de paso, proponerle al jefe del ejecutivo un patronazgo angélico, inspirador de decisiones sin posteriores rectificaciones. O, tal vez, asumido lo de ‘rectificar es de sabios’ lleven la máxima los actuales padres de la Patria a la consecución absoluta. No sé.